En el artículo anterior tratamos incluso de lo que está fuera de nuestro alcance, como desde cuándo inició Dios su creación (decreto), y también hasta cuándo durará. En este artículo trataremos más bien de lo que está en nuestro alcance, y por lo mismo de manera más realista.
A continuación se mencionan de manera numerada y cronológica los principales eventos y desastres que han tenido lugar en lo que llevamos de la historia judeocristiana hasta la fecha (año 2023). Estos eventos y desastres, y lo que ha acontecido alrededor de ellos, está dentro de nuestro alcance en mayor o menor medida y podremos tratarlo de manera más realista.
Estos son los principales eventos y desastres, y nos permitirán analizar la actitud de Dios respecto a muchos de ellos; de tal forma procuraremos comprender mejor el plan de Dios. Se han destacado en letras negritas los temas que nos parecen más importantes.
Al inicio del artículo El plan de Dios se mencionan limitaciones e impulsos indicados por Jesucristo respecto a lo que podemos o no podemos conocer —y por lo mismo investigar— respecto a su plan. En ese inicio se mencionó lo de "Ni ojo vió, ni oído oyó", etcétera. Y claro, eso se debe respetar en todos los artículos derivados de "El plan de Dios"; el presente artículo es el número 6 de esos artículos derivados.
Lo primero (1) en nuestra lista anterior es la creación del hombre, el pecado y su difusón. Aquí nos referimos al pecado del ser humano; pero hay algo anterior a esto y relacionado con ello. Se trata del pecado de Luzbel, convertido en Satanás —también Satán— después de pecar. Satán engaña y tienta a Eva para que peque —comiendo del fruto prohibido—, y luego Eva tienta a Adán.
Eva pecó porque Satán la tentó, y Adán pecó porque Eva lo tentó; pero Luzbel pecó sin que nadie lo tentara. ¿Por qué pecó Luzbel? ¿Cómo se explica el pecado de Luzbel, que lo convirtíó en Satanás? Esto es lo primero que hay que analizar desde el inicio de nuestra historia judeocristiana, aunque sea también anterior a ella.
Sabemos que Dios crea muchas personas, y que esas personas tienen libertad y también inclinaciones buenas y malas:
En una misma persona puede haber inclinaciones buenas y también inclinaciones malas, con ocasión de diversas circunstancias. Así lo reconocemos incluso en nosotros. En Satán, entre las muchas inclinaciones que puede tener, se da la inclinación al mal, la de rebelarse contra Dios, debido a ser limitado y tener envidia de la condición ilimitada del ser de Dios, aun sabiendo que sólo Dios puede ser ilimitado y de hecho es ilimitado.
La rebeldía de Satán es motivada por la envidia, y la envidia es motivada por la soberbia; todo eso es posible debido a la libertad de Luzbel. Por eso, aunque a Luzbel no lo tentara nadie, pecó debido a su limitación y a su libertad. Podríamos decir que se tentó a sí mismo.
Pero sabemos que Satán también sigue su inclinación al bien en algunas ocasiones, como cuando obedece a Dios con referencia a las tentaciones que lleva a cabo contra Job: "Entonces dijo Yavé a Satán: «Mira, todo cuanto tiene lo dejo en tu mano, pero a él no le toques»" (Job 1, 12); y también: "Yavé dijo entonces a Satán: «Ahí le tienes, en tu mano le pongo, pero guarda su vida»" (Job 2, 6). Satán obedeció las dos veces.
¿Por qué unas veces Satán obedece a Dios, y otras no? Debido a su libertad, sin duda. Sabe que debe obedecer, y en ocasiones obedece, pero en ocasiones desobedece, ¿por qué? ¿Por qué, siendo un ángel, su obrar es ambivalente? Por la soberbia, que se puede tener siendo libre; parece no haber otra respuesta. También está su limitación, pero ésta no es libre, es necesaria en toda creatura.
