Hay matrimonio y familia cuando el amor lleva a la fiel plenitud de la vida sexual, fecunda en hijos, en una unión estable que favorezca su educación.
Estamos
acostumbrados
a
considerar
las
relaciones
sexuales
dentro
del
matrimonio
como
las
relaciones
sexuales
morales
por
excelencia.
Y
tal
costumbre
responde
a
la
verdad
al
menos
en
el
sentido
de
que
dentro del matrimonio es donde el ejercicio de la sexualidad humana
alcanza su plenitud.
Matrimonio y familia.
En
el
matrimonio
se
desea
tener
algunos
hijos
o
hijas
y
formar
una
familia.
En
efecto,
los
hijos
son
la
continuidad
del
amor
de
sus
padres,
y
la
familia
es
el
mejor
lugar
para
la
educación
y
el
desarrollo
de
los
hijos.
Es
la
fecundidad
en
hijos
dentro
de
la
familia,
fundada
en
el
matrimonio,
lo
que
permite
que
la
especie
humana se
perpetúe
de
manera
óptima
y
lo
que
justifica
que
dentro
del
matrimonio
se
tenga
la
plenitud
del
ejercicio
de
la
sexualidad
humana.
El matrimonio requiere del noviazgo
En
el
matrimonio
se
normaliza
y
establece
la
fidelidad
del
amor
entre
los
cónyuges;
misma
que
ya
venía
desarrollándose
desde
la
etapa
del
noviazgo.
El
noviazgo
es
una
preparación
para
el
matrimonio,
donde
el
amor
de
los
novios
es
tentativa
o
experimentalmente
exclusivo,
es
decir,
hay
entre
los
novios
una
fidelidad
relativa,
que
se
hará
absoluta
o
completa
gracias
al
compromiso
matrimonial.
Ya
los novios
se
sienten
traicionados
si
la
fidelidad
de
su
amor
es
violada
sin
previa
terminación
del
noviazgo.
El
noviazgo
se
puede
terminar
debido
a
que
ahí
el
amor
es
sólo
un
potencial
amor
conyugal,
a
prueba,
y
debido
al
posible reconocimiento
de
uno
de
los
novios,
o
de
ambos,
de
que
el
matrimonio
no
es
el
camino
adecuado
para
ellos.
Precisamente
por
tratarse
de
un
potencial
amor
conyugal
de
los
novios,
o
a
prueba,
la
naturaleza
del
noviazgo
no
exige
que
su
amor
se
perpetúe.
Es
de
la
naturaleza
del
noviazgo
que
el
amor de los novios esté
condicionado
a
que
no
exija
su
perpetuidad.
Matrimonio y familia.
El
noviazgo
es
así
porque
es
sólo
una
preparación
para
el
matrimonio,
en
la
que
los
novios
pueden
apreciar
por
un
tiempo,
de
manera
vivencial
y
experimental,
si
realmente
quieren
llegar al
compromiso
matrimonial,
donde
la
fidelidad
conyugal
es
ya
definitiva.
El
noviazgo
procura
prever
y
evitar
el
error
de
un
matrimonio
disfuncional
e infeliz.
De
otra
manera
el
noviazgo
en
realidad
no
tendría
razón
de
ser;
sería
una
relación
amistosa
superflua
y
complicada
que
únicamente
limitaría
la
libertad
de
él
y
de
ella.
Matrimonio y familia.
El
noviazgo
es
un
fenómeno
muy
peculiar,
raro,
extraño,
casi
improcedente
o
inmoral;
porque
la
naturaleza
del
amor
es
perpetuarse.
Nadie
inicia
una
amistad
pensando
en
terminarla
al
cabo
de
un
tiempo.
La
amistad
podrá
apagarse
un
poco
debido
a
múltiples
circunstancias,
como
la
distancia,
el
tiempo,
la
diversidad
de
ocupaciones,
etcétera,
pero
la
amistad
sigue
ahí
y
puede
avivarse
en
cualquier
momento.
Quien
rompe
libre
y
voluntariamente
la
amistad,
ha
traicionado
el
amor
de
amistad...
¡ha
traicionado
el
amor!
Soy
tu
amigo
para
siempre,
soy
tu
hermano
para
siempre,
soy
tu
padre
para
siempre,
soy
tu
madre
para
siempre,
soy
tu
hijo
para
siempre,
y
así
en
toda
relación
amorosa.
¡El
amor
es
para
siempre!
Incluso
la
revelación
lo
dice:
“El
amor
nunca
se
acaba”
(1
Corintios
13,
8).
Matrimonio y familia.
¿Cómo
entonces
el
amor
del
noviazgo
puede
terminar?
Y
más
aun,
¿cómo
puede
estar
condicionado
para
no
exigir
perpetuarse?
La
realidad
es
que
entre
los
novios
hay
un
amor
de
amistad
cabal,
y
éste
debe
perpetuarse.
Pero
entre
ellos
no
hay
un
amor
noviazgal
cabal
–ni
siquiera
existe
la
palabra
en
español–;
si
lo
hubiera
tendría
que
perpetuarse;
y
mucho
menos
hay
todavía
un
amor
conyugal
cabal.
Lo
que
hay
en
el
noviazgo,
desde
una
amistad
que
se
va
haciendo
más
íntima,
es
un
acercamiento,
una
miradita,
una
probadita
de
lo
que
podría
llegar
a
ser
un
amor
conyugal.
