FAMILIA TORPE VS MODELO
Torpeza vs modelo (1)




Al ver nuestro mundo de hoy, nos encontramos muchas torpezas establecidas respecto a la familia; veremos algunas, las principales. Las familias auténticas, construidas por matrimonios auténticos de un hombre y una mujer unidos amorosamente para toda la vida, van disminuyendo en gran medida. Veamos primero los aspectos de la familia torpe.


FAMILIA TORPE

Antes de la familia suele haber un noviazgo, o varios. Diremos aquí algo del noviazgo, y ya no será necesario repetirlo al hablar de la familia modelo. De hecho el noviazgo no es una torpeza ni un modelo, sino una simple conveniencia. 

El noviazgo es la preparación para el matrimonio. Los novios deben ser un hombre y una mujer, como después de casarse deben serlo también los cónyuges (trataremos más de esto al hablar del matrimonio). Los novios se hacen tales con objeto de averiguar si son afines para casarse y formar una familia, dado que quisieran casarse porque se aman.

Lo usual es que los jóvenes, hombres y mujeres, procuran presentarse atractivos, simpátcos, sociables, amistosos, a fin de ser bien aceptados, sobre todo los hombres por las mujeres y las mujeres por los hombres. En el noviazgo la situación debe ser un poco diferente; deben darse a conocer a su pareja tal como son. En efecto, sólo conociéndose tal como son podrán averiguar si son afines para casarse y formar una familia.

Deberán ver cómo les funciona su noviazgo en todas las situaciones posibles: ellos solos, al platicar, con los amigos, en eventos sociales, con la familia de él, con la familia de ella, etcétera. También será conveniente que el noviazgo dure un tiempo razonable, como varios meses o incluso pocos años, para que vean cómo se sienten cuando ya se hayan acostumbrado: él a ella y ella a él.

La elección de la novia de parte de él, y del novio de parte de ella, debe ser libre y realizada cabalmente por ellos mismos, no por sus padres, ni por sus amistades, ni por presiones provenientes de cualesquiera otras personas o instituciones. Claro que podrán escuchar opiniones y consejos, pero las decisiones deberán ser de ellos mismos. Y será muy importante que no aparezcan los celos, y mucho menos que procuren darse celos. Deberán hacer todo lo posible para averiguar si lograrán vivir juntos y contentos a lo largo de toda la vida.

El noviazgo no es una prolongación de la simple amistad, pues le añade a ésta la exclusividad entre los novios. El noviazgo es una época de prueba, y en caso de que no funcione puede terminarse o disolverse. Y se pueden tener todos los noviazgos que se quiera o que convenga. Pero no son verdaderos noviazgos las amistades que no sean una preparación para el matrimonio.


La edad para casarse


Es notable, y debe hacernos pensar, que de hace unos dos siglos hacia atrás ―aun con padres analfabetos― se formaban mejores familias que las que se forman hoy. El hecho se debe a que en aquellas épocas los matrimonios solían darse cuando los novios eran muy jóvenes ―al llegar a ser capaces de engendrar o poco después―, es decir, poco después de la pubertad. Se cumplía la norma general de comenzar a realizar las actividades básicas en la medida en que se es capaz de ello. En el derecho canónico las edades en que los jóvenes ya pueden casarse han sido los 14 años para la mujeres, y los 16 años para los hombres.

Es ley o norma que los seres vivos comiencen a realizar sus actividades indispensables inmediatamente, instintivamente, en cuanto son capaces de realizarlas, como respirar, alimentarse, defecar, orinar, ver, oír, oler, tocar, descansar, dormir. Y también comienzan a realizar otras actividades no tan indispensables, pero también básicas, en cuanto son capaces de realizarlas, como coger objetos, comunicarse, gatear, caminar, hablar, socializar de menos a más, etcétera. Esta norma vale también para el matrimonio: casarse en la edad en que se es capaz para engendrar, o poco después. Óptimamente después de la pubertad, y casi siempre antes de los 20 años, cuando todavía son adolescentes (teenagers, como se dice en inglés). Así se explican las edades canónicas mencionadas, de los 14 y los 16 años.

Si se casan cuando al menos uno de los dos ―quizás él― haya terminado una carrera universitaria, y de preferencia una maestría, y además haya trabajado una temporada a fin de tener buenos ingresos, se estarán casando alrededor de los 30 años, cuando sus vidas ya están hechas, sus metas ya están definidas, lo mismo que sus modos de vivir y sus trabajos profesionales. En tales circunstancias, pasado el entusiasmo del noviazgo lo más probable es que ni ella quiera adaptarse a él, rehaciendo una vida que ya está hecha, ni él quiera adaptarse a ella. El vivir juntos se hará difícil, surgirán muchos conflictos, y el divorcio ―ya tan aceptado socialmente― se presentará como una solución aceptable.