Dios creó a Luzbel, y lo creó bueno, pues Dios no crea el mal, ya que si lo creara sería malo. Pero Dios sabía que Luzbel haría mal uso de su libertad. Entonces ¿por qué lo creó? Lo creó para lograr el mejor de todos los mundos posibles (Cf. No te enojes con Dios); lo creó para lograr su creación máxima (decreto máximo).
Sabemos que el mejor de todos los mundos pide la presencia de males, incluso la presencia de inclinaciones al mal y de algunos seguimientos de esas inclinaciones al mal. Entonces, si Dios quería lograr el mejor de los mundos, debía lograr la presencia de males en ese mundo óptimo, pero sin crearlos Él mismo. Por tanto —en su radical libertad de crear el mejor de los mundos— Dios tuvo que crear al menos una creatura que, libremente, diera origen a males. Y por eso creó a Luzbel, que pecó y se convirtió en Satán. Pero claro, incluso Satán tendrá que salvarse. Eso es otro asunto.
Si Satán no pudiera salvarse —lo cual Dios ciertamente sabría— y lo hubiera creado, Dios habría sido cruel, lo cual es imposible. Por tanto Satán puede salvarse, y de hecho se salvará. Si Jesucristo habló del Infierno eterno, lo hizo usando el término "eterno" en el sentido de que nadie podrá salír del Infierno por sus propias fuerzas; pero ciertamente podrá salir con la ayuda de Dios (esto lo dice Tomás de Aquíno en la Cuestión Disputada Sobre el Mal).
Jesús —como buen Pedagogo— no hizo estas aclaraciones a fin de que tuviéramos fuertes motivos para portarnos bien; ya lo aclararíamos nosotros. Nomás pensemos lo que habría sido si todos supieran que ciertamente se salvarían.
Esto, y muchas otras cosas que iremos viendo, nos permitirán comprender que Jesús dejó mucho por aclarar, para que lo aclaráramos nosotros; lo mismo que Yavé en el Antiguo Testamento. Comprenderemos que Dios ha querido involucrarnos casi en todo lo posible.
Después de crear a los ángeles y al universo material —con sus galaxias y seres vegetativos y sensitivos— Dios quiso crear a la humanidad. Es importante lo referente a la creación de los primeros seres humanos, Adán y Eva (tema 1 de los 25 temas de nuestra lista). Dios los creó varón y mujer, personas humanas con cuerpo orgánico y alma espiritual; con inteligencia, voluntad y libertad; que fueran complementarios y fecundos, de modo que pudieran amar al modo de Dios, dando origen con su amor a una tercera persona. Así como Dios Padre y Dios Hijo con su Amor dan origen a Dios Espíritu Santo.
La capacidad de amar al modo de Dios —complementaria y fecunda— se debió al maravilloso don divino de la sexualidad, consistente en el sistema reproductivo del padre —sexualidad masculina—, que es impulsivo, semejante a la semilla; y también consistente en el sistema reproductivo de la madre —sexualidad femenina—, que es receptivo, semejante a la tierra.
De la unión y actividad sexual de ambos sistemas reproductivos surge una nueva persona, que es el hijo (o la hija). De esta forma, la pareja de padre y madre puede tener varios hijos y/o hijas; y al conjunto de padre, madre e hijos se le ha llamado familia. A la sola unión del padre y la madre se le ha llamado matrimonio.
La unión de Adán y Eva fue el primer matrimonio, del que nacieron varios hijos e hijas. Y de éstos surgieron nuevos matrimonios, que también tuvieron hijos e hijas, de los que surgieron nuevos matrimonios y así sucesivamente. Todo esto es bien sabido y aceptado por muchos.
Pero Dios quiso algo más. Quiso que del matrimonio de Adán y Eva surgieran otros nuevos matrimonios y familias, y de éstos otros, y de ésos otros, y así sucesivamente, de modo que surgiera una gran familia humana derivada del matrimonio de Adán y Eva, y que tuviera a Adán como cabeza o padre común de la gran familia de todos los seres humanos. Nótese que Adán fue anterior a Eva, y que Eva surgió de Adán, de modo que la naturaleza humana estuvo en estado de origen sóĺo en Adán.
