CONQUISTA DE LA TIERRA PROMETIDA
El plan de Dios (10)




El presente artículo trata de la problemática que surge entre la violencia de conquistar la tierra prometida y el hecho de que tal conquista sea promovida por un Dios de paz.

Conquistar la tierra prometida es llegar y establecerse en ella, adueñándose de ella. Se trata de la tierra que Dios prometió dar a los israelitas, y como Dios es dueño de todo, los israelitas pasan a se dueños —en este mundo— de la tierra prometida. Pero al llegar a la tierra prometida, los israelitas la encuentran ya habitada, y con muchas ciudades bien defendidas con ejércitos e incluso con murallas levantadas para su defensa.

Lo cual implicaba que los israelitas debían echar fuera de las tierra prometida a quienes la estaban habitando, quienes se sentían dueños de ella porque ni sabían bien ni entendían que Dios se la hubiera dado a los israelitas y que, por lo mismo, ellos dejaban de ser dueños de ella. Por tanto ellos la defenderían a como diera lugar.

Lo cual implicaba que los israelitas tendrían que echarlos fuera con violencia, por la fuerza de las armas, haciéndoles la guerra. Y así tenemos, pues, a un Dios de paz que promueve la guerra, muchas guerras que durarían siglos.

Sabemos que el Decálogo nos prohibe matar, pero sólo nos prohibe matar a seres humanos; podemos matar animales y plantas. Además, la ley de no matar no se le aplica a Dios, en el sentido de que Dios tenga prohibido matar. Dios no tiene prohibiciones porque ni tiene obligaciones: puede matar y de hecho ha matado a muchas personas. Dios mató con el diluvio a toda la humanidad, excepto a ocho personas: Noé, su esposa, y sus tres hijos con sus esposas.

Pero eso no es todo, Dios puede dar a seres humanos la orden de que maten, en cuyo caso esos seres humanos matan sin violar la ley de no matar, porque matan obedeciendo a Dios. Es Dios quien mata, pero  sirviéndose de esos seres humanos, a quienes usa como instrumentos, aunque se trate de instrumentos libres. En el caso de los israelitas se lograban dos objetivos a la vez: matar como castigo a unos malhechores, y librar de ellos la tierra en que vivían.

Pero eso tampoco es todo, Dios puede dar a los seres humanos la orden de que maten incluso a mujeres y niños, como lo podemos ver en el siguiente pasaje: "Así habla Yavé Sebaot: tengo presente lo que hizo Amalec contra Israel cuando le cerró el camino a su salida de Egipto. Ve, pues, ahora, y castiga a Amalec, y da al anatema cuanto es suyo. No tengas compasión; mata a hombres, mujeres y niños, aun los de pecho; bueyes y ovejas, camellos y asnos" (1 Samuel 15, 2-3).

Sin duda, esto requiere alguna explicación, que procuraremos ir descubriendo en nuestra investigación del plan de Dios. Amalec y los amalecitas eran extremadamente malvados; tenían ídolos a los que solían  entregar niños. Aquí el motivo de Dios era castigar a los adultos, y matar a los niños para que no fueran entregados a los ídolos o para que no fueran educados en esa maldad. Y además los amalecitas eran tremendos enemgos de Israel.

En general, Dios puede castigar o maltratar a seres humanos a través de otros seres humanos, compensando a aquellos de alguna manera en el futuro, sea antes o después de su muerte.

Reproduciremos aquí una vez más, para tenerla a la vista, la lista ya conocida de los principales eventos y desastres que han tenido lugar en lo que llevamos de la historia judeocristiana hasta la fecha (año 2024).

  1. La creación del hombre, el pecado y su difusión.
  2. El diluvio.
  3. La torre de Babel.
  4. La vocación de Abrahán y el inicio del pueblo hebreo.
  5. Los Patriarcas.
  6. Los años vividos por el pueblo hebreo en Egipto.
  7. Moisés y la salida de Egipto.
  8. El Decálogo.
  9. La conquista de la tierra prometida.
  10. El pueblo de Dios no quiso que Dios lo gobernara.
  11. Dios ama mucho a David, pese a haber mandado matar a Urías.
  12. Las 12 tribus de Israel se dividen.
  13. Llegada del Mesías (Jesucristo) y fundación de la Iglesia.
  14. Última Cena y sacramentos de la Eucaristía y del Sacerdocio.
  15. Crucifixión y Resurrección de Jesucristo.
  16. La Ascensión, Pentecostés e inicio de la vida de la Iglesia.
  17. División humana de los sacerdotes en obispos y presbíteros.
  18. La vida familiar cristiana.
  19. Cesaropapismo y papocesarismo.
  20. La sexofobia y el celibato.
  21. Mahoma y el islamismo.
  22. Principales divisiones de la Iglesia: ortodoxos y protestantes.
  23. Fátima y desobediencia de los Papas a la Virgen María.
  24. La Iglesia en la actualidad.
  25. Profecías y futuro de la vida de la Iglesia.

