Este parecer, mencionado en el artículo anterior, de que Dios quiere involucrarnos mucho, se basa en el hecho de que Dios —tanto en el Antiguo y el Nuevo Testamento, como en la Sagrada Tradición—, ha dejado mucho por aclarar, para que lo aclaremos nosotros.
Veámoslo primero en la Biblia y luego en la Tradición (así, con mayúscula); son las dos fuentes de la revelación divina. La tradición (así, con minúscula) en realidad son muchas tradiciones humanas, que no son fuente de la revelación divina.
La Biblia es algo escrito y ya terminado. La Tradición tuvo su origen de manera oral, y luego ayudó a la redacción de la Biblia. La Tradición siguió por su cuenta, pero ayudándose de la Biblia. Ambas se complementan mutuamente. La Tradición ha continuado en derivaciones que el Magisterio de la Iglesia ha explicitado a partir de la revelación, tanto de manera directa como a través de lo dicho por los santos, principalmente los Padres de la Iglesia.
Antes de proceder al tema de la Biblia, reproducimos aquí, para tenerla a la vista —como lo hemos hecho en artículos anteriores y lo haremos en artículos futuros—, la misma lista de los principales eventos y desastres que han tenido lugar en lo que llevamos de la historia judeocristiana hasta la fecha (año 2023).
Estos son los principales eventos y desastres, y nos permitirán analizar la actitud de Dios respecto a muchos de ellos; de tal forma procuraremos comprender mejor el plan de Dios. Se han destacado en letras negritas los temas que nos parecen más importantes.
La Biblia es una obra que consta de 73 libros, 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. Fueron escritos por hagiógrafos (escritores sagrados) que fueron inspirados por Dios. La Biblia, por tanto, es algo escrito, un conjunto de libros bien determinado. Sin embargo, no todos —judíos, católicos, ortodoxos y protestantes— coinciden en cuáles son esos libros. La Iglesia Católica fue aclarando desde el principio cuáles son esos libros, y ya de manera definitiva en el Concilio de Trento.
En la Biblia se ha dejado mucho por aclarar. Consideremos el siguiente pasaje:
Jesús aclara que en su revelación original todo estaba perfectamente revelado, hasta el mínimo detalle. Y es obvio que esto lo dijo Jesús antes de que se escribiera el Nuevo Testamento; por tanto, vale para el Antiguo Testamento, como para toda la Biblia, ya que Jesús conocía el futuro. Pero no se conservan los escritos originales; lo que tenemos son sólo copias y copias de copias.
Además nuestras múltiples Biblias —siempre copias— están escritas en muchos idiomas, porque con ocasión de la Torre de Babel Yavé confundió en muchas lenguas la única lengua que tenían (Cf. Génesis 11, 1-9). Por tanto nuesras Biblias no coinciden en el idioma en que están escritas, y además del problema de los copistas tenemos también el problema de los traductores y las traducciones. Entónces, ¿a cuál Biblia se refiere el pasaje anterior, que habla de la jota y la tilde? No lo sabemos porque Jesús no lo aclara, y seremos nosotros los que tendremos que aclararlo, y hasta la fecha no lo hemos logrado; más bien hemos tenido muchísimos conflictos y divisiones.
No sólo tenemos biblias con diferencias de jotas y tildes, sino que tenemos biblias con diferencias de libros completos. Somos nosotros los que debemos ir aclarando lo que falta por alclarar. Jesús nos lo pídió: "Escudriñad las Escrituras" (Juan 5, 39); y también "El que pueda entender, que entienda" (Mateo 19, 12).
Siendo tantas las personas que se han dedicado a todo esto sin lograrlo, la Iglesia Católica, fundada y edificada por Jesús sobre la roca de Pedro, y a la que Jesús confió su revelación, se ha dedicado a resolver el poblema de cuál sea la Biblia correcta, o mejor, cuál sea la más cercana a la original. Lo mejor que se ha logrado es la Vulgata, traducida al latín popular por San Jerónimo, y reconocida como Biblia oficial de la Iglesia Católica en el Concilio de Trento (siglo 16).
Pero la Vulgata ha tenido revisiones y correcciones, la última de las cuales es la Nova Vulgata, en tiempos del Papa Juan Pablo II. Además, la Vulgata está escrita en latín —lengua oficial de la Iglesia— y no puede ser traducida a otros idiomas, bajo pena de dejar de ser la Vulgata.
Por tanto, también en esto seguimos en el trabajo de investigar y descubrir lo que Jesús nos dejó sin aclarar, como cuál sea la versión más fiel de la Biblia, y luego hacer copias fidelísimas de la misma; y también copias fidelisimas ya traducidas a muchos idiomas, que ya no serán Vulgatas, pues no estarán escritas en latín.
Consideremos ahora que en la Biblia Jesús habla muchas veces de un Infierno eterno, y que nunca aclara que usa la palabra eterno en el sentido de que nadie puede salir del Infierno por su solas fueras, pero que podría salir con la ayuda de Dios; es decir, no aclara que el Infierno del que habla no es un infierno dantesco —sin posible salida—, sino un Infierno con posible salida, que es el Infierno real (Cf. Universal voluntad salvífica divina al hablar del diálogo de Yavé con Satán y lo siguiente). Jesús nos deja eso sin aclarar, y seremos nosotros los que debamos aclararlo.
En la Biblia tampoco aparece el siguiente argumento, que es del todo natural:
Además, Jesús dijo lo siguiente:
A estos que serán condenados —cuya casa se abandona— se les dice que no Lo volverán a ver hasta que digan "bendito el que viene en nombre del Señor". O sea que en algún futuro dirán eso, y volverán a ver a Jesus. Con la ayuda y la fuerza de Dios se arrepentirán y saldrán del Infierno eterno (respecto a sus propias fuerzas).
Es claro, por lo dicho, que el Infierno real —del que Jesús habla— no es un infierno dantesco, sino un Infierno que tiene salida, aunque Jesús no lo aclare. Y no lo aclara —como buen Pedagogo— para que su auditorio tenga fuertes motivos para portarse bien. Jesús deja el tema sin aclarar para que lo aclaremos nosotros, para un auditorio ya con mayor formación. Y en conformidad con el argumento de que Dios no es cruel, es claro que todos se salvan, tarde o temprano, porque Dios no aniquila nada de lo que crea: "cuanto hace Dios es permanente y nada se le puede añadir, nada quitar" (Eclesiastés 3, 14).