Además surgirá el tema ―problema― de los hijos y su educación. Lo más probable será que ella no quiera dejar de lado sus actividades ya programadas ―trabajo, club, salón, amistades, etcetera― para dedicarse al cuidado y educación de sus hijos pequeños, que por naturaleza piden ser atendidos por la madre (más de esto se verá en el artículo “Educación torpe vs modelo”). Por ahora baste notar los conflictos que surgen debido a los hijos y su educación al casarse a edades más avanzadas que lo pedido por la naturaleza (poco después de la pubertad, antes de los 20 años).

El casarse jóvenes ―a esas edades― antes de tener cada uno su vida ya hecha, permite que ambos hagan su vida en común conforme a su mutuo amor y al bien de sus hijos presentes y futuros, que además podrán ser muchos. En la clase social más baja todavía suele o puede ser así, como sucedía hace siglos. En la clase social alta no suele ser así, porque lo impide el dinero, entre otras cosas.

Y pretender que a nivel mundial los novios se casen hoy poco después de la pubertad o al menos antes de los 20 años es algo considerado como una utopía.


La cuestión del dinero

Como botón de muestra consideremos el hecho de que en el mundo mueren de hambre, o de sus conecuencias, alrededor de nueve millones de personas al año, mientras que se tiran al mar toneladas de alimentos tan sólo para controlar su precio: ¡dinero!

Hablaremos más del dinero en los artículos “Trabajo torpe vs modelo” y “Sociedad torpe vs modelo”. El dinero, deficiente o excesivo, es una de las principales causas del fracaso de los matrimonios, y consecuentemente de las familias.

La familia es un fin de la naturaleza humana, y también un fin querido por Dios como causa de la naturaleza. En cambio, el dinero no es un fin, sino sólo un medio, y uno de los medios de menor valor. Pero nosotros hemos hecho ―¿establecido?― que el dinero sea uno de los principales fines de nuestras vidas y ―sin decirlo así― que esté por encima de la familia, de la ética, de la religión, e incluso por encima de Dios; hay en esto mucho de hipocresía.

No es algo que esté escrito, sino que está en lo profundo de la mente de las personas: no te cases con quien amas, sino con quien te convenga (con quien tenga dinero y buena posición social); no te apuntes a la carrera universitaria que responde a tu vocación profesional, sino a la carrera que te proporcionará mayor dinero (típicamente Administración de Empresas).

En las sociedades clasistas, como la mexicana, el dinero da buena posición social, pero la buena posición social no siempre da dinero. Más aun, la falta de dinero hace que se vaya perdiendo la posición social que se tenía. Para ser ricos en la vida familiar que los cónyuges formen, es conveniente que hayan formado un patrimonio antes de casarse. Y puede darse el caso de que ambos cónyuges hayan hecho una carrera universitaria e incluso tengan una maestría. Entonces puede presentarse la cuestión de quién gane más, y que quien gane más de hecho se convierta en la cabeza de la familia, y que sea quien gobierne.

Lo correcto es que ambos cónyuges gobiernen, como formando un consejo de gobierno. Pero como en todo buen consejo de gobierno, debe haber una persona ―no varias― que decida en caso de conflicto. Y en la familia, por naturaleza, esa persona es el padre de familia, no la madre. Lo cual suele alterarse cuando es la madre quien gana más, haciendo así que la competitividad por el dinero viole las normas de la naturaleza.

Estos problemas, referentes al dinero, se dan en mucho menor medida en las clases de menor nivel económico. Como iremos viendo, el dinero es una de las mayores causas de conflictos entre los humanos.


El matrimonio

Aquí y ahora entenderemos por matrimonio la noción clásica y auténtica del mismo, a saber, la unión amorosa, exclusiva e indisoluble, de un hombre con una mujer por el resto de la vida, y con el deseo de formar una familia con hijos propios. El matrimonio auténtico es el fundamento de la familia auténtica. Hoy el término matrimonio tiene otros significados aceptados incluso por algunas legislaciones civiles. Aquí y ahora no entraremos en esa polémica.

A la pareja de novios que han decidido casarse, o a cualquier pareja que ha decidido casarse se les llama contrayentes. Y el matrimonio se realiza por el consentimiento o decisión de los contrayentes, y no por ningún otro motivo. 

La elección del futuro cónyuge de parte de él o de ella, debe ser libre y realizada cabalmente por ellos mismos, no por sus padres, ni por sus amistades, ni por presiones provenientes de cualesquiera otras personas o instituciones. Claro que podrán escuchar opiniones y consejos, pero las decisiones deberán ser de ellos mismos. Si es así respecto al noviazgo, con mucho mayor razón lo es respecto al matrimonio.