Estos son los principales eventos y desastres, y nos permitirán analizar la actitud de Dios respecto a muchos de ellos en la tierra prometida; de tal forma procuraremos comprender mejor el plan de Dios. Se han destacado en letras negritas los temas que nos parecen más importantes.


Ya dentro de la tierra prometida

Una vez dentro de la tierra prometida, bajo la guía de Josué los israelitas empiezan a comprender la realidad de lo que hay allí. Lo primero que llama su atención es la ciudad de Jericó, que es una de las ciudades más antiguas del mundo, con mucha experiencia y grandes murallas que la rodean y la defienden. Josué sabe que tiene que tomarla en posesión, pero no sabe cómo hacerlo. Y sabe que tendrá que tomar posesión de todas las otras ciudades de la tierra prometida; causa de iquietud.

Jericó fue tomada con la ayuda de Dios. Sus murallas cayeron debido a las trompetas de los israelitas. Éstos penetraron en la ciudad y la destruyeron completamente. Al conocerlo, las otras ciudades se fueron preparando para la guerra. Con altibajos Josué fue triunfando, primero en el sur y luego en el norte, y así fue quedando conquistada la tierra prometida (Canán), pero no del todo, y los israelitas se fueron instalando en ella.

La ayuda de Dios a los israelitas quedó de manifiesto en una guerra contra Amalec antes de entrar a la tierra prometda. Moisés le pidio a Josué que atacara a Amalec. Moisés estaría sobre el vértice de una colina, acompañado de Arón y Jur, observando la batalla. Si Moisés levantaba las manos orando por la victoria, la batalla favorecía a Josué; pero si bajaba las manos la batalla favorecía a Amalec. Cansado Moisés de tener las manos levantadas, Arón y Jur lo hicieron sentar en una piedra y le mantuvieron las manos levantadas, uno de un lado y el otro del otro, hasta la puesta del sol. Y Josué derrotó a Amalec (Cf. Éxodo 17, 8-13).

Dejando de lado este paréntesis, volvamos a nuestro tema. Después de la muerte de Josué —sucesor de Moisés— dejó de haber un guía bien determinado en Canán porque Josué no nombró un sucesor. Como consecuendia surgieron los llamados jueces. Éstos eran héroes locales de las tribus de Israel, corrientemente caudillos militares cuyas hazañas se relatan en el libro Jueces. La unidad se conservó gracias a la común fe de los jueces en Dios. Un juez muy famoso fue Sansón. El último juez fue Samuel.

Después de los jueces vendrían los profetas y los reyes. Los profetas aparecieron al principio como grupo en tiempo de Samuel, a quien se le presenta frecuentemente como el último de los jueces y el primero de los profetas de Israel. Samuel desempeñó un papel importante como juez del pueblo y como profeta o guía inspirado por Dios; de hecho Samuel hablaba con Dios.


Sucedió algo terrible en tiempo de Samuel

No se trata aquí de escribir una historia de Israel, sino de hacer una investigación sobre el plan de Dios. Si mencioné algunos datos históricos de Israel en el apartado anterior —Josué, Samuel, jueces, profetas, etcétera— fue con el fin de ir preparando lo que diré en este apartado, ya que en tiempo de Samuel sucedió algo terrible (Cf. No quisimos que Dios nos gobierne).

El pueblo se molestó con Samuel por su avanzada edad y le pidió que les diera un rey humano, para que los juzgara como sucede en todos los pueblos. Desagradó a Samuel que le  pidieran eso, y oró ante Yavé.

Pero Yavé dijo a Samuel:

«Oye la voz del pueblo en cuanto te pide, pues no es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que no reine sobre ellos»" (1 Samuel 8, 4-7). Pero Yavé también le pidió a Samuel que diera testimonio contra ellos y les diera a conocer cómo los trataría el rey que pedían.

Entonces Samuel le dijo al pueblo:

"Ved cómo os tratará el rey que reinará sobre vosotros: Cogerá a vuestros hijos y los pondrá sobre sus carros y entre sus aurigas y los hará correr delante de su carro. De ellos hará jefes de mil, de ciento y de cincuenta; les hará labrar sus campos, recolectar sus mieses, fabricar sus armas de guerra y el atalaje de sus carros. Tomará a vuestras hijas para perfumeras, cocineras y panaderas. Tomará vuestros mejores campos, viñas y olivares, y se los dará a sus servidores. Diezmará vuestras cosechas y vuestros vinos para sus eunucos y servidores. Cogerá vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores bueyes y asnos para emplearlos en sus obras. Diezmará vuestros rebaños y vosotros mismos seréis esclavos suyos. Entonces clamaréis a Yavé, pero Yavé no responderá, puesto que habéis pedido un rey" (11-18).