Si al crear algo Dios supiera que lo iba a aniquilar, no lo crearía. Ningún proyecto divino puede frustrarse. Si Dios viera en su Presete Eterno que un proyecto suyo se frustraría —si lo viera ya frustrado— es claro que no lo iniciaría.
Consideremos este otro importante pasaje:
Mateo y Marcos mencionan lo de que a Judas más le valiera no haber nadido. O sea que no se trata de un texto sólo de Mateo ni sólo de Marcos. Lucas y Juan no lo mencionan explícitamente. De cualquier manera se trata de un texto tremendo, y hay que explicar por qué Jesús lo menciona, pues hay que salvar la inerrancia de la Biblia.
Posteriormente, cuando Judas besa a Jesús para entregarlo, Jesús le dice: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?" (Lucas 22, 48; Cf. Mateo 26, 49-50). Por varios motivos algunos pensaron que Judas fue al Infierno. Pero como hemos visto, el Infierno es eterno en el sentido de que los condenados no pueden salir de ahí por sus prpias fuerzas. Sin aclarar este sentido de la eternidad del Infierno, Jesús habla con fuerza de un Infierno eterno —como buen Pedagogo— para que la gente se porte bien. Y para confirmarlo, menciona el texto tremendo sobre quien lo entregó.
De hecho Judas se arrepintió de entregar a Cristo y devolvió las monedas a los príncipes de los scerdotes, pero le faltó confianza en la misericordia de Jesús para pedirle perdón, y se suicidó (Cf. Mateo 27, 3-5).
La mencionada interpretación de la eternidad del Infierno, Jesús no quiso aclararla para no inducir al error a su ignorante auditorio. Fue algo que dejó para que nosotros lo aclaráramos en un tiempo futuro, cuando nuestro auditorio tuviera una educación considerable y no tuviera el peligro de ser inducido al error.
Consideremos ahora el pasaje en el que Jesús enseña que Él es el pan vivo bajado del cielo y que debemos comer su carne y beber su sangre. Algunos de sus discípulos dijeron que su palabra era dura, y se retiraron.
Jesús pudo haberles aclarado que no les daría a comer su carne a mordiscos, como si fueran antropófagos, sino en la forma de pan; y que no les daría a beber su sangre chupando sus venas, sino en la forma de vino, para que no se retiraran (Cf. Juan 6, 56-69).
Pero Jesús no quiso aclararlo, y dejó que se retiraran los que quisieran. ¿Por qué? Él tuvo sus motivos, que no está obligado a explicarnos; ni nosotros podemos exigirle que nos los explique. Él quiso aclarar lo del pan y el vino en la Última Cena.
Aquí vemos que Dios puede dejar por aclarar muchas cosas en la Biblia —hay muchas más que no hace falta estar mencionando—; lo importante es notar que Dios quiere involucrarnos mucho.
La Sagrada Tradición católica es de suma importancia por ser una fuente de la revelación. Sin embargo no es algo tan detallado y preciso como la Vulgata. De otra parte, sin la Tradición la Vulgata no habría podido escribirse, lo mismo que la Biblia completa anterior a la Vulgata. En la Tradición hay dos aspectos importantes, relacionados con los Padres de la Iglesia.
Es comúnmente admitido por los teólogos católicos que el título de Padres de la Iglesia sólo puede aplicarse con todo rigor a aquellos escritores que reúnen las notas siguientes: a) ortodoxia de doctrina; b) santidad de vida; c) aprobación, al menos tácita, de la Iglesia; d) antigüedad.
Cuando existe un consentimiento unánime de los Padres de la Iglesia en materia de fe y de costumbres, su doctrina es entonces la misma doctrina de la Iglesia y, por consiguiente, su autoridad es máxima e incontrastable. La Iglesia tiene como infalible el consentimiento unánime de los Padres cuando éste versa sobre la interpretación de la Escritura (Concilio Vaticano I. sess. 3, c, 2),
De una parte, para ser Padre de la Iglesia en sentido riguroso se debe tener doctrina ortodoxa; y de otra parte, la unanimidad de los Padres puede llegar a ser infalible —definir doctrina ortodoxa— en determinadas circunstancias. O sea que los Padres rigurosos dependen de la recta doctrina, y la recta doctrina puede llegar a depender de los Padres. Esto puede dar lugar a círculos viciosos del pensamiento en lo referente a la doctrina de la Iglesia.
Además, teniendo colecciones tan extensas de los Padres de la Iglesia como las patrologías latina y griega de las colecciones Migne, con las numerosas páginas de esos grandes libros puede ser confuso si determinado Padre lo es en sentido riguroso o no. Y también es difícil determinar en qué consista la unanimidad de los Padres en muchos casos. ¿Cuántos y cuáles Padres se han de considerar? ¿Y en qué porcentaje se ha de considerar la unanimidad? Y desde luego, leyedo cuidadosamente todas las páginas de sus escritos.
Como puede verse, el asunto puede dar lugar a confusiones, y si consideramos la antigüdad, junto con las zonas geográficas, los diversos idiomas, etcetera, se dan casos en que doctrinas sostenidas desde tiempos muy antiguos llegan a considerarse seguras, y luego muy seguras, hasta llegar a considerar que forman parte de la Tradición, cuando en realidad son parte sólo de la tradición, es decir, de tradiciones sólo humanas, y nunca parte de la revelación divina.
¿Y el pueblo fiel? A padecer los abusos de obispos con afán de poder, que luego incluso llegan a acabar disculpando a presbíteros pederestas. Mucho de esto ha venido sucediendo en la doctrina sexual cristiana, sobre todo en lo referente a la sexofobia. Esto sucede con la doctrina que en la práctica prohibe todo sexo fuera del matrimonio, haciendo que los que no logran casarse vivan en la práctica como si el sexo no existiera. El sexo amistoso es una solución estupenda (Cf. Sexofilia y sexofobia).
La sexofobia está universalmente extendida, y el clero la padece notablemente. Algunos obispos dicen que el celibato nada tiene qué ver con la pederastia. ¿Nada tiene qué ver? ¡No lo quieren ver! Y no lo quieren ver porque tienen una gran sexofobia. Todo lo cual también promueve la pornografía.
Hay más casos en los que se confunden las tradiciones con la Tradición. En esto, y en todo lo demás, hay que tener gran cuidado con la doctrina, hasta el detalle; para no invadir con falsedades la doctrina cristiana, sobre todo la católica; y para no lastimar al pueblo fiel, y a toda la humanidad.
