Después de considerar la fuerte renovación de la infinita misericordia divina por Santa Fautina a principios del siglo XX, y el surgir de la conveniencia de aceptar una divina misericordia extrema a principios de nuestro siglo XXI, es importante encontrar alguna explicación de tal continuidad en nuestro conocimiento de la misericordia divina, desde una misericordia infinita hasta una misericordia extrema.
En la misericordia divina infinita esperamos que la grandes mayorías se salven de ahora en adelante, pero sin que se salven los que ya fueron condenados, como Satán mismo. En cambio, en la misericordia extrema confiamos en que todos se salvan, aun los ya condenados, incluso Satán, de modo que la salvacion abarca a todos, sin excepción: pasado, presente y futuro.
Es notable que Jesús le dice a Faustina lo siguiente: “En la cruz la fuente de Mi Misericordia fue abierta de par en par por la lanza para todas las almas, no he excluido a ninguna” (Diario 1182).
Este no excluir a ninguna parece indicar ya que Jesús, en su inconcebible misericordia, va a salvar a todas las almas, sin excepción; y que, por lo tanto, pronto se llegará a conocer su misericordia extrema. Y aquí tenemos otra indicación de que estamos ya entrando a los últimos tiempos.
Pero la continuidad de la misericordia divina no viene sólo desde lo dicho por Faustina hasta nuestro siglo XXI, sino que viene desde principios del judaísmo hasta nuestro presente, y no sólo desde principios del judaísmo sino desde el principio de la humanidad. Respecto a esto, es importante que el Papa Juan Pablo II haya escrito su segunda encíclica, Dives in Misericordia, casi al principio de su pontificado. Lo revisaremos en el siguiente apartado.
Terminemos el presente apartado dejando ya planteada una pregunta importante: ¿Cuales son los sentimientos de Dios respecto a Satán: lo ama, lo odia o le es indiferente?
Aunque los artículos de esta serie podrían leerse independientemente, hay entre ellos una relación, o mejor, una seriación; debido a lo cual todo se entenderá mejor si la lectura se hace en el orden que aquí se presenta, que puede encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:
Misericordia divina.
Juan Pablo II fue elegido Papa en 1978, su primera encíclica fue Redemptor Hominis (1979), su segunda encíclica fue Dives in Misericordia (1980), en 1993 beatificó a Faustina, y la canonizó en el año 2000. Obviamente la beatificó despues de haber leído el Diario de ella; tanto el Papa como Faustina fueron polacos. La canonizó el segundo domingo de Pascua del año 2000, estableciendo ese mismo día, el segundo domingo de Pascua, como el día y fiesta de la Misericordia, tal como lo había pedido Faustina.
Fueron importantes tales eventos del año 2000, ya que en su encíclica Dives in Misericordia, 20 años antes, Juan Pablo II no citó ni mensionó a Faustina para nada, y mucho menos habló de alguna misericordia extrema. Los eventos del año 2000 le dieron incremento a la popularidad de Faustina y de su Diario, lo mismo que a la encíclica Dives in Misericordia. Y por supuesto, se incrementó más y más la devoción a la divina misericordia.
Sin duda la encíclica del Papa ayuda a que aumente la devoción a la misericordia divina. Será bueno, por tanto, revisar algo de su contenido, al menos en lo que se refiere a la continuidad histórica del conocimiento nuestro de la misericordia.
La encíclica tiene 15 números marginales de principio a fin. Al inicio de los textos que citemos indicaremos el número marginal correspondiente.
En este pasaje el Papa dice que el Antiguo Testamento definió ya, de algún modo, la misericordia. Y además dice, ya en general, que Cristo mismo la encarna y personifica; que Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia.
En este pasaje queda perfectamente claro que la misericordia era apreciada y vivida en los tiempos del Antiguo Testamento.
Aquí vemos ya a Cristo hablando de la misericordia en su propio tiempo, y pidiendo que la misericordia se vivia sin hacer mención de tiempos concretos.
Las palabras de María en el Magnificat se refieren explícitamente al futuro de la misericordia: "...todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo. Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen" (Lucas 1, 48-50).
El Papa ya no está hablando de la misericordia de Dios en algunos tiempos concretos, sino de que la misericordia de Dios existe siempre, como Dios mismo. Aquí se nota con claridad la relación que hay entre la encíclica del Papa y el Diario de Santa Faustina, aunque a ella no se le mencione.
Ya cerca de terminar su encíclica el Papa expresa un juicio acerca de la Iglesia en relación con la misericordia: la profesión de la misericordia es el toque que determina la vida auténtica de la Iglesia.
Aquí la misericordia se revela como lo más alto de la vida cristiana, que es el misterio pascual. Nuevamente en esto se nota la estrecha relación con el Diario de Faustina.
Finalmente el Papa nos pide a todos que la misericordia sea continuamente una ferviente plegaria.
Terminamos el apartado anterior viendo que la misercordia divina tiene continuidad desde el principio de la humanidad hasta nuestro tiempo. Pero si ya en nuestro siglo XXI surge el tema de la misericordia extrema, ¿cómo entender que haya continuidad de la misericordia infinita a la misericordia extrema?