El noviazgo no
deja
de
ser
sólo
una
amistad
más
íntima
–para
acercarse,
mirar
y
probar–;
no
es
todavía
un
amor
conyugal.
Matrimonio y familia.
Por
eso
los
novios
que
terminan
deben
seguir
siendo
amigos,
ya que
la
amistad
es
un
amor
cabal,
y
como
tal
es
para
siempre;
aunque
por
lo
pronto,
y
para
aliviar
el
dolor
de
terminar,
convenga
que
sigan algún tiempo por
caminos
diferentes.
El
noviazgo
implica
el
riesgo
del
dolor,
de
un
dolor
temporal,
a
fin
de
no
ir
a
caer
en
el
dolor
definitivo
de
un
matrimonio
malogrado.
La
grandeza
del
matrimonio
no
escatima
el
sufrimiento
de
la
posible terminación
de
un
noviazgo,
o
de
varios,
o
de
muchos.
El
hecho
de
que
el
noviazgo
exista
indica
ya
la
seriedad
del
compromiso
matrimonial
(si
no
hubiera
habido
pecado
original
tal
vez
no
sería
necesaria
la
existencia
del
noviazgo).
Matrimonio y familia.
El
haber tenido que hablar aquí del tema del noviazgo, pone de
manifisto la necesidad o conveniencia de tratar el tema del noviazgo
como preparación para tratar el tema del matrimonio. Si
se
siente
la
necesidad
de
esta
preparación
tan
sólo
al
redactar,
mucho
más
se
sentirá
tal
necesidad
en
la
vida
misma.
La unidad de carne en el matrimonio
La
grandeza
del
matrimonio
radica
en
que
fue
diseño
y
creación
de
Dios.
Él
creó
al
primer
hombre,
Adán;
y
luego
a
la
primera
mujer,
Eva;
y
luego
se
la
dio
a
Adán
como
esposa,
como
“una
ayuda
adecuada”
(Génesis
2,
18),
como
una
persona
complementaria,
para
que
no
estuviera
solo,
y
para
que
haciéndose ambos una
sola
carne fueran
fecundos
y
se
multiplicaran.
Adán
aceptó
encantado
y
libremente
a
Eva,
y
se
sobrentiende
que
Eva
hizo
otro
tanto.
Es
notable
que
Dios
tuvo
con
Eva
la
delicadeza
de
que
ella
nunca
estuviera
sola.
El
hombre
es
humanamente
incompleto,
lo
mismo
que
la
mujer,
y
cada
uno
es
una
ayuda
para
el
otro. “Por
eso
deja
el
hombre
a
su
padre
y
a
su
madre
y
se
une
a
su
mujer”
(Génesis
2,
24).
Y
por
eso
“lo
que
Dios
unió
no
lo
separe
el
hombre”
(Mateo
19,
6).
Matrimonio y familia.
Normalmente
se
piensa
que
la
unidad
de
carne
entre
los
cónyuges
tiene
lugar
en
el
coito,
y
sin
duda
el
coito
es
una
expresión
o
manifestación
de
esa
unidad
de
carne.
También
se
piensa
que
la
unidad
de
carne
se
da
en
los
hijos,
y
también
es
verdad
que
los
hijos
son
otra
expresión
o
manifestación
de
la
unidad
de
carne.
El
coito
es
algo
breve
como
unidad
de
carne,
además
de
ser
intermitente.
Mas
la
unidad
de
carne
no
termina
porque
el
coito
termine.
Los
hijos
pueden
morir
todos,
más
tampoco
por
eso
termina
la
unidad
de
carne
de
sus
padres,
si
aún
viven.
Entre
los
cónyuges
hay
una
unidad
de
carne
más
profunda,
que
además
es
permanente.
Cristo
dice
lo
siguiente:
Hay una sola carne, una unidad de carne, a la que Cristo se refiere al decir que lo que Dios unió no lo separe el hombre. Esa unidad de carne es algo que “Dios unió”. El matrimonio se realiza debido al libre consentimiento de los contrayentes, y en ese momento Dios une las carnes de ambos de una manera profunda y que no es fácil de entender. Es una unidad de algún modo expresada en un pasaje de San Pablo:
En el matrimonio algo hacen los contrayentes, y luego cónyuges, y algo hace Dios. Los contrayentes dan su libre consentimiento de unirse en matrimonio, y ese momento pasa. Pero en ese momento Dios une sus carnes de una manera profunda y permanente. Luego los cónyuges tienen coitos, y esos momentos también pasan. Y luego tienen hijos, que pueden morirse. Lo permanente es la unidad de carne, y es algo que Dios une. Y esa unidad de carne, causada por Dios, es una mutua y peculiar asunción que se da entre los cónyuges y que permanece de continuo –hasta la muerte del primero– incluso cuando ambos se encuentran distantes, y aun muy distantes.
Entrar
al
detalle
en
este
tema
requiere
de
tecnicismos
filosóficos
y
teológicos
que
rebasan
el
ámbito
de
estos
artículos.
Pero
podemos
al
menos
destacar
lo
siguiente.
Si
la
unidad
de
carne de los cónyuges –que el
ser humano no
debe
separar– fuera
el
coito,
lo
que
Cristo
estaría
pidiendo
sería
un
coito
ininterrumpido
desde
la
boda
hasta
la
muerte.
Y
si
esa
unidad
de
carne
fuera
la
de
los
hijos,
lo
que
Cristo
estaría
pidiendo
sería
que
los
padres
no
descuartizaran
a
sus
hijos.
Obviamente
Cristo
no
pedía
ninguna
de
estas
dos
cosas.