Dios crea personas, y permite que obren libremente, con auténtica libertad, no con una libertad a medias, junto con Dios. Lo que nosotros elegimos lo elegimos solos —como el niño que elige la fresa (Cf. Dios es causa de todo lo que existe, al hablar de que también es causa de nuestros actos libres)—; Dios no se nos acerca a la oreja para soplarnos lo que hayamos de elegir. Lo que Dios hace es traer a la existencia —creación o conservación— nuestras elecciones libres.
Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2, 4). Lo cual podemos decir también de todas Sus creaturas que son personas.
Dios ha creado el mejor de los mundos posibles, que pide la presencia de males (Cf. No te enojes con Dios). Dios quiere crear y crea Su mejor creación, Su mejor decreto. Dicho en breve, Dios quiere Su Gran Proyecto.
Dios quiere que su Gran Proyecto sea de Él; pero —en parte— también quiere que sea de nosotros, sus creaturas (Cf. Dios quiere involucrarnos en todo).
Nosotros debemos hacer el bien, y evitar el mal —para evitar castigo—; pero supuesto esto, no debemos preocuparnos por el mal ni temerlo, ya que Dios lo maneja con sabiduría.
O sea que de nuestra parte —y en general de parte de las creaturas— no tenemos problema en que Dios nos involucre en su plan, a menos que nos rebelemos contra Él y tengamos castigo. Y aun en este caso, finalmente nos salvaremos después del debido castigo, porque Dios nos ama y —como Él es Amor— nunca deja de amarnos.
Dios no tiene problema en involucrarnos, y nosotros no tenemos problema en que Dios nos involucre. Pero ciertamente tenemos problema en lograr conocer el punto de vista de Dios respecto a involucrarnos, que es precisamente lo que nos interesa en nuestra investigación del plan de Dios. ¿Qué piensa Dios? ¿Cómo maneja y desarrolla su plan en lo referente a involucrarnos?
Dios lo sabe todo y para Él no hay sorpresas. Él sabe todo lo que decidiremos sus creaturas en todos los tiempos. Y además, Él decide —elige— las creaturas que crea. Por eso a nosotros nos puede parecer que a Adios —desde su punto de vista— su plan le pueda resultar algo aburrido. Por ejemplo, que Dios abriera el Mar Rojo a nosotros nos resultó algo impresionante. Pero a Dios, que desde la eternidad sabía que lo abriría y todo lo que iba a suceder, ¿no le podria parecer algo aburrido? Nosotros podemos pensar que sí. Pero para Dios no es aburrido; para Él nada es aburrido. ¿Cómo es eso? He ahí algo de nuestro problema al investigar su plan.
Como es de esperar, la respuesta está en el amor. Para nosotros es asombroso —debe serlo— todo lo que se va realizando en nuestro mundo y en nuestro tiempo, que va fluyendo. Y aunque Dios ya sepa todo eso desde la eternidad, por el amor que nos tiene se unifica con nosotros y se asombra junto con nosotros —se asombra con nuestro asombro— porque observa todo eso también desde nuestro punto de vista. Y goza incluso al ver que padecemos algo doloroso y que lo resolvemos uniéndolo a Su Cruz, y goza más al ver que Sus ayudas hacen su efecto para que logremos la solución.
Y eso también lo hacemos y gozamos nosotros —debemos hacerlo y gozarlo— cuando educamos; ya sea las madres y los padres con sus hijos, los maestros con sus discípulos, los gobernantes con sus súbditos, y todo educdor con sus educandos. Al educar nos parecemos mucho a Dios, que es el Gran Educador: "Bienaventurado el hombre a quien tú educas, Señor" (Salmo 93, 12). Podemos decir que después de su creación y conservación, lo más importante es su acción educadora.
Pocas cosas hay tan maravillosas, estimulantes y encantadoras como la educación perseverante y apasionada de los propios hijos, y en menor grado en otras educaciones humanas (maestros, gobernanates, etcétera). Las principales educadoras son las madres, ya que comienzan a educar a sus hijos desde el vientre materno —con el cariño materno, el orden al dormir, comer, etcétera—, y luego nutriéndolos con la leche materna —que es el mejor alimento—, y luego enseñándolos a comer, asearse, caminar, hablar, vestirse, relacionarse, etcétera. La labor educadora de los padres es complementaria antes de la pubertad, y se va incrementando en adelante.
Para todo educador es un gran gozo —uno de los pincipales— ver y comprobar que el educando aprende y aplica su aprendizaje en las realidades de la vida, sobre todo si la educación es personalizada, y más aun en la educación materna y paterna. Por ejemplo, cuando el hijo (o la hija) está aprendiendo a hablar con la ayuda de la madre, para la madre es casi como si ella estuviera aprendiendo o reaprendiendo a hablar; y lo mismo sucede cuando enseña al hijo a leer, a escribir, etcétera. De manera semejante Dios goza al educarnos, y ese proceso nunca es aburrido para Él. Y no es que Dios se parezca a nosotros, sino que nosotros nos parecemos a Dios.
Es una pena que tantas madres de familia deleguen —de manera casi general— la educación de sus hijos a la escuela, llamándola "instrucción", y considerando que la "educación" de sus hijos se reduce al horario del día, a la puntualidad, al cumplimiento de las tareas, al uso de los cubiertos y otros aspectos secundarios. Es una pena que muchas madres consideren la "instrución" escolar como una actividad de menor nivel, realizada casi siempre por mujeres normalistas, consideradas como personas de menor nivel social, que no lograron conseguir un trabajo mejor. Para esas madres sería casi una vergüenza dedicar algun tiempo a trabajar como normalistas dentro de su hogar. Son madres que no han entendido lo que es educar, prefiriendo siempre las relaciones sociales, el salón, el club, las reuniones para jugar baraja, etcétera (Cita. ).
Volvamos a Dios y su plan, como algo que nunca es aburrido para Ël. Lo que principalmente nos interesa en el presente artículo es notar que, en su revelación, Dios ha dejado mucho por aclarar. Ya vimos al principio del artículo varios casos en que se dejan cosas por aclarar en algunos pasajes de la Biblia; pero los casos en que se dejan cosas por aclarar son muchísimos, no sólo en la Biblia, sino también en la Tradición, e incluso en las revelaciones privadas. Dios quiere que intervengamos aclarando todo lo que podamos.