El matrimonio no es una prolongación del noviazgo, pués le añade a éste la perpetuidad. El matrimonio no es una época de prueba ―como lo es el noviazgo―, sino algo definitivo para toda la vida; y que sólo se disuelve por la muerte de alguno de los cónyuges. Se trata de compromisos definitivos. Justamente el noviazgo existe para evitar que se realicen malos matrimonios.

De hecho hay malos matrimonios, como en los que hay infidelidad, adulterio, desuniones, etcétera. Pero ni siquiera por esos motivos el matrimonio puede disoverse. La razón es la naturaleza misma del amor, que por sí mismo tiende a continuarse; y también las exigencias de la vida y la educación de los hijos. 

El matrimonio es humanamente así, por naturaleza, porque la humanidad es una especie que por naturaleza tiende a propagarse y perpetuarse. Y esto sólo se logra por el nacimiento de niños o nuevos seres humanos. Y cada nuevo ser humano es concebido, nace, se desarrolla y muere. Su desarrollo puede ser muy complejo y diverso en distintos seres humanos, pero en lo básico suele incluir alimentación, descanso, aprendizaje, relaciones con otros seres humanos, tener trabajo, tener relaciones sexuales, multiplicarse teniendo hijos, y envejecer para luego morir.

Para tener hijos se precisa que en los seres humanos haya hombres y mujeres. Un ser humano solo, sea hombre o mujer, aunque sea individualmente completo es alguien humanamente incompleto, ya que no puede tener hijos ni multiplicarse ni propagar la especie. Para que haya humanidad completa hace falta que haya al menos un hombre y una mujer, de modo que puedan tener hijos y así multiplicarse y propagar la especie.

Para que haya hijos se requieren relaciones sexuales de hombre con mujer. Hombre con hombre no pueden tener hijos, ni mujer con mujer. Si hubiera sólo hombres la humanidad se extinguiría, lo mismo que si hubiera sólo mujeres. La fecundidad humana exige que haya relaciones de hombres con mujeres.

Lo anterior, que es humanamente evidente, coincide con lo que dice la Biblia respecto a la creación del ser humano de parte de Dios, quien es el Creador de la naturaleza. Analicemos los textos pertinentes:

    1. “Díjose entonces Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza»” (Génesis 1, 26).

    2. “Formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado” (Génesis 2, 7).

    3. “Y se dijo Yavé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él»“ (Génesis 2, 18).

    4. “… formó Yavé Dios a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne»” (Génesis 2, 22-23).

    5. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne” (Génesis 2, 24).

    6. “Conoció el hombre a su mujer, que concibió y parió a Caín, diciendo: «He alcanzado de Yavé un varón». Volvió a parir, y tuvo a Abel, su hermano” (Génesis 4, 1-2).

    7. “Conoció de nuevo Adán a su mujer, que parió un hijo, a quien puso por nombre Set, diciendo: «Hame dado Yavé otro descendiente por Abel, a quien mató Caín»” (Génesis 4 25).

    8. “Este es el libro de las generaciones de Adán. … Tenía Adán ciento treinta años cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza, y lo llamó Set; vivió Adán después de engendrar a Set ochocientos años, y engendró hijos e hijas” (Génesis 5, 1-4).

    9. “El hombre llamó Eva a su mujer, por ser la madre de todos los vivientes” (Génesis 3, 20).

    10. “Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: «Creced y multiplicaos, y henchid la tierra»” (Génesis 1, 27).

Cuando en nuestro número (3) Dios dice que no es bueno que el hombre esté solo no se refiere a que Adán no esté solo en absoluto, ya que está en unión con Dios, además de que está rodeado de múltiples plantas y animales; se refiere a que no es bueno que esté solo humanamente, y por eso dice que va a hacerle una ayuda semejante a él. Y la ayuda que le hace es la mujer (4), de la cual el hombre exclama que eso sí que es ya huesos de sus huesos y carne de su carne.

Dios decidió hacer al hombre (Adán) a Su imagen y semejanza (1), inspirándole en el rostro aliento de vida, para que fuera ser animado (2). Y al hacerle a la mujer como ayuda semejante a él, resulta que Eva también es semejante a Dios. La semejanza de Adán y Eva con Dios consiste en que son seres animados, es decir, inteligentes y libres.

Ellos, Adán y Eva, son los dos primeros seres humanos que existieron. Dios los creó macho y hembra y los bendijo diciéndoles que crecieran y se multiplicaran, y que hinchieran la tierra (10). Y la capacidad de crecer ―procrear― y multiplicarse fue una bendición dada por Dios a los dos primeros seres humanos: un hombre y una mujer. O sea que la multiplicación de los humanos que llenan la tierra proviene de la procreación, que a su vez viene de las relaciones de Adán y Eva, es decir, de un hombre y una mujer. Los dos primeros seres humanos no fueron dos hombres, ni dos mujeres, sino un hombre y una mujer.

Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne (5). Para dejar el hombre a su padre y a su madre hacía falta que antes viviera con ellos. Y a esa vida conjunta de padre, madre y al menos un hijo ―o hija―  es a lo que desde el principio se le llamó familia. Los dos cónyuges sin hijos no forman todavía una familia. Al adherirse el hombre a su mujer ambos vienen a ser una sola carne, es decir, tienen relaciones sexuales que suelen dar lugar a hijos. Los hijos son el fruto de las relaciones sexuales de sus padres.

El coito de los padres ―hombre y mujer― suele dar lugar a la fecundación del óvulo materno por el espermatozoide paterno, que es la concepción, la que suele dar lugar al embarazo, y luego al nacimiento. En el coito de los padres debe y suele haber placer y sobre todo amor, amor conyugal. El amor conyugal es premiado con el placer sexual; la Biblia lo llama “placer que acompaña al sueño” (Sabiduría 7, 2). Este placer es idóneo para que los cónyuges se reconcilien, antes de dormir, de los problemas que hubieran podido tener ese día, y así cada día; nunca deben dormir sin haberse reconciliado, así permanecerán siempre unidos.

Los hijos deben ser fruto del amor conyugal de sus padres. Dios lo quiso así, lo planeó así y lo instituyó así. La familia fue instituida por Dios desde el principio. Dios quiso que la humanidad creciera gracias al amor conyugal que se da en las familias.

Y pretender que a nivel mundial los matrimonios se conserven hoy unidos, por ser indisolubles, sin permitirse el divorcio, es hoy algo considerado como una utopía.


El divorcio

Hemos establecido la ley que permite el divorcio; y los novios, supuestamente enamorados, poco tiempo después de casados pueden llegar a no soportarse y pedir el divorcio; y esto con grandes pleitos respecto a los bienes que tendrán que dividirse: casas, automóviles, negocios, inversiones, chequeras, animales como perros y gatos, e incluso hijos e hijas. Todo lo cual es causa de gran dolor para ellos y ellas, al ver que sus padres se aborrecen y que su familia se deshace. Dolor que sus padres consideran menor que el dolor de tener que seguir viviendo juntos; dolor que sus padres suelen usar para ganar los pleitos de quedarse con mayores beneficios económicos.

El divorcio supone siempre un gran sacrificio de parte de los hijos; sacrificio que incluye la pérdida de sus propias raíces. Es frecuente que los hijos hagan el propósito de que a ellos no les suceda lo mismo que a sus padres. Pero después del supuesto enamoramiento del noviazgo, y si llegan a aborrecerse después de casados, suele surgir la tremenda pregunta: ¿si aun nuestros padres se divorciaron, por qué nosotros no? El viejo propósito de evitar el mal en que cayeron sus padres se convierte en el motivo presente para justificar que ellos, los hijos, hagan lo mismo; y viene el divorcio.

El divorcio se ha difundido en la sociedad hasta quedar establecido como algo normal. Y el divorcio hace que los divorciados vayan dejando atrás sus principios morales, su ética e incluso su religión. Y acaban pensando: si esto le sucede a la mayoría, o a tantos, no ha de ser tan malo. Y entonces, ¿para qué casarse? ¿Cuál es el valor del matrimonio? Y los hijos, que suelen acabar siendo un estorbo, ¿para qué tenerlos?

Y así aparecen las parejas que simplemente deciden vivir juntas mientras lo pasen bien, y poder separarse si llegan a pasarlo mal. Todo sin matrimonio, ni hijos, ni familia, ni divorcio, ni pleitos económicos, porque los bienes siempre estuvieron separados: lo tuyo siempre fue tuyo, y lo mío siempre fue mío. Y él, a buscarse otra; y ella, a buscarse otro, y así en adelante. Lo malo es que con el tiempo van apareciendo las enfermedades, y la vejez, y finalmente la soledad y la muerte; soledad y muerte terribles. Y entonces ¡ah!, de algo servía la ética, y la religión, y el matrimonio, y los hijos, y en fin, la familia.

La gran inconveniencia del divorcio, que hemos visto desde el punto de vista meramente humano, es afirmada contundentemente en el aspecto religioso, ya que así se lee en la Biblia: “Yo odio el repudio, dice Yavé Dios de Israel” (Malaquías 2, 16).

Y pretender que a nivel mundial se suprima hoy el divorcio es algo considerado como una utopía.