Pero no sucedió lo anterior debido al primer pecado de Adán (en quien la naturaleza humana estaba en estado de origen), llamado pecado original, que se trasmite a la humanidad por generación natural; debido a lo cual se rompió la unidad de lo que habría sido la gran familia humana y Adán no pudo encabezarla. Tendría que ser encabezada a futuro, pero por Jesucristo. ¿Por qué Dios permitiría que surgieran tantos males como consecuencia del pecado original?
Dios es magnánimo, y ciertamente podría evitar todo mal sin coartar nuestra libertad. Si no lo evita no es porque no pueda, sino porque no quiere, porque nos ama al máximo y quiere para nosotros el mejor de los proyectos, que es el mejor de los mundos posibles. No hay que aceptar resignadamente la voluntad de Dios. ¡Hay que amar apasionadamente la voluntad de Dios!
Lo importante aquí es determinar el criterio para lograr el mejor de los mundos. Rápidamente nos damos cuenta de que hay dos criterios principales: maximizar los bienes (magnanimidad) o minimizar los males (pusilanimidad). Dios es magnánimo y usó el criterio de maximizar los bienes, porque ama el bien más de lo que detesta el mal, como también ama el trigo más de lo que detesta la cizaña (Cf. Mateo 13, 24-30).
Puede haber bienes puros, pero no puede haber males puros —el mal es una privación—; todo mal es un bien defectuoso, un bien mixto, bien y mal. Por eso añadir un mal es también añadir un bien, por muy defectuoso éste que sea; y añadirle males al mundo es también añadirle bienes. Mientras más bienes puros se añadan, mejor; y tambien, mientras más males (bienes mixtos) se añadan, mejor. Y de hecho hay bienes mixtos. La clave del asunto está en que el mejor de los mundos posibles debe incluir todos los males posibles que sean compatibles con todos los bienes posibles.
El problema se reduce a cuál sea esa compatibilidad y cuál sea esa posibilidad. ¿Cuántos y cuáles serán todos esos males posibles que sean compatibles con todos los bienes posibles? Nosotros no podemos comprenderlo a fondo; no tenemos el talento requerido; sólo Dios lo tiene.
Lo que comprendemos es que siempre que se añade un mal, se añade también un bien, por defectuoso que éste sea. Es decir, no debe preocuparnos la presencia de males, ni que se añadan males. ¿Debería alegrarnos? No necesariamente, porque sigue siendo verdad que nosotros debemos hacer el bien y evitar el mal, y que hacer libremente el mal nos acarreará castigo. Y también debemos educar en hacer el bien y evitar el mal. Lo que nada debe preocuparnos es que Dios permita el mal.
Las consecuencias del pecado original, que se trasmiten a toda la humanidad, son males que afectan a muchísimos y que promueven más males; pero a fin de cuentas son males que Dios permite, y que debemos procurar que no nos preocupen.
El pecado original da lugar a muchos males, y éstos dan lugar al sufrimiento o dolor. El sufrimiento no es un mal, aunque sea consecuencia de males o bienes defectuosos. El sufrimiento es algo real, como también lo es la fatiga y el trabajo. El sufrimiento es una real y verdadera conmoción del alma ante la "presencia" del mal.
El mal propicia una importante situación de bien, que es la debida aceptación del sufrimiento. El mal, debidamente aceptado y manejado, propicia justamente aquellos bienes que lo van haciendo desaparecer. El sufrimiento tiende a ser visto por muchos como un mal. En otras religiones el sufrimiento tiende a ser rehuido. Ha sido en el cristianismo donde el sufrimiento ha sido reconocido y aceptado en todo su valor, incluso redentor, bajo la forma de cruz. El sufrimiento se puede ofrecer a Dios en forma de cruz.