Es interesante que mostremos casos típicos en los que Dios ha dejado cosas por aclarar. En la Biblia son muchos, y tal vez mostrar sólo unos pocos más sea suficiente para que se entienda de lo que se trata.
El punto (1) ya se ha tratado aquí arriba, al hablar de la Biblia.
El punto (2) es de sentido común, y aquí lo trataremos poco, puntualmente. Tratado en general —no puntualmente— es algo enorme.
El punto (3) es quizá lo más difícil de todo, y aquí lo trataremos en los casos que nos sean de interés para nuestra investigación del plan de Dios. Como ejemplo de esto, ya hemos tratado aquí el tema de los eunucos (Cf. Matrimonio y sacerdocio).
El punto (4) es laborioso, pero no tan difícil; y lo que nos interesa mostrar es que en la Biblia hay frases que —en algún sentido— no son palabra de Dios. Algunos casos son difíciles, pero no todos. Lo que trataremos aquí lo haremos usando ejemplos de pasajes concretos de la Biblia.
Hay casos en los que en la Biblia misma se dice que determinada frase no es palabra de Dios. Esto es fácil de entender, aunque de fondo pueda haber un tema muy difícil o proundo. Es típico el ejemplo siguiente:
Es muy claro que la frase "No hay Dios" no es palabra de Dios, sino del necio, aunque el tema de fondo sea muy pofundo. Además, es muy importante distinguir el texto y el contexto. Aquí la frase aislada —fuera del contexto— no es palabra de Dios. En cambio, la frase incluida en el contexto —"Dice el necio en su corazón: «No hay Dios»"— ciertamente es palabra de Dios, que aclara lo que el necio dice. Y también lo aclara el hagiógrafo que escribe el salmo. Por eso es tan importante aclarar y distinguir el texto del contexto.
Puede haber contextos muy breves, y puede haberlos muy extensos. De hecho toda la Biblia es un gran contexto, referido a nuestra salvación. Hay que tenerlos en cuenta todos, cuando se sienta su necesidad.
En el genero epistolar encontramos muchas dificultades del tipo (4) debido a las características de los destinatarios, sobre todo en las cartas de San Pablo. Los hagiógrafos reciben su inspiración conservando sus peculiaridades personales, como nosotros conservamos las inclinaciones del pecado original aun después de recibir el Bautismo. Y de hecho, San Pablo tiene un temperamento fuerte y muchas peculiaridades personales. El caso de San Pablo nos ayudará mucho a entender lo referente al punto (4).
Sin detrimento para su santidad, es verdad que San Pablo fue un hombre de ideas persistentes, pues no hubo forma de que las cambiara más que tirándolo del caballo y dejándolo ciego (Cf. Hechos 9, 1-9).
Pablo también fue un hombre apasionado y temperamental; recordemos cómo colaboró a la muerte de San Esteban (Cf. Hechos 7, 54-60), y cómo persiguió a la Iglesia de Dios (Cf. Hechos 8, 3; 9, 1-3).
Nos interesan mucho las formas de expresión que Pablo solía usar, y citaremos algunas:
Muchas otra frases nos dan a conocer el fuerte carácter y temperamento de San Pablo, al que debemos agradecer la ingente labor apostólica que realizó entre judíos y gentiles, y de la que nos beneficiamos nosotros hasta el día de hoy. Pero una cosa es que agradezcamos a su modo de ser todo el apostolado que hizo, y otra cosa, muy distinta, es que pasemos por alto ese peculiar modo de ser en la exégesis de la Sagrada Escritura; ya que podríamos atribuir a Dios afirmaciones o negaciones, mandatos o expresiones que provienen del temperamental Pablo. Dios suele elegir a hombres apasionados:
Los apasionados hacen historia, Dios lo sabe. Y Pablo era caliente. Por tales motivos, es indudable que la personalidad de Pablo, junto con todo su apostolado y todas sus cartas, dejó una impronta imborrable en las comunidades cristianas que fundó, y después también en toda la cultura cristiana. Lo cual dio lugar a que surgieran muchas costumbres y tradiciones cristianas humanas, y también a que la Sagrada Tradición recibiera un fuerte impulso. Tal impulso tuvo frutos importantes en los primeros concilios ecuménicos y en la formulación dogmática de la doctrina trinitaria, cristológica y mariológica.
Pero también es verdad que las costumbres cristianas fueron configurándose como auténticas tradiciones cristianas o tradiciones de nuestros mayores, y que tales tradiciones han podido confundirse con la Sagrada Tradición, que es una Fuente de la Revelación. Ahora bien, la posibilidad de dicha confusión representa un importante peligro para toda la vida cristiana de la Iglesia.
Es bien sabido que la costumbre llega a hacerse tradición, y que también llega a hacerse ley. Mas no por eso toda costumbre o tradición o ley es de origen divino, aunque se haya iniciado en las primeras comunidades cristianas, como pudieron ser las que San Pablo fundó. Es preciso, por tanto, esmerarse en distinguir la Sagrada Tradición de las tradiciones cristianas humanas.
La confusión es posible porque tanto en las familias que tienen una propia historia, como en la Gran Familia que es la Iglesia, existen costumbres que con el paso del tiempo se van convirtiendo en auténticas tradiciones familiares, que son muy estimadas y respetadas por los miembros de la familia en cuestión. Más no por eso dichas tradiciones, en general, pueden pretender ser de origen divino; y esto es verdad también para la Iglesia. También el pueblo hebreo tenía muchas tradiciones, y la confusión era posible y se dio de hecho; y tanto el peligro de la confusión, como el hecho de haberse dado, fueron puestos de relieve por Nuestro Señor:
Una vez comprendido que Dios quiere que intervengamos en sus proyectos, es decir, que quiere involucrarnos casi en todo, convendrá que pasemos a investigar cómo o con qué estado de ánimo Dios haga realidad todos esos planes suyos.
Dios nos elige libremente para crearnos como seres humanos libres. Y Él, como el Gran Educador, nos educa de manera plenamente personalizada y disfruta educándonos —aunque nosotros no nos demos cuenta de ello— de modo que nada de eso le reslta aburrido. Sin embargo, en nosotros surge la pregunta: ¿por qué me elgió a mí?
Hemos llegado a comprender que Dios no está obligado a responder nuestras preguntas, y que nosotros no podemos exigirle que lo haga. A la pregunta anterior sólo suele respondernos que nos eligió por amor. Esa respuesta es veredadera, siempre.