Dar el primer lugar a las personas

¿Por qué el padre de familia es quien debe decidir en caso de conflicto? Dicho en otras palabras: ¿por qué el padre, y no la madre, es la cabeza o la autoridad de la familia? En esta época de tanto feminismo la respuesta a esta pregunta debe aclararse razonablemente. Y la razón es que las personas están por encima de las cosas, sea el dinero, la posición social, las relaciones sociales, etcétera; y tanto más si se trata de las personas amadas. Hay que dar el primer lugar a las personas.

Cuando el primer lugar se les da a las relaciones sociales ―trabajo, club, salón, amistades, etcetera― las normas sociales quedan por encima de los hijos y de las normas familiares. Se ha llegado a decir que es de mala educación hablar de los hijos. Se busca la forma de que los hijos, incluso los más pequeños, sean atendidos por otras personas o instituciones a fin de poder atender las relaciones sociales. En breves palabras, se busca distanciarse de los hijos.

Los hijos son un obstáculo para las relaciones sociales, en vez de que éstas sean un obstáculo para la buena atención de los hijos. Cuando los cónyuges se reúnen con cónyuges amigos en casa de alguno de ellos, se considera que no se debe llevar a los hijos, e incluso los anfitriones procuran que sus hijos no estén en la casa en los momentos de la reunión.

Hay restoranes que tienen lugares aparte para que los niños coman, e incluso también lugares para que jueguen mientras sus padres comen. ¿Por qué no hacer lo mismo en las casas donde se reúnen los cónyuges amigos? ¿Por qué distanciarse de los hijos en gran medida para lograr supuestamente mejores relaciones sociales?

Como la educación es una actividad esencialmente amorosa, y quienes más aman a los niños pequeños son sus padres, éstos son los mejores educadores de sus hijos; y como es la madre quien más de cerca e íntimamente debe estar con sus hijos pequeños ―leche materna, afecto materno y mil etcéteras―, resulta que el trabajo propio de la madre es atender a sus hijos, y que el trabajo propio del padre es proveer lo necesario, para lo cual es conveniente salir del hogar. Es claro que ambos deben complementarse y que pueden trabajar también en otras cosas, pero sin descuidar lo que les es propio.

El trabajo propio de las madres está bien determinado por la naturaleza, de modo que en eso ellas no tienen que tomar diversas decisiones importantes. En cambio el trabajo propio de los padres no está bien determinado por la naturaleza, y ellos ciertamente deben tomar diversas decisiones importantes. Y esta mayor necesidad de decidir para el buen logro de la vida familiar, sobre todo en los casos conflictivos, hace que sea el padre la cabeza o autoridad de la familia.

Además de lo anterior, está la universal y normal experiencia de la vida ―sin alterarla con falsas razones de la ideología de género―: son ellos quienes les declaran su amor a ellas, y no ellas a ellos. Los esposos quieren proteger a sus esposas ―y a sus hijos―, y no ser protegidos por ellas; ellos no quieren una segunda mamá, sino una esposa. Ellas ―juno con sus hijos― quieren ser protegidas por sus esposos; no quieren ser nuevamente hijas de familia, sino tener un esposo con quien gobernar conjuntamente a su familia, dejándole a él la provisión de lo necesario y las decisiones en los casos conflictivos o muy difíciles.

Y esta norma ―de que él sea la cabeza familiar― también se viola por motivo del exceso de dinero, ya que el dinero permite conseguir personas o instituciones que suplan a la madre en la debida atención de sus hijos, incluso de los más pequeños. Así desaparecen los motivos naturales de que el padre sea la cabeza de la familia, sobre todo si ella gana más. Y también así, los hijos suelen carecer del cariño y las debidas atenciones de su madre, con las conocidas consecuencias de tal falta de afecto. Nuevamente salen a la luz las dañinas consecuencias del exceso dinero.


El aborto voluntario

El aborto voluntario es el homicidio de una persona humana que ya fue concebida pero que todavía no nace, es decir, un feto, que todavía está en el seno materno. La objeción a que se trate de un homicidio, es considerar que el feto puede no ser todavía una persona humana. En esto hay muchas opiniones, y también diversas legislaciones en los distintos países. Que el homicidio es un crimen es algo universalmente reconocido, y no corresponde comprobarlo aquí.

Es un hecho que el feto, desde su primera célula, está destinado a nacer como ser humano, o sea que es un ser humano en desarrollo. De no ser así, ¿qué sería el feto? ¿Acaso el feto sería un ser amorfo, informe? Si así fuera, ¿porqué no se desarrolla como conejo, ardilla, o cualquier otra cosa? ¿Por qué siempre se desarrolla como ser humano? La razón es muy clara: porque es un ser humano en desarrollo; porque tiene un ADN propio, distinto del de sus padres.