Pedía
que
no
se
separara
una
unidad
de
carne
más
profunda,
que exige la fidelidad entre los cónyuges, y
que
permanece
desde
la
boda
hasta
la
muerte
de
alguno
de
ambos.
Matrimonio y familia.
Se
trata de una unidad de carne que Dios une y que ni el hombre ni la
mujer pueden separar, y que les causa rebeldía cuando se quieren
separar. Por
eso
cuando
uno
de
los
cónyueges
es
abandonado
por
el
otro,
siente
que
se
le
trata
de
arrebatar
la
unidad
de
carne,
y
puede
decir:
me
siento
incompleto.
Lo
cual
no
sucede
cuando
su
cónyuge
simplemente
viaja,
y volverá, porque
la
unidad
de
carne
permanece
a
través
de
la
distancia.
Matrimonio y familia.
Lo
importante
de
todo
esto
es
comprender
y
reconocer
que
Dios
está
presente y que interviene en
todo
momento
del
matrimonio, de manera continua.
Debido a lo cual algunos han hablado de matrimonio
de
tres.
Hay
mucha
riqueza
y
profundidad
en
el
matrimonio.
San
Pablo
lo
decía
así:
“Gran
misterio
es
éste,
lo
digo
respecto
a
Cristo
y
la
Iglesia”
(Efesios
5,
32).
Mucho
de
esto
se
refiere
al
matrimonio
cristiano,
que
es
también un
sacramento.
Sin
embargo,
lo
de
la
intervención
divina
en
la
unidad
de
carne
se
da
en
todo
matrimonio
auténtico,
cristiano
o
no,
e
incluso
en
tiempos
previos
al
cristianismo.
Matrimonio y familia.
Importa
notar
ya
desde
ahora
que
al
abandonar
el
hombre
a
su
padre
y
a
su
madre
y
unirse
en
matrimonio
a
su
mujer,
“ya
no
son
dos,
sino
una
sola
carne”.
Y
que
su
misión
es
procrear
y
multiplicarse.
No
es
el
caso,
por
tanto,
de
que
ya
no
sean
tres
–o
más–,
sino
una
sola
carne.
El
matrimonio
no
se
da
entre
tres
o
más
seres
humanos,
sino
sólo
entre
dos.
Ni
es
el
caso
de
que
no
tengan
la
misión
de
procrear
y
multiplicarse.
El
matrimonio
se
da
sólo
entre
un
hombre
y
una
mujer,
no
entre
dos hombres
ni
entre
dos
mujeres.
atrimonio y familia.
Ya
aquí
puede
apreciarse
la
fidelidad
que
debe
haber
entre
los
cónyuges,
que
es
corroborada
por
el
fenómeno
de
los
celos,
e
incluso
por
el
fenómeno
de
la
favorita
en
las
sociedades
polígamas;
y
también
por
la
conveniencia
de
dicha
fidelidad
en
favor
de
la
educación
de
los
hijos.
También
puede
apreciarse
ya
la
necesidad
de
que
los
cónyuges
sean
un
hombre
y
una
mujer,
a
fin
de
que
puedan
tener
hijos
reales,
biológicos.
Se
aprecia,
pues,
que
el
matrimonio
es
de
uno
con
una
hasta
la
muerte.
Matrimonio y familia.
Si
han
aparecido
otras
uniones
sexuales
que
no
tienen
estas
características,
no
deberían
llamarse
“matrimonios”.
Y
si
se
insistiera
en
llamarles
“matrimonios”,
habría
que
darle
otro
nombre
a
lo
que
aquí
–y
tradicionalmente–
hemos
llamado
matrimonio,
ya
que
se
trata
de
uniones
esencialmente
distintas.
Y
claro,
lo
correcto
es
que
se
llame
matrimonio
a
lo
que
tradicionalmente
se
ha
llamado
así,
y
que
sean
esas
otras
uniones
las
que
busquen
un
nombre
diferente.
Trataré
de
la
moralidad
de
esas
otras
uniones
sexuales
en
artículos
futuros.
Lo
que
importa
aquí
es
sólo
destacar
la
naturaleza
del
matrimonio
y
la
esencial
diferencia
que
tiene
con
esas
otras
uniones sexuales.
atrimonio y familia.
Dios quiere muchos hijos de los matrimonios
Hemos visto que Dios creó al hombre y a la mujer sexualmente diferenciados para que fueran complementarios y fecundos, y que les dio la misión de procrear y multiplicarse a fin de que la especie humana se propagara en forma de hijos que fueran el fruto del amor de sus padres. Pero parte de la misión dada por Dios fue que se multiplicaran en gran medida y que tuvieran muchos hijos; así se comprueba en muchos pasajes de la Sagrada Escritura, entre los que he seleccionado los siguientes:
Podemos
decir
que,
de
hijos,
Dios
no
tiene
llenadero.
Dios
crea
a
los
seres
humanos
por
amor,
para
hacerlos
finalmente
felices,
porque
son
más
hijos
suyos
que
de
sus
padres
humanos;
y
por
lo
mismo
quiere
tener
muchos
hijos,
hasta
llenar
la
Tierra. Cada
hijo
humano
es
una
persona,
y
cada
persona
es
de
un
valor
incalculable.
Tomás
de
Aquino
pensaba
que
una
sola
persona
es
más
valiosa
que
el
entero
universo
material.
Y
yo
digo
más:
un
solo
acto
de
amor
es
más
valioso
que
el
entero
universo
material.