El pueblo desoyó a Samuel, y dijeron:

"No, no; que haya sobre nosotros un rey, y así seremos como todos los pueblos; nos juzgará nuestro rey, y saldrá al frente de nosotros, para combatir nuestros combates" (19-20).

Samuel, después de oír las palabras del pueblo, se las repitió a Yavé; y Yavé le dijo:

"Escúchalos y pon sobre ellos un rey" (22).

Días después Samuel, siguiendo las órdenes de Yavé y bajo sus orientaciones, ungió como rey a Saúl.

Dios (Yavé) respetó la libertad del pueblo y lo que pedía, pero le molestó que pidieran un rey humano para que los gobernara, en vez de que siguiera gobernándolos Él. Y decidió ya no gobernar directamente sobre el pueblo hasta la segunda venida del Mesías (Jesucristo); lo cual tendrá lugar al final de los tiempos. Los Israelitas tuvieron reyes humanos a partir de Saúl.

Como Jesucristo es el Verbo Encarnado —Dios hecho hombre—, en la Nueva Alianza Él habría de ser quien reinara directamente sobre su pueblo. Pero como desde la Antigua Alianza Dios había decidido ya no reinar directamente sobre su pueblo hasta la segunda venida de Jesucristo, resultó que tampoco Jesucristo reinaría directamente sobre su pueblo —y sobre la Iglesia— hasta su segunda venida.

Esto no lo dice Jesús explícitamente, pero lo deja entender al menos implícitamente. Jesús hace referencia a esto en una de sus parablolas, donde se dice: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lucas 10, 14). Sería bueno leer o releer toda la parábola (10, 12-27).

Al vivir entre nosotros, Jesús nunca quiso que lo hicieran rey. Y de manera muy clara le dijo a Pilato: "Mi reino no es de este mundo " (Juan 18, 36).

También es notable que en el juicio que Pilato hace de Jesús, Pilato les pregunta a los pontifices "¿A vuestro rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey, sino al César" (Juan 19, 15).

Además, Jesús dijo: "En verdad os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios" (Marcos 14, 25).

Jesús no se queda en el mundo a gobernar a su pueblo de manera directa, sino que sube al Cielo y deja a Pedro y sus sucesores a gobernar de manera directa la Iglesia peregrina en este mundo. Tampoco se queda a evangelizar al resto del mundo, sino que pide que lo hagan sus discípulos (Cf. Mateo 28, 19-20).


Es importante notar que antes de retirarse del gobierno directo de los israelitas Yavé imponía sobre su pueblo el jubileo, el año jubilar, cada 50 años. El jubileo obligaba a que todos recuperaran sus patrimonios oiginales, tierras, propiedades, muchos bienes, deudas canceladas, etcétera, y ese año el campo se debía dejar en barbecho.

Como puede verse, el jubileo fue una consecuencia directa de que Dios gobernara a los israelitas. Dios imponía el jubileo para dejar patente que los bienes son de Dios, y que las creaturas no debemos tenerlos como propios. Por eso, cuando Dios se retira de gobernarnos el jubileo va desapareciendo, hasta desaparecer del todo, porque ya no está el gobierno de Dios que lo imponga.

"El año cincuenta será para vosotros jubileo; no sembraréis, ni recogeréis lo que de sí diere la tierra, ni vendimiaréis la viña no podada; porque es el jubileo, que será sagrado para vosotros" (Levítico 25, 11-12).

"Las tierras no se venderán a perpetuidad, porque la tierra es mía y vosotros sois en lo mío peregrinos y extranjeros" (Levítico 25, 23).

"Si tu hermano empobreciere y se apoya sobre ti, lo sostendrás, sea extranjero o advenedizo, para que pueda vivir junto a ti. No tomarás de él interés ni usura, antes bien teme a tu Dios y deja vivir a tu hermano junto a ti. No le cobrarás interés por tu dinero ni le darás tus víveres a usura. Yo soy Yavé, vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto para daros la tierra de Canán, a fin de ser vuestro Dios" (Levítico 25, 35-38).

Quizá la ley jubilar resultara difícil de guardar, y por eso se la viera como un tiempo que sólo Dios podía introducir.