Ese ADN es el ADN típico de un ser humano; por tanto, el feto es un ser vivo en desarrollo, humano por naturaleza. Y si el feto es un ser humano en desarrollo, es una persona humana en desarrollo, porque todo ser humano es persona. El feto tiene vocación de humanidad, y también de varias vocaciones humanas personales, incluso profesionales.

Pensemos en Mozart. Es claro que Mozart tenía vocación a la música, ¿desde cuándo?, ¿estaba ya en su ADN al menos en parte? Claro que sí; y por tanto la vocación a la música estaba ya en su feto y aun en su primera célula. ¿Podemos decir que el feto de Mozart no tanía vocación a la música? Y si la tenía, ¿podemos decir que no era persona humana?

Si Mozart hubiera sido abortado habríamos perdido mucho; esto lo sabemos, pero no lo sabíamos antes de que naciera. Y esto es lo que sucede con todos lo fetos abortados; lo cual tiene tremendas consecuencias: en cada aborto, no sabemos lo que perdemos. En cada aborto perdemos no sólo a la persona abortada, sino también a todos sus posibles hijos, y a toda su posible descendencia.

¿Que habría sucedido si Abraham hubiera sido abortado? Pues… ¡no habría judaísmo, ni cristianismo, ni islamismo! Pero tal vez la madre de Habraham se habría evitado algunas molestias personales. ¿Eso habría justificado el abortar a su hijo? ¿El evitar algunas molestias personales justifica la pérdida de posibles grandes bienes? Claro que no.

De cualquier manera, y al margen de estos últimos comentarios, el hecho es que la madre que aborta de manera voluntaria ciertamente mata a su hijo ―o hija―, a un ser humano inocente; y son también culpables todos los que intervienen en la decisión de que se aborte. El aborto voluntario es un homicidio.

Hemos visto, desde el punto de vista meramente humano, que el feto es una persona humana desde su primera célula, es decir, desde su concepción. Notablemente, desde el punto de vista religioso se afirma lo mismo, pues en la Biblia se lee lo siguiente: “En pecado me concibió mi madre” (Salmos 51, 7).

Sólo las personas pueden estar en pecado, y si el ser humano puede estarlo en su concepción, se sigue que desde su concepción es persona humana. El aborto voluntario es parte esencial de lo que hoy llamamos cultura de la muerte, en oposición a lo que llamamos cultura de la vida.


El control de la natalidad familiar

He dicho natalidad familiar para no tomar aquí postura respecto al control de la natalidad fuera del matrimonio, de lo cual no vamos a hablar aquí ahora. Por tanto aquí estaremos hablando del control de la natalidad dentro del matrimonio.

Los cónyuges controlan la natalidad cuando actúan de forma que durante cierto tiempo no tengan ninguna concepción. Obviamente esto se logra si durante ese tiempo evitan todo coito. Pero también puede lograrse teniendo coitos que aseguren que no habrá concepción. Lo normal y lo deseable es que la pareja logre controlar la natalidad de esta segunda forma, pues lo usual es que la pareja quiera tener coitos. La pregunta que surge es ¿por qué quieran los cónyuges no tener concepciones durante un cierto tiempo? ¿Será que no quieran tener hijos durante ese tiempo, y por qué?

Éstas son preguntas bien formuladas, legítimas, y hay que responderlas. Sin embargo, antes de eso, podemos afirmar algo con seguridad: podemos impedir concepciones, pero no podemos asegurar que se realicen. En esto nuestra libertad funciona en lo negativo, no en lo positivo. Hay parejas que tienen que esperar años con la esperanza de llegar a tener una concepción, y hay casos en que nunca lo logran.

El control natal y el aborto tienen algo en común: en ambos casos no se tiene el nacimiento de un nuevo hijo. Pero hay una gran diferencia: en el caso del aborto hay concepción y se tiene un feto; en el control natal no. En el aborto voluntario hay un homicidio; en el control natal no. Aun así, la moral cristiana sostienen que el control natal puede ser inmoral, es decir, pecaminoso. Analicémoslo.

Un feto abortado es un ser humano que no puede gozar de la vida presente, pero que puede gozar de la vida eterna. En el contro natal no hay posible gozo de la vida presente, ni de la vida eterna. Por tanto, se puede pensar que el control natal es algo peor que el aborto.

A esto suele responderse que en el control natal no hay inmoralidad porque no hay un ser humano al que se le puedan violar sus derechos; no hay violación posible de dignidad humana ni de derechos humanos porque no existe un ser humano. Esto es verdad. Sin embargo, ciertamente se pueden violar los derechos divinos, porque hay derechos divinos; Dios puede querer crear un alma humana y que haya concepción y nacimiento, pero nosotros lo impedimos con el control natal. Como puede verse, en el control natal y su moralidad es necesario hablar de Dios y del alma humana, cosa que pudimos evitar al hablar del aborto.