Quizá sea con el sufrimiento como podamos conocer el plan de Dios en mayor profundidad. La crucifixión de Cristo puede darnos mucha luz en esto. El cristianismo enseña que en el Cielo se tiene la felicidad o dicha perfecta de cada quien, y que además Cristo y la Virgen María, y todos los santos están en el Cielo. Por tanto muchos se preguntan cómo sea posible que María se aparezca tantas veces sufriendo y llorando incluso lágrimas de sangre.
Esta realidad nos permite comprender mejor el sufrimento, porque normalmente se piensa que a medida que se sufre se pierde la dicha; esto es un serio error, ya que se basa en pensar que la dicha perfecta es la pérdida de todo sufrimiento, o que el sufrimiento es alguna pérdida de la dicha perfecta.
El error de fondo está en pensar que la dicha y el sufrimiento son diversos aspectos de una misma realidad. Pero no es así; la dicha y el sufrimiento son dos realidades distintas, de modo que el sufrimiento nada tiene qué ver con la pérdida de la dicha, ni la dicha con la pérdida del sufrimiento. Ambas realidades se pueden dar simultáneamente.
Eso lo vemos en nosotros. Pongamos el caso de un matrimonio del todo feliz, en el que ambos están enamorados; pero que tienen un hijo gravemente enfermo. Ambos sufren por la enfermedad del hijo, mas no por eso se pierde su enamoramiento ni su dicha conyugal. Se trata de una dicha y un sufrimiento que se dan simultáneamente, sin alterarse entre sí.
Ella se abraza a su marido amado llorando. Ella es dichosa por un motivo, y sufre por otro motivo. Lo que cambia son los motivos. Un motivo es el enamoramiento que ambos se tienen, y el otro motivo es la enfermedad del hijo. Pero la enfermedad del hijo no disminuye la dicha que sus padres tienen debido a su enamoramiento, ni esta dicha de sus padres disminuye el sufrimiento que tienen por la enfermedad del hijo. Son dos realidades distintas. Podríamos incluso decir que esa dicha aumenta ese sufrimiento, y también que ese sufrimiento aumena esa dicha; que dicha y sufrimiento aumentan simultáneamente.
Esta realidad se aclara más si dejamos de lado al padre y consideramos sólo a la madre y su hijo. La madre es dichosa por el amor que le tiene a su hijo, a secas, sólo por existir. Pero sufre por la enfermedad que tiene su hijo amado; y sufre aunque su hijo no sufra, como cuando duerme; y sufre más cuando él también sufre porque está despierto. Aquí hay tres motivos en la madre: la existencia del hijo, a secas, que la hace dichosa; la enfermedad del hijo enfermo, dormido, que la hace sufrir; y el sufrimiento del hijo enfermo, despierto, que la hace sufrir más.
Nótese que hay dos sufrimientos en la madre, y que esos sufrimientos pueden sumarse o restarse —como peras con peras—, haciendo un sufrimiento mayor o menor; pero que la dicha y el sufrimiento no pueden sumarse ni restarse —como peras con manzanas—, ni aumentarse ni disminuirse mutuamente. Dicha y sufrimiento son dos realidades distintas.
Ahora consideremos a la madre sola: con su existencia y con algún aprendizaje. Es dichosa con su existencia, y también es dichosa con su aprendizaje; tiene dos motivos de ser dichosa, y esos motivos se pueden sumar y hacer una dicha mayor en la misma persona. Y si el padre logra otro aprendizaje, del cual la madre todavía no tiene noticia, esa dicha del padre no puede sumarse a la dicha de la madre. O sea que las dichas se pueden sumar sólo cuando se dan en la misma persona. Y también los sufrimientos se pueden sumar sólo cuando se dan en la misma persona.