Es importante notar las tremendas consecuencias de esa decisión divina, de retirarse del gobierno directo; nos sigue afectando negativamente hasta la fecha (año 2024). En realidad lo negativo fue la decisión humana de pedir rey humano. En todas las naciones —y también en la Iglesia peregrina— nos gobiernan deficientemente gobernantes humanos hasta la fecha. En los dos primeros reyes israelitas, Saúl y David, ya hubo conflicto. Saúl trató de matar a David. Poco después los israelitas se dividieron y el reino del norte desapareció (esa desaparición será compensada por Dios en un futuro que hoy desconocemos).

¿Y cómo estamos todos nosotros en la actualidad? Parece que la historia humana es la historia de las guerras, y que la historia de la Iglesia militante es la historia de las herejías. La decisión divina de retirarse del gobierno directo de las vidas humanas hasta la segunda venida de Cristo, nos interesa sobre todo por las reacciones divinas al respecto, que estarán matizando nuestros escritos futuros en nuestra investigación del plan de Dios.


Vida de Israel después de Samuel

Hemos llegado ya al tema número 10 de nuestra lista de 25 temas del inicio del capítulo: el pueblo de Dios no quiso que Dios lo gobernara.

Es claro que venimos mencionando muchos hechos, pero son hechos que nos ayudan a tratar de descubrir las reacciones de Dios, que es lo que principalmente nos interesa en nuestra investigación del plan de Dios.

Los israelitas estuvieron esclavizados en Egipto. Luego Dios quiso liberarlos sirviéndose de Moisés, e hizo maravillas con las 10 plagas en Egipto y con la apertura del Mar Rojo. Luego vino todo lo referente a los 40 años del camino hacia la tierra prometida pasando por el Sinaí, darle a Moisés los mandamientos del Decálogo, y atender al pueblo en las dificultades por las que tuvo que pasar. Todo lo cual ayudó a que el pueblo aprendiera y madurara.

Luego se llegó a la tierra prometida, y Dios hizo nuevas maravillas al abrir el Río Jordán, al hacer caer los muros de Jericó, etcétera. Moisés vió la tierra prometida desde el otro lado del Jordán —sin que Dios le permitiera entrar en ella— y nombró a Josué como su sucesor. Josué fue conquistando la tierra prometida sin lograrlo del todo, pero logró lo suficiente para que los israelitas se fueran estableciendo en ella. Josué murio sin nombrar un sucesor, y fueron apareciendo los jueces.

Mucho del período de los jueces no tuvo un gobernante bien definido, y la unidad se conservó gracias a la común fe en Dios que tenían los jueces. Samuel se había formado con la ayuda del sacedote Helí. Dios se puso en contacto con Samuel, quién además de ser el último e importante juez, fue uno de los primeros profetas. Samuel llegó a tener autoridad sobre el pueblo, y ya viejo recibio del pueblo la petición de un rey humano. Dios, aunque molesto, respetó la libertad del pueblo y le pidió a Samuel que les diera el rey que pedían.

Samuel ungió como rey a Saúl, que fue el primer rey de Israel, y Dios se retiró del reinado directo de los humanos hasta la segunda venida del prometido Mesías (Jesucristo). Ésos han sido, hasta aquí, los hechos más importantes. Ahora habrá que intentar comprender la mentalidad de Dios respecto a dichos hechos. Ya tenemos suficientes hechos —incluido el hecho de que Dios se retira del gobierno humano directo— cuyas consecuencias llegan al menos hasta nuestros días (siglo 21).

Hemos visto que Dios no tiene obligaciones, que es del todo inocente, que dice lo que quiere y hace lo que quiere —cumpliendo lo que dice—, y que puede hacer cosas que para nosotros son inmorales, pero que no son inmorales para Él. Un claro ejemplo es el acto de matar seres humanos, como sucedió en el diluvio.

También vimos que en todas sus acciones, Dios puede compensar a futuro actos de sus creaturas que —desde nuestro punto de vista— sean pecaminosos.

Dios también puede ordenar a seres humanos que maten a otros seres humanos, incluso a mujeres y niños, aun niños de pecho; pero sin que pequemos, porque obedecemos órdenes divinas, de modo que Dios nos usa como instrumentos suyos, aunque seamos instrumentos libres.

Es importante que investiguemos esa capacidad divina de compensar, que justifica sus diversos modos de actuar y gobernar sin caer en conflictos entre justicia y misericordia. Lo que en lo divino suela parecernos conflictivo entre justicia y misericrdia, en realidad no lo es, gracias a la capacidad divina de compensar.