Matrimonio y familia.
Dios
no
quiere
que
nazcan
hijos
fuera
del
matrimonio
y
que
carezcan
de
una
auténtica
familia,
sino
que
nazcan
dentro
del
matrimonio
y
que
gocen
de
una
vida
familiar.
Por
eso
Dios
quiere
que
los
actos
sexuales
dentro
del
matrimonio
puedan
ser
fecundos,
es
decir,
que
no
se
impida
que
lo
sean.
Y
por
eso
va
contra
la
voluntad
de
Dios
que
los
cónyuges
directamente
quieran
que
el
hijo
no
venga
como
fruto
de
un
coito
particular.
Matrimonio y familia.
Sin
embargo
los
cónyuges
pueden
querer
directamente
otras
cosas
que
indirectamente
tengan
la
consecuencia
de
que
el
hijo
no
venga
como
fruto
de
un
coito
particular;
por ejemplo, el
que
la
madre
no
peligre
ante
un
embarazo
inmediato,
o
la
conveniencia
de
espaciar
el
tiempo
previo
a
un
nuevo
embarazo
a
fin
de
que
el
cuerpo
de
la
madre
se
recupere
debidamente
del
embarazo
anterior;
y
puede
haber
otros
motivos
de
importancia
ética semejante.
Pero
en
estos
casos
no
se
quiere
–no se debe querer– que
el
hijo
no
venga;
siempre
se
debe
querer
que
el
hijo
venga,
pero
se
puede
aceptar
la
consecuencia
de
que
no
venga
debido
a
motivos
éticos importantes,
o
graves,
como
los
anteriores
y
algunos
más.
Matrimonio y familia.
A
los
cónyuges
corresponde
estar
atentos
y
vigilar
si
hay
motivos
éticos serios
para
espaciar
o
evitar
los
embarazos
aceptando
la
consecuencia
–sin
quererla
en
directo–
de
que
el
hijo
no
venga
a
partir
de
algunos
coitos;
y
también
averiguar
a
fondo
la
gravedad
real
de
cada
caso
para
finalmente, con dicha información, poder
ellos
decidir
en
conciencia y
delante
de
Dios lo
que
han
de
hacer.
Matrimonio y familia.
Es
Dios
quien
da
la
vida
y
da
la
muerte
(cfr.
Deuteronomio
32,
39).
Es
Dios
quien
decide
el
número
de
hijos
que
quiere
de
cada
matrimonio.
No
es
correcto
que
sea
el
matrimonio
el
que
decida
el
número
de
hijos
que
quiere
tener,
como
si
conociera
la
decisión
divina
y
se
adhiriera
a
ella,
o
que
decidiera
sin
importarle
contrariar
una
decisión
divina
que
desconoce.
Tampoco
es
correcto
que
el
matrimonio
decida
espaciar
los
hijos
arbitrariamente,
o
a
capricho,
o
por
motivos
sin
la
debida
importancia.
El
control
del
número
de
hijos,
y
el
de
su
espaciamiento,
no
está
en
manos
del
matrimonio
ni
depende
de
su
decisión,
como
consta
por
el
hecho
de
que
muchos
matrimonios
no
logran
tener
el
número
de
hijos
que
quisieran,
o
no
logran
tener
ninguno.
Matrimonio y familia.
Por
ejemplo,
si
un
matrimonio
quisiera
tener
cuatro
hijos,
primero
dos
y
varios
años
después
otros
dos,
tal
vez
varios años después de los primeros dos ya
sólo
lograría
tener
un
hijo
más,
haciendo
un
total
de
tres,
y
no
de
cuatro.
Si
quisieran
tener
cuatro
hijos,
deberían
procurar
tenerlos
cuanto
antes.
Está
en
la
decisión
del
matrimonio
impedir
un
hijo,
pero
no
está
en
su
decisión
tenerlo;
ni
está
en
su
decisión
espaciarlos
a
voluntad.
El
matrimonio
sólo
tiene
seguridad
negativa,
para
impedir;
no
tiene
seguridad
positiva,
para
lograr.
Cada
hijo
es
un
don
de
Dios,
y
hay
que
aprovechar
al
máximo
esos
dones.
Matrimonio y familia.
Como
vimos
en
el
artículo Sexualidad
humana,
en
la
Protoalianza
Dios
se
comprometió
a
crear
un
alma
para
cada
concepción
humana,
y
no
al
revés:
que
para
la
creación
de
cada
alma
un
matrimonio
se
comprometiera
a
aportar
una
concepción
humana,
pues
ni
siquiera
sabría
cuándo
tendría
que
procurar
aportarla.
El
hecho
es
que
Dios
dejó
a
cada
pareja
la
iniciativa
de
aportar
cada
concepción
humana,
y
se
comprometió
a
crear
un
alma
en
cada
caso.
Los
padres
no
son
auténticos
creadores
del
hijo,
ni
de
su
alma
ni
de
su
cuerpo.
Ellos
solamente
colaboran
a
que
tenga
lugar
la
concepción
del
hijo,
para
que
luego
Dios
cumpla
con
su
compromiso
de crear
el
alma;
es
decir,
los
padres
toman
la
iniciativa
de
hacer
algo
a
favor
de
la
creación
del
alma
de
parte
de
Dios,
hacen
algo
pro-esa-creación,
y
por
eso
son
pro-creadores.
Los
padres
no
son
creadores
ni
co-creadores,
sino
sólo
procreadores.