En nosotros surge insistentemente la pregunta ¿por qué a mí? respecto a mil cosas, no sólo respecto a nuestra existencia, ni a motivos divinos. ¿Por qué me gusta cantar a mí? ¿Por qué me gusta la filosofía a mí? ¿Por qué me dio esta enfermedad a mí? ¿Por qué mi esposa me quiso a mí?, etcétera. Hay en nosotros mucha curiosidad, buena y mala —exagerada—, también respecto a Dios.
Está bien: Dios me creó porque me amó desde antes de crearme. ¿Pero por qué me amó a mí desde antes de crearme, y a otros no? La pregunta tiende a persistir e ir hasta el fondo. Me amó porque quiso. ¿Y por qué quiso? Pues ... porque es su libertad. Llegamos al tema de la libertad. Y nos damos cuenta de que el amor y la libertad van unidos y van hasta el fondo. Donde hay amor hay libertad. Y donde hay libertad hay amor o anti-amor (odio, aversión, indiferencia).
Así como en matemáticas hay axiomas, que ya no tienen demostración posible, porque son evidentes, también en la vida hay preguntas que ya no tiene respuesta posible, debido a la libertad. Ejemplos:
Prgunta — ¿Me quieres?
Respuesta — Sí.
Comentario — Ah, ¡qué bueno!, gracias.
Eso es todo; ya no hay más; se ha llegado al fondo. Pero se podrían hacer más preguntas.
P — ¿Por qué me quieres? (Es una pregunta tonta e inútil).
R — Es mi libertad. (Ya no hay más; se ha llegado al fondo).
P — ¿Y por qué? (Es una pregunta más tonta todavía; ya no hay más).
En matemáticas sucede algo semejante ante un axioma:
P — ¿Puedes demostrame esto?
R — No puedo.
P — ¿Por qué?
R — Porque es un axioma, y los axiomas no se pueden demosgtrar.
P — ¿Por qué?
R — Porque son evidentes. (Se ha llegado al fondo).
P — ¿Y por qué? (Pregunta tonta e inútil; ya no hay más).
En la pregunta que le hago Dios:
Yo — ¿Por qué me creatse?
Dios — Porque te elegí para crearte.
Yo — ¿Y por qué me elegiste?
Dios — Porque te amo.
Yo — ¿Cómo me amabas si todavía no existía?
Dios — Yo conozco todo desde antes de que exista.
Yo — ¿Y por qué me amaste desde antes de que existiera?
Dios — Porque quise.
Yo — ¿Y por qué quisiste?
Dios — Es mi libertad. (Se ha llegado al fondo, ya no hay más).
Con estos pocos ejemplos es suficiente para entender de lo que se trata. Volvamos al tema. Dios me creó porque me amó, y me amó porque quiso, es su libertad. Esas preguntas tienen ese límite, pregunte quien pregunte. Ése es nuestro punto de vista, pero ¿cuál es el punto de vista de Dios? ¿Cómo surgen sus elecciones libres? ¿Por qué o para qué amar lo que todavía no existe, a fin de elegirlo y crearlo? Lo hace para lograr algún fin; todo el que obra lo hace con un fin (principio de finalidad).
¿Cuál es el fin que Dios busca cuando hace todo lo requerido para crearnos? El fin que busca es hacernos felices. ¿Y por qué? Porque nos ama. ¿Y por qué? Es Su libertad. No hay más. En Dios surge libremente el anhelo de que la felicidad —el amor— se difunda más allá de Dios mismo.
El amor da la felicidad; o mejor, la felicidad es el amor, o el amor es la felicidad; o mejor, amar es lo mismo que ser feliz.
Para que el amor se difunda más allá de Dios mismo hace falta que haya otro u otros seres —creaturas— más allá de Dios mismo, a quienes Él pueda amar —personas—. y quienes puedan corresponderle el amor. Amar es querer el bien del otro; hace falta otro u otros. Amar es lo mismo que ser feliz, si el amor es correspondido.
No se puede amar lo que no se conoce. Dios nos conoce; por eso nos puede amar. Y para que nosotros lo podamos amar a Él, Él quiere que lo conozcamos, y procura dársenos a conocer. Ya vimos que hay 4 caminos para saber que Dios existe (Cf. Religión torpe, al hablar de la existencia de Dios):
Pues bien, Dios pocura dársenos a conocer dándonos los medios para que le conozcamos por alguno de esos 4 caminos, o por varios, o por todos. Normalmente están a nuestra disposición los caminos (3) y (4). Pero incluso los caminos (3) y (4) requieren de nuestro empeño. Los caminos (1) y (2) también requieren de nuestro empeño, al menos en el sentido de abrir nuestros corazones para recibir la comunicación divina.
Para darse a conocer a su pueblo, Dios uso de manera exraordinaria el camino (1), antes y después de abrir el Mar Rojo, etcétera. E incluso en esas circunstancias Dios puso a su pueblo en pruebas considerables; en especial en el camino a la tierra prometida y en su conquista, después de cruzar el Mar Rojo.
Dios se sabe suficientemente sabio y poderoso a fin de lograr, tarde o temprano, que sus creaturas —las que son personas— lo amen. De tal modo sabe —lo está viendo en su Presente Eterno— que al final toda creatura lo amará, y que Él y sus creaturas se amarán mutuamente y serán felices. Y lo logrará respetando plenamente la libertad de sus creaturas; mismas que tienen inclinaciones al bien y al mal. Y para lograrlo con ese pleno respeto, Dios usa de muchos recursos.
A continuación pongo una lista de recursos que Dios puede usar. Obviamente no es una lista exhaustiva, ni pretende serlo, pues no podemos conocer todos los recursos de los que Dios puede echar mano.
Dios puede usar estos recuros, y muchos más, a fin de lograr que sus creaturas lo escuchen y sigan sus consejos, y finalmente lleguen a conocerlo y amarlo. Dios quiere amar a todos, pero quiere amarlos con intimidad individual, uno a uno. Esto es fácil de decir y de entender —todos, y uno a uno—, pero es difícil de vivir. Por eso Dios ha querido que sus creaturas no sólo lo entiendan, sino que también lo vivan. Y para lograrlo ha creado un pueblo, Su pueblo.
Además, al amar a todos Dios se refiere a todos —¡todos!—, no sólo los más perfectos, sino también los menos perfectos, y también los torpes y los más torpes. Y esto también es fácil de decir y de entender, pero es difícil de vivir. Por eso Dios tambien hace que sus creaturas no sólo lo entiendan, sino que también lo vivan. Y para lograrlo, ha puesto a Su pueblo en multitud de pruebas, más duras y menos duras. Y lo mismo ha hecho con cada una de sus creaturas, individual e íntimamente.