Siempre debemos dejar a salvo en nuestra mente que Dios es sabio, inocente, omnipotente, amoroso y misericordioso. En todos los casos debemos buscar soluciones a todos esos aparentes conflictos, lo cual nos ayuda a conocer mejor a Dios. Un claro ejemplo de ello es nuestro importante reconocimiento de la capacidad divina de compensar.

Ya habiamos hablado de compensar cuando mencionamos algunas de entre las múltiples formas que Dios tiene de castigar —y también de premiar—; mencionamos las 4 siguientes:

  1. Amonestar, que es reprender, o sea el típico regaño.
  2. Imponer castigo, que puede variar de muchas formas y también en su severidad, hasta el extremo de la muerte (con o sin la pérdida de la vida de la gracia).
  3. Dejar al que obra mal en manos de sus enemigos.
  4. Dejar al que obra mal en manos de sí mismo, dejándolo que siga obrando mal y padezca las consecuencias. En el fondo es dejar que siga obrando mal para que comprenda que se castiga a sí mismo. Es algo que puede convenir hacer con los que son muy rebeldes en su mal obrar. Y al dejarlos seguir obrando mal, puede suceder que maltraten a otros, a los que Dios habrá de compensar.

Al final de la cuarta forma  se dice "a los que Dios habrá de compensar". Es claro que cuando Dios castiga al que obra mal dejándolo en manos de sí mismo, y éste maltrata a otros, esos otros deberán ser compensados por Dios, de no haber otra solución.

Aquí vemos la importanca del compensar divino, que Dios combina con el pleno respeto a la libertad del que obra mal, cuando lo castiga dejándolo en manos de sí misimo para que comprenda que se castiga a sí mismo, y para que reflexione y madure.

Ahora deseamos poner más importancia en el compensar, y sobre todo en el compensar divino. La Academia Española define compensar como "Dar algo o hacer un beneficio a alguien en resarcimiento del daño, perjuicio o disgusto que se le ha causado".

El que compensa requiere de algo para resarcir al que compensa. Nosotros, por ser creaturas, disponemos sólo de realidades limitadas para compensar, además de que no podemos compensar a los que ya murieron. En cambio Dios puede compensar incluso a los que ya murieron, y dispone de una Gloria infinita, como vimos al comprobar que Dios salva a todos al final, incluso a Satanás (Cf. El gran proyecto de Dios casi al final del artículo). En esto se ve la importancia del compensar a fin de lograr la felicidad plena, es decir, la salvación o entrada en el Cielo.

A moisés Dios le dio en el Sinaí sus 10 mandamientos (Decálogo), que ha sido quizá la lista de mandamientos más importante y más usada en la historia de israel, y también en la historia humana en general; de modo que podemos decir que Israel aportó el Decálogo a la humanidad. Pero luego en Israel —como en muchos otros lugares— se fueron incorporando muchos otros mandamientos, normas y leyes más detalladas, sobre todo en el Pentateuco.

El Éxodo contiene leyes morales, civiles y religiosas, y más. El Levítico contiene leyes de santidad sobre el modo de dar culto a Dios, y leyes sobre la conducta de cada día, etcétera. El Deuteronomio contiene repeticiones de lo contenido en el Éxodo y el Levítico en forma de sermones de Moisés, y en amonestaciones. La palabra habrea que usualmente traduce ley (Torá), significa de hecho guía o instrucción. No se pretendía que tantas leyes fueran una larga carga para la vida. Muchas eran leyes de consulta para casos particulares. (Sin embargo ya en tiempos de Cristo las muchas leyes sin duda se convirtieron en una carga).

La ley refleja básicamente la santidad de Dios, su justicia y su bondad. La ley da al pueblo una guía práctica para obedecer la divina voluntad. Dios da la síntesis o tónica doctrinal en el siguiente mandamiento: "Sed santos, porque Yo soy santo, el Señor Dios vuestro" (Levítico 19, 2).

Aunque Dios establezca leyes, aquí se manifiesta que Él no quiere legalismos, sino que se le entregue un corazón enamorado. Esto se muestra en que Dios se vuelca con David —que le canta y le baila (Cf. 2 Samuel 6, 14)—, aunque David haya mandado matar a Urías para quedarse con su esposa Betsabé. Dios es justo y le castiga a David ese pecado con la muerte en pocos días de su primer hijo con Betsabé; pero como David se arrepiente y se le entrega, Dios lo perdona y lo mantiene en su intimidad.  

Dios quiere practicar su misericordia con preferencia a su justicia, y también suavizar su justicia con su misericordia; prefiere creaturas enamoradas que creaturas atemorizadas. E incluso prefiere creaturas enamoradas y entregadas —aunque sean pecadoras— que creaturas tibias, aunque sean cumplidoras. Por eso Dios tuvo una gran preferencia por David.