Es claro que la misericordia divina siempre es la misma; que lo que crece es nuestro conocimiento de la misericordia divina, y que en ese conocimiento hay continuidad desde el principio. ¿Pero cómo entender la continuidad de nuestro conocimiento de la misericordia infinita a la misericordia extrema?
Desde el principio hasta la misericordia infinita nuestro conocimiento de la misericordia divina crecía solamente de grado: era lo mismo cada vez más intensamente, a saber, que las grandes mayorías se salvaran lo más y lo mejor posible del momento presente en adelante. Sin embargo, los condenados seguirían estando condenados. Con la misericordia extrema, en cambio, nuestro conocimiento de la misericodia divina aumenta no sólo de grado, sino de manera específica, ya que logramos conocer que los condenados también se salvan.
¿Cómo entender ese cambio en nuestro conocimiento de la misericordia divina? ¿Por qué ese conocimiento mayor tiene lugar sólo hasta el siglo XXI, y no antes? ¿Qué sucede hoy que no sucedía antes? ¿Por qué hoy a unos les gusta que los condenados se salven, y a otros les desagrada? Tal vez nos arroje alguna luz volver a aquella pregunta importante que dejamos planteada atrás:
Obviamente lo que logremos entender de esta pregunta respecto a Satán, valdrá también para todos los otros condenados. Esta pregunta es importante porque nos sugiere que el fondo del problema de nuestro nuevo conocimiento respecto a la misericordia extrema es un fondo de carácter afectivo; que en el fondo se trata del amor que le tengamos a Satán, si es que lo amamos; y más aun, si es que Dios lo ama.
Dios crea por amor todo lo que crea; más aun, Dios hace por amor todo lo que hace, porque Dios es Amor. Por tanto Dios creó a Satán por amor; y como Dios no puede dejar de amar, ni disminuir en su amor (ya que no puede cambiar), resulta que Dios siempre ama a Satán con el mismo amor con el que lo creó. Y si Dios ama a Satán, nosotros deberíamos amarlo también; pero dejemos lo nuestro para más adelante.
Lo que ahora puede arrojarnos mucha luz es la parábola del hijo prodigo (Lucas 15, 11-32). Este hijo abandonó a su padre y se llevó la parte de la herencia que le correspondería a la muerte de su padre, porque éste quiso adelantársela. El hijo se fue lejos y malgastó todo lo que había recibido, y en su miseria se puso a considerar:
"¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre!". Y se fue a ver a su padre.
"Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se movió a misericordia y corriendo se le echo al cuello y lo besó", y sin darle tiempo a que se disculpara dijo a sus siervos: "Pronto traed la mejor túnica y vestídsela, y ponedle un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Traed el novillo cebado, matadlo, comamos y hagamos fiesta; porque este hijo mío había muerto y ha resucitado, se había perdido y ha sido encontrado".
El padre recibe al hijo con la actitud cariñosa y misericordiosa de siempre, ¡porque lo ama!, pero no le restituye la parte de la herencia que se le adelantó; ésa el hijo pródigo la perdió. Aquí se ve la justicia. Por eso cuando el hijo mayor protesta, el padre le dice: "todo lo mío es tuyo".
El padre no salió a buscar al hijo pródigo a los lugares donde padecía miseria, sino que esperó a que el hijo volviera; y sólo al verlo, antes de que el hijo pudiera pedirle el debido perdón, salió corriendo a besarlo y perdonarlo. Es la generosa prontitud de la misericordia; basta una consideración mínima para que la misericordia inicie su actuación.
Veíamos arriba que no existe un Infierno dantesco. Sin embargo, hace falta al menos una consideración mínima del condenado para que la misericordia infinita entre en juego y se llegue al misericordioso perdón. Al hablar de la misericordia infinita parecía que esa consideración mínima del condenado no podía tener lugar, y que por eso no podía ser perdonado, y que su Infierno sería dantesco.
Todo indica que esa consideración mínima del condenado no puede tener lugar debido a las solas fuerzas de éste. Pero la misericordia extrema parece indicar que esa consideración mínima del condenado puede tener lugar gracias a una peculiar ayuda de Dios, que infunde en la mente y la voluntad del condenado algo que al menos lo haga dudar y considerar mínimamente; lo cual basta para que la misericordia infinita entre en juego en forma de misericordia extrema y se pueda lograr el perdón. Así se explica la continuidad de nuestro conocimiento entre la misericordia infinita y la misericordia extrema.
Lo que no está claro es lo que Dios haga para que al menos la duda y la consideración mínima tenga lugar... ¡en la mente y voluntad del condenado! Pero Dios, que es omnisciente y omnipotente, ¡y que ama al condenado!, puede hacer algo que no acabamos de comprender. Es decir, que Dios es más misericordioso de lo que nosotros podemos comprender. En lo cual no hay dificultad, si somos humildes.
Finalmente queda la siguiente cuestión: ¿nos gusta o nos disgusta que Dios sea tan misericordioso?
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