Para que sus creaturas no pensaran que las amaba sólo en general —a todas las del mundo—, quiso iniciar su proyecto amoroso creando un pueblo limitado, que fuera Su pueblo. Y en Su pueblo quiso dar misiones específicas a personas con nombres propios, sin que tuvieran que ser las mejores, sino tomadas de entre todas. Todo esto lo hizo en los inicios de la creación de Su pueblo.
Y como Dios quiere amar a todos, y no sólo a los miembros de Su pueblo —como si fueran niños mimados—, Él quiso darle finalmente a Su pueblo —mediante un Mesías (Jesucristo)— la misión de hacer llegar a todos los otros pueblos el mismo proyecto divino amoroso que originalmente le había dado a Su pueblo original. De tal modo, todos los pueblos llegarían a formar un sólo pueblo, que finalmente sería Su Gran Pueblo:
Aun así, Dios nos ama individualmente, personalmente, a tí y a mí, sin consentimientos ni ojerizas, sino a todos con el mismo amor, que es su total e infinito Amor. Dios nunca ama con un amor reducido, disminuido, sino que siempre ama con todo su Amor, que es infinito. Dios no tiene dos amores, sino un único e infinito Amor. Y con ese único Amor nos ama a todos y cada uno, sin consentimientos ni ojerizas.
Claro que Dios nos ama personalmente tal como somos cada uno de nosotros, con nuestras personales características, peculiaridades, cualidades y defectos, etcétera. Y eso puede hacer que parezca que nos ama con diferente amor a cada uno, o que a unos ama más y a otros menos. Pero no es así, sino que a todos y a cada uno nos ama con el mismo Amor, que es su único Amor infinito.
Pero Dios no solo quiso iniciar su proyecto amoróso con un pueblo limitado —Su pueblo—, sino que incluso quiso iniciar Su pueblo con una sola persona: Abrahán. Y a partir de Abrahán fue formando a Su pueblo y lo fue haciendo caminar hacia la tierra prometida y su conquista, como lo iremos viendo a partir del siguiente artículo.
El diluvio y la torre de Babel fueron realidades importantes que surgieron antes de la vocación de Abrahán y el inicio del pueblo de Dios. La importancia del diluvio y de Babel nos llevará a volver a mencionarlos —en aspectos complementarios— en el siguiente artículo.
Dios fue creando toda una humanidad; y ésta se portó tan mal que Dios decidió eliminarla mediante el diluvio. Sólo se salvaron 8 personas: Noe, su esposa y sus tres hijos con sus esposas; y muchos animales.
No se menciona qué fue de todos esos seres humanos eliminados en el diluvio. Y se entiende que esas 8 personas se salvaron a fin de continuar la humanidad.
Pero una cosa es clara como consecuencia de todo lo que hemos venido aclarando en el presente artículo y los anteriores, y en todo el presente sitio web, a saber: todos esos seres humanos eliminados en el diluvio también tendrán que salvarse, tarde o temprano. De lo contrario, Dios habría sido cruel, dado que los habría creado sabiendo —"supuestamente"— que no podrían salvarse. Y eso que sabemos —y que todos podemos ver o entender— se basa en un argumento del todo natural:
Lo que sabemos es que todos se tienen que salvar, ya que Dios no puede ser cruel (esto se tiene que aclarar muchas veces en la Biblia porque no se aclara, y muchas veces se repite que el Infierno es eterno). Y se tendrán que salvar incluso después de algún castigo —si éste fuera necesario porque lo pidiera la justicia—, ya sea en el Purgatorio (estando en gracia), o en el Infierno (sin estar en gracia pero con posibe salida), o en esta vida, etcétera. Y esto lo sabemos también de los muertos en el diluvio, y de muchos otros muertos.
Lo que no sabemos —lo que "ni ojo vio ni oído oyó" (Cf. el inicio de El plan de Dios)— es cómo se salvarán los muertos en el diluvio, ni cuándo, ni dónde, etcétera. Sabemos lo que sucederá —que se salvarán—, pero no sabemos cómo sucederá —cómo se salvarán—; y eso tampoco lo sabemos de muchos otros muertos. Pero lo interesante aquí, es que lo del diluvio nos llama mucho la atención porque Dios dice que a esos muertos Él quiso matarlos; "se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra" (Génesis 6, 5-8). (Cita: A Dios no se le aplica la ley de no matar; además no es lo mismo matar que aniquilar).
Y dese otro punto de vista, también sabemos que los proyectos divinos nunca se frustran finalmente, porque Dios —en su Presente Eterno— ya los estaría viendo finalmente frustrados; y en tal caso no los iniciaría. Pero sucede que Dios inicia la humanidad, y luego Él mismo la elimina excepto a 8 personas, para que la reinicien; es decir, no la elimina finalmente. Y por tanto Dios no cae en crueldad.
¿Pero por qué Dios elimina la humanidad que Él mismo creó? Dios hace algunas cosas que nos parecen descabelladas o sin un sentido claro. Mucho de estas confusiones se deben a que Dios vive en un Presente Eterno, y nosotros no. Dios tiene que inculturarse para hablar con nosotros (Cf. Intimidad con Dios). Por eso habla de arrepentirse, cuando en realidad Él nunca se arrepiente.
Quizás el diluvio sea la más clara muestra de la frustración de un proyecto divino —aunque no sea final—; una frustración que Dios mismo llevó a cabo. ¿En qué nos beneficia tener conocimiento del diluvio? Después de mucho pensarlo, con dificultad caemos en la cuenta de que hay muchos beneficios, y de que Dios fue muy sabio y benévolo por darnos a conocer la tremenda realidad del diluvio. ¿Cómo es eso? Me explico.
Lo primero a considerar son los beneficios recibidos por los que murieron en el diluvio. Son los beneficios de un castigo. Sabemos que los castigos tienen beneficios educativos, y por eso castigamos a nuestros hijos cuando los castigamos pedagógicamente; y también sabemos cómo castigarlos pedagógicamente. Necesitamos conocer el motvo del castigo y también conocer bien al hijo a castigar. Y todo eso también lo sabe Dios. No seamos más duros con Dios que con nosotros mismos. Y en el hecho de castigar también nos parecemos a Dios.