El plan de Dios es lograr que todas sus creaturas personales lleguen a ser como Él las prefiere —educándolas con pleno respeto a su libertad—, aunque previamente fueran débiles y pecadoras, o incluso malvadas, como sucede con Satanás. Dios crea muchísimas personas muy diversas —casi como si fueran aleatorias desde nuestro limitado punto de vista— con la confianza de que al final logrará salvarlas a todas. Dios logra todo eso sirviéndose mucho, entre otras cosas, de sus enormes posibilidades de compensar.

David nos ayuda mucho a comprender el modo de pensar de Dios. De una parte, aunque David sea pecador y mujeriego, Dios se vuelca en él porque le ofrece un corazón entregado y enamorado. De otra parte, aunque Dios promueva la conquista de la tierra prometida —con todas sus guerras—, Dios le impide a David construir su templo, porque David es un guerrero y ha derramado mucha sangre:

"Tú no edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra y has derramado mucha sangre" (1 Crónicas 28, 3). Será un hijo de David, el pacífico Salomón, quien construya el templo.

Aquí tenemos un aparente conflicto en el pensar de Dios. De una parte Dios se vuelca en David porque éste le ofrece un corazón entregado y enamorado, aunque sea un guerrero; y de otra parte le impide a David construir su templo, precisamente por ser un guerrero. Dios se muestra a favor del guerrero David —que conquista la tierra prometida—, y a la vez se muestra en contra del guerrero David, para construir su templo.

Esto requiere una explicación, porque Dios se muestra como alguien caprichoso, que en un momento se vuelca en el David guerrero, y en otro momento rechaza a David por ser guerrero.

El conflicto en realidad es aparente porque en esos dos momentos hay disintos motivos para el obrar de Dios. Acepa a David porque éste le entrega un corazón enamorado, y lo rechaza porque su carácter guerrero no va en sintonía con la construcción del templo de Dios. En lo referente a las creaturas Dios permite los defectos, pero no los permite en lo referente a Dios mismo, como sucede en el caso del templo de Dios. La construcción del templo de Dios no admite constructor guerrero.

Dios se muestra como alguien caprichoso cuando en realidad no lo es. Su rechazo de David no es un capricho divino, sino algo del todo aceptable, porque Dios es Dios. Aquí se ve nuevamente la importancia de que Dios sea lo supremo y perfectísimo. Así lo vimos en el caso de que Dios (Yavé) se mostrara como alguien muy presuntuoso —sin serlo— cuando maltrató a los egipciós a fin de "que sepan que Yo soy Yavé" (Cf. Camino a la tierra prometida). Aquí sucede lo mismo: Dios se muestra como alguien caprichoso, sin serlo: "aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón" (Mateo 11, 29).


Profetas y destierro

Al retirarse del gobierno directo de los israeltas —por haber ellos pedido que los gobernara un rey humano—, Dios no quiso que eso tuviera la consecuencia de abandonar Él a su pueblo, sino que procuró seguir cuidándolo y ayudándolo. Para eso promovió a los profetas, a través de quienes enviaba mensajes y en general se comunicaba con su pueblo, aunque ya no lo gobernara de manera directa.

Dios llamaba a los profetas y hablaba con ellos. Los profetas eran conocidos como mensajeros. Dios los llamaba para que escucharan sus planes y mensajes; después los enviaba a comunicarlos a Israel y también a las naciones, pero no en forma de gobierno, sino como mensajeros. Seguimos teniendo profetas en la actualidad; no se dedican a predecir el futuro —como algunos piensan—, aunque también lo hagan en determinadas circunstancias.

Los profetas no ofrecían a los israelitas una nueva religión ni una nueva revelación, sino que los impulsaban a obedecer la ley de Dios —de un Dios ya conocido— en las circunstancias de la vida, sobre todo cuando hacía falta. No se cansaron de insistir en que la verdadera religión no es cuestión de rituales y de normas, sino de comportamiento y de vida recta. Ellos hablaban a la conciencia de Israel, conforme a lo que le oían a Dios.

Solían hablar sobre circunstancias particulares conflictivas y en contra de la corriente habitual del pensamento. Cuando todo parecía ir bien, criticaban los males sociales y predecían la ruina del destierro. Y cuando el pueblo estaba pesimista hablaban de esperanza, como cuando el pueblo estaba viviendo la negatividad del desierro. Además eran buenos maestros que incitaban a obedecer la ley de Dios en el presente. Surgían también falsos profetas, y era preciso tener con ellos un discernimiento adecuado.