Por
eso
los
hijos
son
más
hijos
de
Dios
que
de
sus
padres
humanos.
Matrimonio y familia.
Dios
ha
dado
a
los
padres
el
maravilloso
don
de
ser
procreadores
al
darles
la
iniciativa
de
la
concepción
de
sus
hijos,
a
lo
que
Él
responde
creando
el
alma.
A
ellos
no
se
les
ha
dado
el
poder
creador,
pero
ciertamente
se
les
ha
dado
la
iniciativa
del
acto
creador
de
Dios.
Y
en
efecto,
si
los
cónyuges
no
aportan
la
concepción
del
hijo,
Dios
no
crea
el
alma;
Dios
no
crea
el
alma
en
vacío,
para
ningún
hijo. Y es interesante notar que Dios crea el alma dentro del cuerpo de la mujer, por lo que ¡la mujer es la anfitriona del acto creador de Dios! Los
cónyuges
tienen
la
opción
tremenda de
inhibir
el
acto
creador
de
Dios,
dado
que
Dios
ha
planeado
respetar
esa
opción
suya.
Por
tanto,
que
los
cónyuges
eviten
voluntariamente
la
posible
concepción
en
un
coito
particular,
sin
motivo
que
lo
justifique,
equivale
a
decirle
a
Dios
lo
siguiente:
Claramente
puede
apreciarse
y
comprenderse
que
se
trata
de
un
gran
pecado.
Se
trata
de
un
pecado
más
grave
que
el
pecado
del
aborto
voluntario,
debido
a
lo
siguiente.
En
el
caso
del
aborto,
el
niño
concebido
y abortado no
podrá
gozar
de
la
vida
presente,
y
se
le
hizo
un
daño
considerable
porque
se
le
violó
su
derecho
a
la
vida;
pero
ciertamente
podrá
gozar
de
la
vida
futura.
En
cambio,
en
el
caso
de
evitar
la
concepción,
el
posible
niño
–ni concebido ni existente– no
podrá
gozar
de
la
vida
presente...
¡ni
de
la
futura!
Por
lo
cual
el daño hecho fue mayor.
Matrimonio y familia.
A
lo
anterior
se
puede
objetar
que
al
niño
no
concebido
no
se
le
hizo
ningún
daño
ni
se
le
violó
derecho
alguno,
precisamente
porque
no
llegó
a
existir,
es
decir,
porque
no
hubo
ninguna
persona
a
quién
dañar
ni
a
quién
violarle
sus
derechos.
Y
es
verdad.
Mas
precisamente
porque
no
se
violaron
los
derechos
de
un
niño
inexistente,
los
derechos
violados
fueron
sólo
los
de
Dios.
A
Dios
se
le
violó
su
derecho
de
crear.
Además,
a
Dios
no
se
le
mató
un
hijo,
sino
que
se
le
hizo
un
agravio
peor:
¡se
le
impidió
la
creación
del
alma
de
un
hijo
que
Él
quería
que
existiera,
y
que
gozara
de
la
vida
presente,
y
también
de
la
futura!
Y
se
le
impidió
esa
creación
abusando
de
la
confianza
que
Él nos
tuvo
al
darnos
la
iniciativa
de
su
acto
creador.
Indudablemente
es
un
gran
pecado.
Matrimonio y familia.
En
la
actualidad
se
ha
difundido
mucho
lo
que
ha
dado
en
llamarse
cultura
de
la
muerte.
Como
su
nombre
lo
indica,
se
trata
de
una
“cultura”
que
favorece
lo
que
conduce
a
la
muerte
y
que,
por
oposición,
va
contra
la
cultura
de
la
vida.
La
cultura
de
la
muerte
promueve
la
pena
de
muerte,
las
guerras,
el
aborto,
la
eutanasia,
etcétera,
y
también
el
control
libre
–no
justificado–
de
la
natalidad;
y
con
mayor
precisión
de
la
no
natalidad,
en
negativo,
ya
que
no
hay
control
de
la
natalidad
en
positivo. Es increíble cómo la cultura de la muerte está llevando a la mujer a no querer tener hijos, a no querer ser anfitriona del acto creador de Dios. Ese
control
libre
de
la
no
natalidad
se
ha
difundido
en
muchísimos
pueblos,
cristianos
o
no,
mas no entre
los
musulmanes,
con
la
consecuencia
de
que
la
población
musulmana
va
aumentando
en
todo
el
mundo.
Matrimonio y familia.
Sin
duda
respetamos
la
religión
musulmana,
pero
dentro
de
pocas
décadas,
sin
necesidad
de
guerras
ni
de
terrorismo,
los
pueblos
cristianos
se
habrán
convertido
en
pueblos
mayoritariamente
musulmanes,
donde,
siendo
ellos
mayoría,
democráticamente
llegarán
a
controlar
los
puestos
de
gobierno
y
acabarán
por
imponer
la
religión
musulmana
por
la
fuerza
y
de
manera
oficial,
tal
como
es
su
costumbre.