Pero al tratar de investigar cómo el diluvio es un castigo que beneficia a sus muertos —son muhos muertos— y cómo los educa y los lleva a mejorar, comprendemos que eso no lo debemos investigar, porque pertenece a lo que "ni ojo vio ni oído oyó". Por eso no deben interesarnos tanto los beneficios de los muertos en el diluvio, sino más bien los beneficios de Noé y sus descendientes; en esto nuestra investigación podrá ser normal.
Para nosotros los humanos hay muchas realidades que ni nuestro ojo vio ni nuestro oído oyó, y de las que no tenemos noticia ni nos interesan mucho. Pero el diluvio es algo que ciertamente nos interesa y nos lleva a considerar algunas realidades que ni ojo vio ni oído oyó, es decir, realidades que —al menos por ahora— no debemos investigar.
O sea que no es legítimo que queramos saberlo todo, y ni siquiera todo lo que seamos apaces de conocer, porque podrían ser realidades que —al menos por ahora— ni ojo vio ni oído oyó. Pero en el futuro podrá haber ojos que las vean y oídos que las oigan, y entonces las podremos investigar. ¿Cuándo? ¿O después de cuándo? ¡Eso sí lo podemos investigar! Y conocer esa posibilidad es un gran beneficio que nos aporta el diluvio. Tal vez ese ¿cuándo? sea después de la Parusía. Habrá que Investigarlo.
Los beneficios del diluvio para nosotros, los descendientes de Noé, son muchos más. El diluvio nos da a conocer el gran perjuicio de obrar el mal, debido al gran castigo que puede llegar a merecer. También nos da a conocer que Dios puede castigar y que de hecho a veces castiga fuertemente; y también que Dios puede matar y que de hecho a veces mata (Cf. Génesis 38, 7).
Dios puede hacer lo que mejor le parezca, sin limitaciones; pero Él nunca obra el mal, aunque pueda permitirlo en su creaturas. Nuestros pensamientos y proyectos no se igualan a los pensamientor y proyectos de Dios. Además, Dios puede tener motivos que nosotros desconozcamos y que no debamos investigar, porque formen parte de lo que ni ojo vio ni oído oyó. Pero también hay que investigar lo que a Dios le gusta que investiguemos de su plan (Cf. el inicio de El plan de Dios). Lo mejor es ser muy cuidadosos respecto a nuestra investigación del plan de Dios.
Dios es bondadoso y amoroso y, aun con castigos, al final siempre nos salva. Él sabe cómo ayudarnos y por qué nos ayuda así, aunque a veces lo haga con realidades tremendas, como el diluvio. Por eso nosotros debemos desarrollar nuestro amor y nuestra confianza en Dios.
Otra realidad desconcertante anterior a la vocación de Abrahán es lo referente a la Torre de Babel; lo cual se narra en sólo nueve versículos:
Dios afirma con firmeza que toda la tierra es "de una sola lengua"; lo enfatiza añadiendo "de unas mismas palabras", y declara la importancia de ello. También aclara que confundiendo su lengua los humanos no podrán realizar todo lo que se propongan, o sea que poder comunicarse añade a los humanos capacidades de realización. Dios quiere que a los humanos se nos dificulte rebelarnos contra Él subiendo hasta los cielos con la mencionada torre. Y de esa manera, confundiendo nuestra lengua, nos dispersa por todo el mundo.
En efecto, quienes no se entienden —por no tener la misma lengua o idioma— prefieren no vivir juntos y así formar distintas naciones, con la consecuencia de tener distintos intereses, además de conflictos y guerras. O sea que la confusión de nuestras lenguas —Babel— nos afecta hasta el día de hoy. Por eso reconocemos la importancia de la Biblia también en lo referente a la lengua.
El tener una sola lengua fue algo que provenía desde Adán, quien fue creado adulto y sabiendo hablar bien; así lo prueba el que Yavé le pidiera que le diera nombre a los animales antes de crear a Eva (Cf. Génesis 2, 19-21). También a Eva la creó adulta y sabiendo hablar la misma lengua que Adán, con quien pudo hablar recién creada; y también pudo hablar con Satán, presentado en forma de serpiente.
Por tanto la lengua que hablaban Adán y Eva no era una lengua que les fuera enseñada ni que ellos tuvieran que aprender, sino una lengua que venía con su creación, como algo propio de su naturaleza humana. Y esa fue la misma y única lengua que hablaron sus descendientes, que siguió siendo la misma y única lengua hasta el tiempo de Babel. Fue una lengua natural, no convencional.
Nuestras múltiples lenguas actuales —posteriores a Babel— son lenguas convencionales, en las que la palabra es signo convencional de la mente, y la mente es signo natural de la cosa. Por eso en las diferentes lenguas actuales las palabras que designan la misma cosa pueden ser palabras diferentes, como hombre en español y man en inglés. En cambio la única lengua que se hablaba desde Adán hasta Babel era la lengua natural humana —no convencional—; y en ella no sólo la mente era signo natural de la cosa, sino que también la palabra era signo natural —no convencional— de la mente.
Lo que Dios hizo en Babel fue quitarnos nuestra lengua natural —única y la misma—, de modo que nosotros tuviéramos que elaborar lenguas convencionales —que serían muchas— y así estuviéramos comunicados con dificultad.
Es como si Dios dijera o pensara:
¡Eso es Babel!
Al perder nuestra lengua natural (Babel), podemos recurrir a los lenguajes básicos: el que es propio del ser, el que es propio del conocer, y el que es propios del amar.
Lenguaje propio del ser: agradecimiento.
Lenguaje propio del conocer: evidencia.
Lenguaje propio del amar: altruismo.
Con estos 3 lenguajes básicos podemos elaborar lenguas convencionales, que es lo que hemos hecho. De no tener estos 3 lenguajes básicos no podríamos existir humanamente. En cambio podemos existir humanamente sin nuestra lengua natural —que Dios nos quitó en Babel—, sino tan sólo con nuestras múltiples lenguas convencionales.
El diluvio y Babel, que tuvieron lugar antes de la vocación de Abrahán, son realidades muy importantes porque prepararon el inicio del pueblo hebreo —el pueblo de Dios—, que comienza con la vocación de Abrahán. Lo analizaremos en el siguente artículo.