Para los profetas era Dios quien habría de intervenir —en buena medida a través de ellos, no tanto en forma de gobierno— en la restauración de Israel, sobre todo en y después del destierro.

Gracias a la actividad de los profetas los israelitas llegaron a comprender que el destierro era un castigo de Dios por haberlo abandonado en mayor o menor medida. De modo que al regresar del destierro volvieron con la lección ya bien aprendida, y con el firme propósito de seguir en todo la ley de Dios.

Lo cual sucedió tiempo despuéś del rey David. O sea que aquí nos adelantamos algo para explicar mejor la realidad de los profetas. Regresemos al tiempo de los reyes Saúl y David, porque hay reacciones de Dios al respecto.

Aunque David haya sido pecador y mujeriego, le entregaba su corazón a Dios —un corazón enamorado—, lo que implicaba en cierta medida humildad en David. Dios es Dios, y David es una creatura.

David se hizo famoso por derrotar al gigante filisteo Goliat. En una de las batallas los israelitas vencieron, y las mujeres cantaban: "Saúl mató sus mil. Pero David sus diez mil" (1 Samuel 18, 7).

Esto le dio envidia a Saúl, que llegó a desear matar a David; y éste tuvo la oportunidad de matar a Saúl mientras dormía, pero David quiso respetar a Saúl por ser el ungido del Señor, lo que le agradó mucho a Dios, que reaccionó pidiéndole a Samuel que ungiera como rey a David. Samuel ungió como rey a David.

Dios quiere seguir en contacto con su pueblo e incluso hablar con algunas personas, como acabamos de ver. Lo que Dios no quiere es seguir gobernando de manera directa sobre ellos, sino esperar hasta la segunda venida del Mesías (Jesucristo). Dios ama a todos sus hijos, pero quiere que aprendan a respetarlo siempre, también como gobernante.

El rey David fue un gran guerrero y un buen gobernante; antes de morir dejó a su pueblo rico y en paz. Dios lo castigó con la muerte del primer hijo suyo con Betsabé, la esposa de su soldado Urías, a quien en pleno adulterio David lo mandó matar. David se casó con Betsabé, cuyo primer hijo mutuo murió por castigo divino. Otro hijo de ellos fue Salomón, a quien —entre otras cosas— David antes de morir le dió instrucciones para su reinado.  

Una vez que Salomón fue rey de Israel Yavé se comunicó con él y le dijo que le pidiera lo que quisiera. Salomón le pidió un corazón prudente para juzgar al pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo.

Agradó a Dios que Salomón le hiciera esa petición, y le dijo: "Por haberme pedido esto y no haber pedido para ti ni vida larga, ni muchas riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino haberme pedido entendimiento para hacer justicia, yo te concedo lo que me has pedido y te doy un corazón sabio e inteligente", como no ha habido otro antes o después de ti. "Y aún te añado lo que no has pedido: riquezas y gloria tales, que no habrá en tus días rey alguno como tú". Y si andas en mis caminos prolongaré tus días. (Cf. 1 Reyes 3, 3-14).

En nuestra investigación del plan de Dios, aquí arriba, en este mismo artículo, escribimos algo muy interesante, Lo repeiré íntegramente a continuación —con un color de fondo— para tenerlo a la vista a fin de lograr decir algo mejor. Procuraré lograrlo generalizando lo que ya estaba dicho, como se hace en las ciencias. Con ese motivo lo repiiré.

"El plan de Dios es lograr que todas sus creaturas personales lleguen a ser como Él las prefiere —educándolas con pleno respeto a su libertad—, aunque previamente fueran débiles y pecadoras, o incluso malvadas, como sucede con Satanás. Dios crea muchísimas personas muy diversas —como si fueran aleatorias desde nuestro limitado punto de vista— con la confianza de que al final logrará salvarlas a todas. Dios logra todo eso sirviéndose mucho, entre otras cosas, de sus enormes posibilidades de compensar".

Es un hecho que Dios crea muchísimas creaturas posibles: espacio, tiempo, universos, diversos tipos de materia y energía, nebulosas, galaxias, estrellas, sistemas planetarios, planetas, satélites, entes con vida, vegetales, animales, animales racionales o seres humanos, quizá también los que hoy llamamos extraterrestres o personas que no son seres humanos, muchos tipos de espíritus puros (ángeles, arcángeles, tronos, etcétera), y también muchos otros tipos de creaturas, de las que no tenemos noticia. La ciencia moderna podría ampliar esta psible lista hasta lo inimaginable.

Es seguro que entre las creaturas divinas hay al menos algunas o muchas, o muchísimas, que son personas, es decir, que se caracterizan por tener libertad y por poder ejercerla en muchas circunstancias. Nosotros, los seres humanos, somos algunas de esas personas.