Es
como
si
Dios
nos
dijera
lo
siguiente:
Todo lo que va dicho en este artículo nos permite comprender que el ejercicio físico de la sexualidad humana se da en plenitud sólo dentro del matrimonio fecundo. Y podemos intentar otra definición del matrimonio de la siguiente manera:
Importante recordatorio del valor del sexo y de la crisis del incumplimiento
A fin de evitar posibles e injustificados “escándalos” de parte de algunos lectores en ciertas partes de estas investigaciones, se debe tener siempre en cuenta el hecho de que el sexo es un maravilloso obsequio divino que debemos apreciar y agradecer, y también el principio del valor del sexo, que debe orientar todo el desarrollo de una adecuada moral sexual cristiana:
También es importante tener en cuenta el principio del derecho al sexo:
Es importante tener siempre presentes estos principios en la revisión y el desarrollo de una adecuada moral sexual cristiana, como vimos en el artículo Sexualidad humana. Y es también conveniente tener presente que tal revisión y desarrollo de la moral sexual se debe a, y se justifica por, el hecho de que nos encontramos en la crisis del incumplimiento: seguimos divididos en católicos, ortodoxos y protestantes; y después de dos milenios sólo hemos logrado el 0.4% de lo que Cristo nos pidió.
Los
hijos
y
su
educación
Matrimonio y familia.
Lo
normal
es
que
los
padres
mueran
antes
que
sus
hijos.
Alguno
de
los
hijos
podrá
morir
antes
que
sus
padres,
pero
es
raro
que
todos
los
hijos
mueran
antes
que
sus
padres.
Y
claro,
con
la
muerte
de
los
padres
se
acaba
el
matrimonio
y
el
amor
conyugal
que
ellos
se
tenían
en
directo.
Y
entonces,
al
menos
indirectamente,
su
amor
conyugal
continúa
o
se
perpetúa
sólo
en
sus
hijos.
Si
no
hubiera
habido
pecado
original,
ni
muerte,
el
matrimonio
no
se
acabaría,
ni
el
amor
que
los
cónyuges
se
tienen
en
directo;
pero
aun
así
los
hijos
serían
una
continuidad
del
amor
de
sus
padres.
Matrimonio y familia.
Los
hijos
son
como
una
imagen
o
espejo
de
sus
padres
incluso
antes
de
que
éstos
mueran.
Ya
poco
después
de
nacer,
los
hijos
son
como
una
imagen
material
de
sus
padres,
y
suele
decirse:
se
parece
a
él,
o
se
parece
a
ella,
o
tiene
el
mentón
de
él
y
los
ojos
de
ella,
o
frases
parecidas.
Pero
espiritualmente
los
hijos
recién
nacidos
son
como
una
“página
en
blanco”,
y
en
la
que
los
padres
tendrán
que
“escribir”
gracias
a
su
labor
educadora.
Y
entonces
los
hijos
se
irán
pareciendo
a
sus
padres
también
en
lo
espiritual;
se
irán
convirtiendo
en
una
imagen
más
completa
de
sus
padres,
aunque
siempre
haya
diferencias
más
o
menos
notables
y
significativas.
Que
los
hijos
sean
muchos
o
pocos
dice
ya
algo
acerca
de
sus
padres;
el
conjunto
de
todos
los
hijos
tiene
también
algún
parecido
con
sus
padres.
Matrimonio y familia.
Yo
soy
escritor
y,
como
todos
los
escritores,
con
mucha
frecuencia
me
encuentro
con
una
página
en
blanco,
ya
sea
en
papel
o
en
una
computadora.
Y
también
como
todos
los
escritores,
no
permito
que
otros
escriban
lo
que
yo
quiero
decir;
no
delego
en
otros
algo
tan
personal
y
tan
íntimo
como
el
redactar
mis
propios
pensamientos.
Hay
quienes
lo
hacen,
como
algunos
empresarios,
políticos,
gente
muy
ocupada,
etcétera;
y
por
el
solo
hecho
de
delegar
algo
tan
personal
e
íntimo
queda
claro
que
no
son
escritores.
Matrimonio y familia.
En
el
caso
de los escritores se
trata
de
una
página
en
blanco
inerte.
En
el
caso
de
los
padres y sus hijos,
en
cambio,
se
trata
de
una
“página
en
blanco”
viva,
con
inteligencia
y
voluntad
libre,
capaz
de
conocer
y
de
amar,
de
desenvolverse
en
la
vida
de
uno
u otro
modo.
Ante
la
vida
de
los
grandes
hombres
y
mujeres,
y también ante
la
vida
de
los
malvados,
solemos
preguntarnos
cómo
habrá
sido
su infancia y su
desarrollo,
cómo
habrá
sido
su
educación,
cómo
habrán
sido
sus
maestros,
y
sobre
todo
cómo
habrán
sido
sus
padres.
Matrimonio y familia.
Los
padres
–padre y madre– no deberían permitir que
sean otros
–aparte
de
ellos mismos y su ambiente familiar–
quienes
se
dediquen
a
escribir
en
esas
amadas
“páginas
en
blanco”.
Me
gusta
y
convence
lo
que
dice
la
Sagrada
Escritura:
“¿Tienes
hijos?
Edúcalos”
(Eclesiástico
7,
23).
No
dice:
envíalos
a
que
los
eduquen
otros.
Matrimonio y familia.
No
deja
de
asombrearme
que
el
mundo
estaba
mejor
cuando
no
había
escuela
para
todos,
cuando
el
pueblo
en
su
mayoría
era
educado
por
su
propios
padres,
aunque
éstos
fueran
analfabetos.
Hace
apenas
dos
siglos
de
esto,
o
un
poco
más,
dependiendo
de
los
disitintos
países.
Siempre
ha
habido
escuelas
para
sacerdotes,
militares,
reyes,
nobles
y
alguna
que
otra
elite;
pero
no
había
escuela
para
todos,
obligatoria
y
gratuita;
ésta
se
fue
desarrollando
hace
apenas
dos
siglos,
aproximadamente.