Dios les da a los cónyuges la iniciativa de tener coitos que den lugar a concepciones, para las cuales Dios crea almas. Dios les da a los cónyuges la iniciativa de que Dios cree almas. No sucede al revés: que Dios tome la iniciativa de crear almas, para que los cónyuges tengan coitos a fin de lograr fetos para esas almas. Los cónyuges ni siquiera sabrían cuándo tener esos coitos.

Es muy claro que respecto a las concepciones humanas Dios les da a los cónyuges la iniciativa de su acto creador. Esto es algo impresionante y que los humanos debemos agradecer. Pero los cónyuges podrían pensar lo siguiente: Ah, ¿conque nos das la iniciativa de tu acto creador? Pues entérate de que de nuestra cuenta corre que no puedas realizar tu acto creador, porque nosotros controlaremos la natalidad.

Es claro por tanto que, al controlar la natalidad, los cónyuges pueden violar los derechos divinos de crear almas humanas para lograr concepciones y nacimientos. Y como los cónyuges no saben cuándo Dios decide crear almas para que sus coitos den lugar a concepciones e hijos, lo seguro para no violar los derechos divinos radica en tener todos sus coitos abiertos a la vida. Sin embargo, los cónyuges pueden saber que durante determinado tiempo sus coitos deben estar cerrados a la vida para evitar consecuencias pecaminosas, como puede ser la muerte de la madre, o algunas otras consecuencias pecaminosas.

Resulta, pues, que los cónyuges no son del todo libres para controlar la natalidad, sino que sólo pueden hacerlo para evitar consecuencias pecaminosas. Lo cual requiere un serio estudio o asesoramiento de parte de los cónyuges, que no corresponde tratar aquí y ahora.

De lo anterior ser deriva que los cónyuges que controlen la natalidad sólo por gusto o capricho actúan inmoralmente; además de despreciar el inapreciable valor del posible nuevo hijo. Los cónyuges siempre deben querer el nuevo hijo, pero pueden tolerar no tenerlo sólo a fin de evitar consecuencias pecaminosas.

Controlar la natalidad por el simple no querer el posible nuevo hijo, es algo que también forma parte de la cultura de la muerte.


La eutanasia

La eutanasia es un homicidio o un suicidio de un ser humano inocente, con el fin de evitar el sufrimiento y lograr una muerte digna (ni la eutanasia ni el suicidio son peculiares fomas de pena de muerte). La misma noción de la eutanasia pretende ser su justificación.

Al hablar del aborto se dijo que es algo universalmente reconocido que el homicidio es un crimen, y que no corresponde comprobarlo aquí. Aquí podemos decir lo mismo, y también decirlo respecto al suicidio, que a fin de cuentas es un autohomicidio. Pero la eutanasia es un homicidio o un suicidio; por tanto, la eutanasia es un crimen.

Pretender que la eutanasia no sea un crimen es pretender que el homicidio no sea un crimen, y que el suicidio tampoco lo sea. Pero eso es pretender que los seres humanos seamos los dueños de nuestra propia vida y de nuestra propia muerte, lo cual es falso porque nosotros no nos damos la vida.

Dios dice en la Biblia: “Yo doy la muerte y yo doy la vida” (Deuteronomio 32, 39).

Podemos quitarnos la vida, pero no podemos dárnosla. También en esto nuestra libertad funciona en lo negativo, no en lo positivo. El hecho mismo de la muerte nos asegura que ni siquiera podemos conservar la vida, una vida que no nos dimos nosotros mismos. Más aun, ni siquiera podemos conservar la juventud ni la salud por nosotros mismos.

Es claro, por tanto, que la eutanasia es un crimen, y que también forma parte de la cultura de la muerte.



FAMILIA MODELO

Veamos ahora los aspectos de la familia modelo. Claro que la familia modelo debería abarcar y mejorar todos los aspectos mencionados en la familia torpe, y otros más. Por lo cual, como ya se dijo, el dearrollo de la familia modelo sería considerado hoy como una utopía, pero que también pudiera considerarse como una sana guía, positiva y constructiva, para que los artículos torpes puedan mejorarse cada vez más. Son 8 los temas que hemos tratado al hablar de la familia torpe:

  1. La edad para casarse
  2. La cuestión del dinero
  3. El matrimonio
  4. El divorcio
  5. Dar el primer lugar a las personas
  6. El aborto voluntario
  7. El control de la natalidad familiar
  8. La eutanasia

El solo tema de la edad para casarse, antes de los 20 años y de preferencia poco después de la pubertad, hace que la familia modelo sea hoy para nosotros una utopía. Hoy pensamos que a esas edades los novios no tienen todavía la debida formación para el matrimonio; cuando en realidad esas son las edades en que se tiene la mejor formación para el matrimonio. La razón es que tal formación es dada por la naturaleza, como también la naturaleza da la mejor formación para caminar, hablar, etcétera, a las correspondientes edades.