Ya hemos dicho que esta serie de artículos —El plan de Dios— no investiga lo que los hombres piensan de Dios, sino lo que Dios piensa de los hombres.

Ahora ya podemos decir algo más amplio, más general:

Esta serie de artículos —El plan de Dios— no investiga lo que las creaturas piensan de Dios, sino lo que Dios piensa de las creaturas (que son sus creaturas), sean personas o no.

También hemos visto en estos artículos que el plan de Dios es que al final todos se salven en el mejor de los mundos. Es decir: que al final todas las personas se salven en el mejor de los mundos. O sea que el plan de Dios se refiere sobre todo a las personas, porque sólo las personas pueden salvarse, que es lo mismo que ser plena y eternamente felices.

¿Qué sucede cuando alguien es plena y eternamente feliz? ¡Hay alegría! En el Cielo hay alegría. En Dios hay alegría. Dios comunica alegría como algo muy importante de Su Plan. En el templo, a la solemnidad del culto le acompaña un intenso sentido de alegría. "El Señor renia, la tierra se goza, se alegran las islas innumerables" (Salmo 97, 1). Alegría y reverencia van a la par. Canta el Reino de Dios sobre Israel, precedido del grave juicio de los que adoran a los ídolos.

Dios quiere hacernos plena y eternamente felices a los seres humanos, y también a todo el resto de las personas. Al margen de las Personas Divinas (Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo) todas las otras personas son creadas por Dios; todas son sus personas o sus creaturas personales.

¿Qué piensa Dios de sus creaturas que no son personas? ¿Qué sentido tienen en la mente de Dios las creaturas que no son personas? Preguntémonos: ¿qué sentido tienen en nosotros, los seres humanos, las creaturas que no son personas? ¿Qué sentido tiene una piedra si no colabora ni es usada, en ningún sentido, en beneficio de ninguna persona?

Tuve una amiga que ya murió, llamada Emma Godoy Lobato. Era filósofa, psicóloga y pedagoga, con doctorado además de ser escritora y poeta; siempre estaba escribiendo algún lbro. Un día le preguntaron si seguiría escribiendo ese libro si estuviera segura de que nadie lo leería nunca. Ella respondió sin dudar que ciertamente lo seguiría escribiendo. Dijo que escribir es una de las mejores formas de aprender; o sea que escribir ese libro la ayudaría a mejorarse a sí misma, además de lograr el gozo de leerlo. Escribir un libro es algo mucho mejor que leerlo, porque escribir un libro es también leerlo. O sea que al escribir un libro sería imposible que nadie lo leyera, porque siempre lo leería su autor.

¿Y qué sucedería con la piedra mencionada, si sólo fuera creada por Dios, y nada más? La piedra no haría nada. ¿Qué persona sería beneficiada por esa piedra? ¡Ninguna! ¿Acaso sería beneficiado Dios? Claro que no. De ninguna manera estaría Dios mirando esa piedra por toda la eternidad. Nótese que —aunque la piedra no hiciera nada— habría algo referente a esa piedra: sería sólo la conciencia que Dios tendría de haberla creado. ¿Crearía Dios más piedras del mismo modo? ¡Claro que no!

¿Que respondería Dios si se le hiciera la misma pregunta correspondiente a la que se le hizo a mi amiga Emma? ¿Conservaría Dios a esa piedra, o la abandonaría, o la aniquilaría? Y si antes de crearla Dios se planteara lo que sucedería, ¿la crearía? Todo indica que no.

Al hablar de la libertad planteamos el caso del niño y la fresa (Cf. Dios es causa de todo lo que existe). Y en adelante tuvimos ya el caso de la fresa. Pues bien, ahora tendremos ya el caso de la piedra. 

Como podemos observar, todo indica que Dios no se interesa por las creaturas que no son personas si no tienen al menos alguna mínima relación o referencia a las personas. O sea que las personas somos el principal interés de Dios, porque nos ama y quiere hacernos felices.

Sin embargo, aunque Dios nos ame tanto, a veces nos castiga —incluso mucho— para educarnos. Incluso nos castiga retirándose de gobernarnos directamente por haber pedido que nos gobierne un rey humano, y no Él. Dios reconoce que somos pecadores y sigue amándonos a pesar de todo. Dios hará todo lo que haga falta —¡todo lo que haga falta!— con la finalidad de salvarnos y hacernos plena y eternamente felices a todos. ¡A todos! Indudablemente debemos hacer examen de conciencia y corregirnos.


Los macabeos, y al fin la llegada de Jesús...



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