Matrimonio y familia.
Los
padres
aman
y
conocen
a
sus
hijos
mejor
que
nadie,
sobre
todo
si
son
ellos
quienes
los
educan;
y
los
educan
para
su
propio
bien,
el
de
cada
uno,
de
manera
naturalmente
personalizada.
No
lo
hacen
así
los
profesores
en
las
escuelas,
quienes
tienen
la
pequeña
guerra
de
la
disciplina
escolar
con
su
numerosos
alumnos.
Y
como
por ser tantos no
los
conocen
bien,
tienen
que
examinarlos
para
saber
cuál
es
su
aprovechamiento;
exámenes
que
son
la
parte
más
odiosa
de
la
educación,
tanto
para
los
profesores
como
para
los
alumnos.
Y
éstos
suelen
llevarse
mal
con
sus
padres
toda
su
infancia
y
parte
de
su
adolescencia
con
motivo
de
los
exámenes
y
las
calificaciones.
Enorme
daño
causado
por
la
educación
escolar.
Matrimonio y familia.
Pedagógicamente
es
reconocido
que
la
educación
debe
ser
paidocéntrica,
es
decir,
debe
girar
alrededor
del
educando,
de
sus
aptitudes
e
intereses.
Los
padres
pueden
educar
así
a
sus
hijos,
porque
son
pocos,
y
porque
los
aman
mucho
y
los
conocen
bien.
La
escuela,
en
cambio,
aun
no
quriéndolo,
tiene
que
violar
el
fundamental
principio
pedagógico
del
paidocentrismo,
y
hacer
girar
la
educación
alrededor
de
los
planes
escolares:
los
calendarios,
los
niveles,
los
cursos,
las
asignaturas,
los
programas,
los
horarios,
los
grupos,
la
disciplina,
los
castigos
escolares,
las
tareas,
los
útiles
y
las
mochilas,
los
odiosos
exámenes,
las
calificaciones,
las
reprobadas,
los
reportes
para
los
padres,
los
castigos
paternos,
las
repeticiones
de
curso,
los
uniformes,
las
festividades,
los
desfiles,
las
cuotas
económicas,
y
todo
un
largo
etcétera.
¡La
educación
escolar
no
es
paidocéntrica!
Y
de
ahí
sus
enormes
deficiencias,
reconocidas
por
todos.
Y
aun
así
la
escuela
sigue y sigue,
como
si
fuera
un
mal
necesario.
Matrimonio y familia.
Una
de
las
consecuencias
negativas
de
la
educación
escolar
es
lo
que
hoy
conocemos
como
brecha
generacional.
Los
hijos
infravaloran
o
incluso
rechazan
la
autoridad
de
sus
padres
porque
piensan
que
se
quedaron
atrás
en
conocimientos
y
costumbres. Los hijos tienen
la
mayor
parte
de
sus
relaciones
interpersonales
y
de
su
tiempo
interactivo
en
la
escuela
y
prefieren
la
autoridad
de
sus
maestros
o
de
los
líderes
de
sus
pandillas.
Al
funcionar
con
grupos
de
muchos
alumnos
de
la
misma
edad
la
escuela
facilita
el
desarrollo
del
pandillerismo,
con
el
peligro
de
llegar
a
la
rebeldía
e
incluso
a
la
violencia.
En
Estados
Unidos
son
ya
varios
los
casos
de
alumnos
que
llegan
armados
a
la
escuela
y
matan
a
compañeros
y
maestros.
Matrimonio y familia.
Más
que
formar
las cabezas de
sus
alumnos,
la
escuela
tiende
a
llenárselas
con
todo
tipo
de
conocimientos,
como
si
fueran
unas
enciclopedias
ambulantes.
Y
esos
conocimientos
resultan
ser
inútiles
en
el
sentido
de
que
al
poco
tiempo
se
olvidan
porque,
al
no
relacionarse
todavía con algún
trabajo
concreto,
no
tienen
para
los
alumnos
ninguna
aplicación
práctica.
Hasta
el
final
del
bachillerato
se
gastan
miles
de
horas
en
adquirir
conocimientos
destinados
al
olvido
sin
fruto
alguno.
Y
hoy
para
obtener
un
buen
trabajo
se
requiere
alguna
licenciatura y, cada
vez, más
estudios
de
postgrado.
Matrimonio y familia.
En
tales
circunstancias
los
matrimonios
se
realizan
alrededor
de
los
30
años
de
edad,
unos
15
años
después
de
que
los
contrayentes
son
capaces
de
procrear,
y
cuando
ya
son
personas muy hechas, que
difícilmente
se
acoplan
y
amoldan
como
pareja
conyugal.
En
buena
parte
a
eso
se
debe
que
tantos
matrimonios
fracasen
en
la
actualidad.
Y
por
eso
eran
mejores
los
matrimonios
de
hace
dos
siglos
o
más,
cuando
todavía
no
había
escuela
obligatoria
y
los
jóvenes
se
casaban
a
muy
temprana
edad y se acoplaban mejor como pareja conyugal.
Matrimonio y familia.
Durante
los años que suelen ir del término de la pubertad al inicio del
matrimonio, que son hoy unos 15, los jóvenes experimentan el impulso
sexual más fuerte de sus vidas y sufren la frustración y el dolor
de muchos noviazgos fracasados, que no pueden llegar al matrimonio
por motivos económicos, debidos a no haber terminado las
licenciaturas o postgrados requeridos. En
la
Iglesia
las
edades
canónicas
para
el
matrimonio
han
sido
los
14
años
para
las
mujeres,
y
los
16
años
para
los
hombres,
que
son
las
edades
indicadas
por
la
naturaleza.