Y así vemos que no hay problema en que la Virgen María esté dichosa en el Cielo y a la vez se nos aparezca sufriendo y llorando, incluso lágrimas de sangre, con motivo de vernos sufrir en este mundo. Y lo mismo puede decirse de todos los santos del Cielo. También podríamos analizar muchos otros motivos de sufrir y gozar. Si retiráramos estos conocimientos de la dicha y el sufrimiento, el conocimiento del plan de Dios se nos vendría abajo. El sufrimiento es fundamental en el conocimiento del plan de Dios.
Hasta este momento hemos analizado ya muchas cosas generales respecto al plan de Dios. En adelante, ya hecho el planteamiento del pecado original y sus consecuencias, hay mucho más qué analizar. Concretamente, hay mucho sufrimiento en la realización del plan de Dios, sobre todo en su aspecto de salvación. El sufrimiento tiene un enorme carácter salvador. Tan sólo pensemos en la crucifixión de Jesús.
Pero nosotros no podemos comprender a fondo los aspectos divinos originales que conducen al plan creador, salvador y santificador de Dios. Podemos conocer mucho de lo que Dios ha hecho y sigue haciendo, y tratar de comprenderlo, aceptarlo y valorarlo. Y también agradecerlo, buscar formas de colaborar, e incluso tratar de prever lo que pueda venir en el futuro próximo, o tratar de penetrar en lo que Dios nos va diciendo respecto a lo que vendrá. Y también tratar de aceptar y comprender lo que no se nos dice: "Ni ojo vio, ni oido oyó, ni subió a la mente de los hombres lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1 Corintios 2, 9).
Para tratar de comprender la originalidad y riqueza de los hechos divinos podemos considerar, lo más profundamente que podamos, al menos la realidad del ser humano. Por qué espíritu y materia. Por qué hombre y mujer. Por qué cabeza, cuerpo y extremidades: dos brazos y manos, dos piernas y pies, dos ojos y orejas, simetría, nariz y boca, dientes y lengua, etcétera. Por qué inteligencia y voluntad, conocimiento y trabajo. Por qué libertad y amor, familia y sociedad. Por qué comida, sexo y descanso, y mil etcéteras. Hay mucha originalidad. Nuestras originalidades son copias y variantes de copias.
Incluso antes del pecado original tuvo lugar un primera alianza de Dios con los hombres, a la que se ha llamado protoalianza: Dios se comprometió a crear un alma para cada concepción humana. Si no lo hiciera, lo concebido sin alma sería un monstruo. No sucede al revés: que para cada creación de un alma humana tuviera que haber una concepción; nosotros ni siquiera sabríamos cuándo procurar una concepción. Por tanto, Dios nos concedió la iniciativa de Su creación de almas humanas; al concebir, nosotros tomamos la iniciativa de la creación de un alma humana. Y esta concesión de nuestra iniciativa se conserva incluso después del pecado original, durante toda la historia humana.
El pecado original se difundió a toda la humanidad por generación natural, lo cual puso en los seres humanos —ellos y ellas— la inclinación al mal; debido a lo cual los hombres pecamos mucho, nos hicimos pecadores: "no hay hombre que no peque" (I Reyes 8, 46).
Aquí tenemos una gran paradoja. Dado que Dios quiere el mejor de los mundos —incluso para otorgárnoslo— y ese mundo óptimo pide la presencia de males, Dios permitió que hubiera males en la humanidad, y que los hombres los provocáramos con nuestros pecados; es decir, que nosotros con nuestros pecados facilitáramos la realización del mejor de los mundos, que finalmente —después de castigos— nos sería otorgado.
Pero a la vez los pecados de los hombres ofendían a Dios, y eran tantos que Dios decidió eliminar a todos esos pecadores con el diluvio (Cf. Génesis capítulos 6, 7 y 8). La humanidad murió con el diluvio, excepto Noé. su esposa y sus hijos. ¿Cómo crear el mejor de los mundos sin males? ¿Y cómo habría males sin que nadie obrara mal? Parece que aquí está el porqué de la gran paradoja.