Nomás pensemos lo que sería que a los niños no les permitiéramos caminar hasta haberles dado la educación que a nosotros nos parece conveniente para que caminen bien. Nos parece ridículo, ¿no es así? Pues eso es lo que realmente sucede respecto a nadar. Los niños aprenden naturalmente a nadar antes de cumplir su primer año de edad, gracias a la formación que les da la naturaleza. Y cuando nosotros no lo sabemos ―sucede casi siempre― les infundimos el temor a el agua ―que antes no tenían―, y no les permitimos aprender a nadar hasta que seamos nosotros quienes se lo enseñemos. ¿Y cuál es el resultado? ... ¡Que miles de personas mueren ahogadas por no saber nadar!

Digamos lo mismo referido al matrimonio y la familia. Los jóvenes aprenden a enamorarse en la pubertad y la adolescenca (teenagers), gracias a la formación que les da la naturaleza. Y cuando nosotros ―sus padres u otros humanos maduros― no lo entendemos bien ―suele suceder― les infundimos a los jóvenes el temor al enamoramiento ―que antes no tenían―, y no queremos permitirles aprender a enamorarse hasta que seamos nosotros quienes se lo enseñemos. ¿Y cuál es el resultado? ... ¡Que millones de cónyuges se divorcian por no saber amar!

Nos gusta pensar que somos mejores educadores que la naturaleza, creada por Dios, y que por lo mismo ―sin decirlo así― somos mejores educadores que Dios.

Por eso pretender en nuestro tiempo que la humanidad piense y acepte que la naturaleza educa mejor que nosotros a los jóvenes para que aprendan a enamorarse y amar para el matrimonio, es considerado hoy como una utopía.

Claro que la formación para el matrimonio requiere de mayor educación de parte de los padres, pero contando con eso, la mejor edad para casarse es la señalada. Hay muchas otras fuentes de educación o formación para el matrimonio, pero aun contando con todo eso ―ceteris paribus―, la mejor edad para casarse es la señalada.

Nosotros no tenemos problema en que en la familia modelo no haya abortos voluntarios ni eutanasia. Pero ciertamente tenemos problema en que no pueda haber divorcio de un matrimonio, o en que toda familia deba fundarse en un matrimonio auténtico. El solo tema del divorcio hace que, al menos hoy, la familia modelo fuera considerada una utopía. Y lo mismo sucede con el tema del dinero, pues pensamos que mientras más dinero, mejor. Y lo mismo sucede con que la cabeza de la familia sea el padre, no la madre; y con el control de la natalidad familiar. Además, en la familia modelo no cabría la cultura de la muerte.

O sea que de los 8 temas que hemos tratado son 6 los temas por los que la familia modelo sería hoy considerada una utopía. Sólo 2 temas no llevan a la utopía, el aborto voluntario y la eutanasia.

Aun así, siendo la familia modelo una utopía en este mundo, esta utopía es una buena guía, positiva y constructiva, para lograr criterios y escritos que sirvan para mejorar las torpezas o escritos torpes referentes a la familia. Dicho en otras palabras, el presente artículo “Familia torpe vs modelo”, es una buena obra de consulta.

Consideremos como ejemplo tan sólo la edad para casarse. El modelo es que se casen antes de los 20 años, siendo adolescentes, lo que en inglés se llama teenagers. Obviamente eso es hoy considerado una utopía. Sin embargo, tal utopia puede ayudar como guía, positiva y constructiva, para mejorar los escritos torpes. En tales escritos así mejorados, aunque no se pida que se casen siendo todavía adolescentes, se podrán mencionar los inconvenientes de casarse cerca de los 30 años, y los beneficios de casarse tan pronto como se pueda, razonablemente. Y también los beneficios de no seguir avanzanado todavía solteros en lo que podrían avanzar estando ya casados, como podría ser, por ejemplo, hacer una maestría o un doctorado, y muchas cosas más.

Algo semejante podrá hacerse con todo lo que se considere como modelo, y hoy como utopía: con el tema de la educación, del trabajo, la sociedad, el mundo, los valores y la religión, como iremos viendo, y más. Además, es imortante notar que la familia es básica y está relacionada con todo, y que, visto lo que sucede con la familia en este largo artículo, en esos otros aspectos los artículos podrán ser breves.

Pretender en nuestro tiempo que la humanidad piense y acepte que la naturaleza ―creada por Dios― educa mejor que nosotros en la familia, y en general, es considerado hoy como una utopía.


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