La
sociedad
de
hoy
a
recorrido esas edades, esos
años, hasta
los
30
ó
más,
pero
la
naturaleza
no
se
ha
recorrido.
Hemos
contaminado la
ecología
humana
con
nuestro
deficiente sistema
educativo.
Matrimonio y familia.
Familia y educación hogareña
En
vista
de
todo
eso,
en
Estados
Unidos
algunos
padres
decidieron
educar
personalmente
a
sus
hijos
en
el
ambiente
familiar,
a
lo
que
se
ha
llamado
home
schooling,
y que
viene a ser lo mismo que la educación anterior a la escuela
obligatoria, pero ya sin el analfabetismo de aquella época.
Yo
prefiero
llamarlo
educación
hogareña,
–sin
lo
de
schooling–
para
que
se
no
vaya
a
pensar
que
se
trata
de
convertir
el
hogar
en
una
escuelita,
que
sería
algo
monstruoso.
Matrimonio y familia.
Se
trata
de
que
los
padres
eduquen
amorosa
y
naturalmente
a
sus
hijos
de
manera
personalizada,
atendiendo
a
las
aptitudes
e
intereses
de
cada
uno
conforme
al
principio
del
paidocentrismo,
a
modo
de
un
interesante
y
continuo
curso
de
verano,
y
sin
los
odiosos
exámenes
porque
los
padres
conocen
bien
el
aprovechamiento
de
cada
uno
de
sus
hijos.
El
interés
de
cada
hijo
se
va
relacionando
y
ramificando
con
otros
intereses,
y
de
esa
manera
los
padres
procuran
ir
logrando
el
debido
currículo
para
cada
hijo,
quien
se
va
evaluando
a
sí
mismo
con
la
ayuda
de
computadoras.
Y
así,
con
la
confianza
de
ya
estar
bien
preparados,
sin
temor
van
a
examinarse oficialmente a
fin
de
obtener
el
reconocimiento
público de
sus estudios y conocimientos.
Matrimonio y familia.
La
educación
hogareña
se
va
difundiendo
cada
vez
más
en
varios
países
y
ya
son
millones
los
hijos
e
hijas
que
se
educan
de
esa
manera,
y
además
con
resultados
superiores
a
los
de
la
educación
escolar.
De
tal
forma,
los
padres
son
los
continuos
maestros
y
amigos
de
sus
hijos
y
se
evita
la
brecha
generacional,
lo
mismo
que
el
pandillerismo.
Los
padres
se
quedan
atrás
en
conocimientos
porque
no
educan
a
sus
hijos.
Por
ejemplo,
¿quién
sabe
Historia?
Los
que
tienen
esa
afición,
y
los
historiadores,
y
también
los
maestros
de
Historia.
Las
demás
personas
olvidan
la
Historia
que
estudiaron;
y
eso
mismo
les
sucede
a
los
padres
que
no
les
enseñan Historia
a
sus
hijos.
Y
lo
mismo
les
sucede
con
casi
todos
los
otros
temas:
los
padres
se
van
quedando
atrás
en
conocimientos.
En
cambio,
si
educan
personalmente
a
sus
hijos
serán
personas
cultas
y
debidamente
actualizadas.
Matrimonio y familia.
Además,
cada
hijo o hija puede
organizar
su
propio
horario
y
aprovechar
mejor
su
tiempo,
y
así
avanzar
a
un
ritmo
superior
al
de
la
escuela
y
comenzar
a
trabajar
muy
joven
con
el
incentivo
y
el
gusto
de
ganar
su
propio
dinero
(lo
mejor
es
ir
pasando
cuanto
antes
de
la
heteroeducación
a
la
autoeducación).
De
otra
parte
sus estudios,
que
puede
ir
eligiendo
en
relación
con
su
trabajo,
tendrán
cuanto
antes
una
debida
y
conveniente
aplicación
práctica,
que
será
un
estímulo
para
estudiar
cada
vez
más
y
mejor.
La
dificultad
ha
sido
que
en
nuestro
tiempo
los
padres
se
han
acostumbrado
a
pensar
que
la
educación
estricta
le
corresponde
a
la
escuela,
y
no
a
ellos.
Ésta
es
la
mentalidad
que
hay
que
superar.
Matrimonio y familia.
Si
he
mencionado
el
tema
de
la
educación
hogareña
es
por
la
íntima
relación
que
tiene
con
el
matrimonio
y
la
familia.
Los
jóvenes
que
se
educan
de
esta
forma
pueden
comenzar
a
trabajar
pronto,
ganar
buen
dinero
pronto,
casarse
pronto,
ejercer
la
plenitud
de
su
sexualidad
pronto
y
seguir
estudiando
a
futuro
ya
casados
y
trabajando.
En
esto
consiste
la
auténtica
educación
permanente.
Así
como
se
dice
que
“la
familia
que
reza
unida
permanece
unida”,
también
puede
decirse
que
“la
familia
que
se
educa
unida
permanece
unida”.
Matrimonio y familia.
Dado que el ejercicio pleno de la sexualidad tiene lugar en el matrimonio, que tiende a convertirse en familia, el tema del matrimonio y la familia reaparecerá con frecuencia en estos artículos. En
el
siguiente abordaremos
el
tema
de
la educación sexual infantil, que es sólo teórica.
Matrimonio y familia.
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