Pero si anteriormente Satán y muchos demonios ya obraban el mal, ¿qué necesidad había de que los hombres también obráramos el mal? Y si ya Satán obraba el mal, ¿que necesidad había de que otros demonios también obraran el mal? Y si todos esos otros demonios también obraban el mal, ¿por qué los hombres no? Como puede verse, la paradoja continúa, y requiere de alguna explicación, que nos resulta muy difícil.
Dios responde a Job con fuerza diciendo: "El que pretende enmendar la plana a Dios, ¡responda!" (Job 40, 2). Job no responde, y Dios se goza mostrándole cómo creó al hipopótamo y al cocodrilo. En esto parece haber buen humor. Sí, Dios tiene buen humor. Y así logramos algo interesnate: saber que en nuestra investigación sobre el plan de Dios es aceptable comportarnos con máximo respeto, con máxima intimidad y con buen humor.
Si Dios no aceptara males que tuviéramos que superar, si nos creara ya en el Cielo, seríamos como unos señoritos —muy mimados— en el Cielo, y no tendríamos la experiencia de haber colaborado en nuestra salvación; es decir, no estaríamos plenamente satisfechos y no seríamos plenamente felices. Dios no habria creado el mejor de los mundos, sino un mundo mediocre. Y entonces nosotros le reclamaríamos el no haber creado el mejor de los mundos. Además, parece razonable que los humanos caminemos de lo imperfecto hacia lo perfecto.
Hacen falta los males, siempre que vayan desapareciendo hacia el futuro, aunque sea poco a poco. Lo que hoy nos parecería perfecto, al final nos parecería mediocre; y lo que hoy nos parece criticable, al final nos parecería perfecto. Ésta es una posible respuesta a la gran paradoja mencionada.
El artículo anterior se titula "Dios quiere involucrarnos en todo", y el presente se titula "Casos en los que Dios nos involucra". Todo este involucramiento nos lleva a plantear la siguiente pregunta: ¿quiere Dios involucrarnos en todo lo posible o casi en todo lo posible (un prudente casi)?
Todo indica que Dios quiere que nosotros investguemos y logremos la correcta intepretación de casi todo lo que falta por aclarar. Que interpretemos correctamente algunas redacciones del Magisterio, y de las las tradiciones humanas entendidas como Sagrada Tradición. Que redactemos haciendo valer las veradades encontradas por todos, y respetemos incluso las opiniones de todos.
Dios no quiere hacer una creación máxima y entregárnosla como a señoritos mimados en el Cielo; quiere que Él, y nosotros colaborando con Él, hagamos juntos esta creación máxima, este decreto máximo. Y además, que lo hagamos con fe en Él y en intimidad con Él, es decir, descubriendo nosotros mismos que eso es lo que Él quiere.
Dicho en claro, Dios no quiere que esperemos su visto bueno para proceder, sino que procedamos; y que sólo nos detengamos y corrijamos cuando Él así nos lo pida o nos lo dé a entender. Dios quiere que aprendamos a madurar. Y sí, parece que Dios quiere involucrarnos en casi todo lo posible.
¿Qué sea eso de madurar y aprender a madurar? La Real Academia define el madurar como "llevar una idea o proyecto a su desarrollo mediante la reflexión". Una persona madura funciona por sí misma; una persona inmadura necesita que le ayuden. Pero el madurar referido al aprendizaje cobra mayor interés. Una persona madura aprende por sí misma; una persona inmadura necesita que le enseñen.
Así sucedía con Sócrates como educador. En vez de enseñar directamente al educando algún tema, le hacía preguntas para que el educando descubriera directamente dicho tema. Dios puede hacer más que eso, en esa misma línea; puede hacer o permitir que el educando se encuentre en situaciones de la vida que lo lleven a hacerse él mismo las preguntas, y luego a encontrar las respuestas también por sí mimso.
Todo indica que Dios quiere que los aspectos que seamos capaces de descubrir de su plan, los descubramos por nosotros mismos, sin esperar su visto bueno, a menos que Él nos lo pida o nos lo dé a entender. Claro, sobrentendiendo que tengamos amistad e intimidad con Él.
Dios también suele advertirnos —por las buenas— de las consecuencias o posibles castigos de nuestros malos actos, y luego nos deja en libertad de cometerlos, y permite que suframos las consecuencias y aprendamos —por las malas—; e incluso puede permitir que las malas consecuencias se trasmitan a nuestros hijos —por una o muchas generaciones—, como las enfermedades adquiridas y heredadas.
Veamos otras manipulaciones que nosotros mismos practicamos. Supongamos que un hijo nuestro comete un delito, es arrestado e informado de que tendrá un severo castigo. Si su padre es influyente podrá manipular la justicia y evitar que sea sancionado. Pero si su padre es póderoso y pudiera manipular la justicia para posteriormente liberarlo y limpiar su historia, podría dejar que reciba la sanción merecida a fin de que realmente aprendiera. Y Dios, que es omnipotente, tiene recursos para hacer esto cuando mejor le parezca, y sin tener que faltar a la justicia.
Es muy importante el caso del pecado original. Dios advirtió a Adán y a Eva de no comer del árbol prohibido, ya que tendrían la muerte como consecencia. Eva pecó primero, pero ella no cometió el pecado original, por no tener su naturaleza en estado de origen, ya que sólo Adán la tenía en estado de origen. La naturaleza de Eva había surgido de la de Adán. Eva invitó a Adán a comer, incitándolo a pecar, para no morir ella sola, sino morir junto con Adán. Antes de que Adán pecara, todavía no había pecado original. Y no sabemos cuánto tiempo trascurrió entre el pacado de Eva y el de Adán.
Adán puedo haberle pedido a Dios que perdonara a Eva y le pusiera un castigo menor que la muerte y alguna penitencia. Pero Adán no lo hizo; no tuvo la suficiente confianza el la misericordia de Dios, que la habría perdonado. Adán también comió y pecó —pecado original— porque prefirió morir con Eva que vivir sin ella. Adán amo a la creatura —Eva— más que al Creador. Luego ambos murieron y trasmitieron el pecado a toda la humanidad. La humanidad tuvo que madurar pedeciendo las consecuencias del pecado original.
Dios no sólo puede premiar y castigar a seres humanos individuaes, sino también a grupos de seres humanos. Puede advertirle a un grupo que no cometa determinado pecado, porque tendrá determinado castigo. Pero ellos no hacen caso y cometen ese pecado grupalmente, excepto unos pocos. Y Dios aplica ese castigo a todos, también a los que no pecaron. De tal forma los que pecaron tienen dos castigos, el castigo advertido por Dios, y el castigo del enojo de los que no pecaron. ¿Cuántos pudieron pecar y cuántos no? Sólo Dios lo juzga.
Dios puede sancionar a algunos buenos con ocasión de algunos malos. Y también puede perdonar a algunos malos con ocasión de algunos buenos. Y a los buenos que sanciona con ocasión de los malos, Dios los recompensa siempre de alguna manera mucho mejor, aunque no siempre nos diga cuándo ni cómo. Dios lo hace siempre sabiamente y para que todos aprendan a madurar.
Al dejar Dios a los descendientes de Adán y Eva con las consecuencias del pecado original, y con su libertad, ellos se portaron tan mal que Dios decidió eliminar a toda esa humnidad con el diluvio, excepto a Noé, su esposa y sus hijos, a fin de que la humanidad resurgiera.
Luego se tuvo la Torre de Babel y otros males, que iremos mencionando en futuros artículos. Pero aquí no procuraremos encontrar las soluciones de todos esos males, sino los puntos de vista divinos respecto a ellos, porque lo que aquí pretendemos llegar a conocer —en mayor o menor medida— es el plan de Dios,
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