Lo que queda por aclarar es la importancia del diluvio y de Babel, que prepararon el inicio del pueblo de Dios. Lo prepararon porque era muy conveniente que las creaturas personales tomaran clara conciencia de que Dios es Dios, y las creaturas son creaturas, creadas y conservadas en la existencia por Dios, de quien dependen y a quien por lo menos deben respeto y obediencia.
Es importante que esto lo reconozcan todas las creaturas personales, sobre todo las rebeldes. Y es conveniente destacar las siguientes actividades —no exhaustivas— que Dios realiza respecto a las creaturas:
Aniquilar es pasar algo del ser a la nada. Sólo las creaturas pueden ser aniquiadas, y sólo Dios puede aniquilarlas; pero nunca las aniquila, porque no quiere, porque si las crea es "para que existan" (Éxodo 1, 14).
Como Dios no es visible, ni sensorialmente perceptible para nosotros los humanos, es necesario que se nos dé a conocer y que nos haga saber que Él es nuestro creador y conservador, y que por tanto le debemos respeto y obediencia; y también que debemos aceptar las acciones que Él realiza resptecto a nosotros, como las mencionadas en la lista anterior.
Dios se dio a conocer de manera muy clara abriendo el Mar Rojo para que Su pueblo pudiera salir de Egipto, pero fue algo que Él hizo después de la vocación de Abrahán y del inicio de Su pueblo. Pero ahora estamos considerando realidades con las que Él se dio a conocer y se hizo respetar por toda la humanidad desde antes de la vocación de Abrahán y el inicio de Su pueblo; me refiero al diluvio y a Babel, que son especialmente importantes por sus peculiares características, que ya hemos examinado.
Desde Adán hasta Noé la humanidad no le puso la debida atención a Dios y se portó muy mal, casi como si no conociera la existencia de Dios o no le diera la debida importancia, incluso ante las advertencias dadas por Noé. Entonces Dios quiso darles a conocer su existencia y su debida imporancia de una manera tremenda, con el diluvio. ¿Cómo reaccionarían todos ellos ante el diluvio y la inminente muerte? No lo sabemos, pero ciertamente sabemos que Dios lanzó el diluvio para su bien. ¿Cómo es eso? Habrá que investigarlo en la medida de nuestras posibilidades. En esas estamos.
Seguramente Noé y su familia les habrán contado a sus descendientes todo lo del diluvio, y ellos se lo habrán creído ante la fuerza de la narrativa, la vista de la gran arca, etcétera. Y ahí tenemos la continuación de la humanidad, ya más atenta a lo divino. Pero con el paso del tiempo surge de nuevo el mal comportamiento de los humanos, ya con gran olvido de los hechos que les contaron —que no padecieron ellos mismos— y con el deseo de igualarse a Dios construyendo una torre —la de Babel— que habría de llegar a los cielos. Y entonces Dios vuelve a intervenir, pero de una manera menos fuerte que la del diluvio: la confusión de su única lengua.
El llegar hasta la creciente torre de Babel significó nuevos comportamientos rebeldes a Dios, ya posteriores al diluvio pero todavía anteriores a la vocación de Abrahán. Estas dos importantes intervenciones de Dios —dilvio y Babel— se debieron a que Dios quería preparar lo necesario para finalmente llegar a realizar su Gran Proyecto.
Dios quiere que su Gran Proyecto sea de Él; pero —en parte— también quiere que sea de sus creaturas (Cf. Dios quiere involucrarnos en todo).
Dios crea personas, y permite que obren libremente, con auténtica libertad, no con una libertad a medias, junto con Dios. Lo que nosotros elegimos lo elegimos solos —como el niño que elige la fresa— (Cf. Dios es causa de todo lo que existe, al hablar de que también es causa de nuestros actos libres).
Dios no tiene problema en involucrarnos, y nosotros no tenemos problema en que Dios nos involucre. Pero ciertamente tenemos problema en lograr conocer el punto de vista de Dios respecto a involucrarnos, que es precisamente lo que nos interesa en nuestra investigación del plan de Dios. ¿Qué piensa Dios? ¿Cómo maneja y desarrolla su plan en lo referente a involucrarnos? Convendrá que pasemos a investigar cómo o con qué estado de ánimo Dios haga realidad todos esos planes suyos.
Toda esta realidad es importante porque hasta la fecha (año 2024) nosotros solemos tener un pobre conocimiento de Dios: ya sea con el Antiguo Testamento, de un Yavé notablemente justo y castigador; ya sea con el Nuevo Testamento, de una Trinidad notablemente amorosa y misericordiosa. Hoy no solemos tener un adecuado equilibrio entre la justicia y la debida misericordia, ni un adecuado equilibrio entre la misericordia y la debida justicia. Si pensamos en la justicia, la misericordia nos parece engrandecida; y si pensamos en la misericordia, la justicia nos parece disminuida.
Nosotros debemos ir aclarando el adecuado equilibrio entre justicia y misericordia: plena justicia y plena misericordia. Son más cuestiones que debemos ir aclarando, porque en este tema Dios quiso dejar algo —o mucho— por aclarar. Quiso que lo pensáramos a fondo, lo profundizáramos y lo aclaráramos, y que así lográramos madurar. Pero nosotros no lo hemos hecho, no lo hemos pensado a fondo; hemos tenido miedo. Hemos preferido memorizar y repetir, en vez de pensar a fondo y profundizar, y madurar.
Pensemos en el diluvio. Dios decidió crear muchas personas, y cuando se portaron muy mal decidió eliminarlas (matarlas). ¿Y qué fue de todas ellas? En la Biblia no se aclara, ni Dios nos lo ha aclarado; quiere que lo pensemos a fondo y que lo aclaremos nosotros, y que maduremos. Nosotros debemos aclararlo —o ir aclarándolo—, porque de no aclararlo parecerá que Dios es cruel, ya que creó a pesonas que, en su Presente Eterno, sabía que —supuestamente— no se podrían salvar.
Lo que hoy se sobrentiende es que esas personas que murieron en el diluvio eran tan malvadas que no quisieron convertirse, ya que incluso se negaron a entrar al arca de Noé. Por lo cual hoy también se sobrentiende que al morir se condenaron en un Infierno eterno —sin posible salida—, que es el Infierno que enseña la jerarquía de la Iglesia, porque en la jerarquía también se tiene miedo de pensar a fondo.
Todo lo cual conduce hoy a pensar que Dios es cruel. Pero también nos da miedo pensar eso, y profundizar en ello, y llegar a concluir que el Infierno real tiene salida; es decir, llegar a concluir que el Infierno es eterno, pero en el sentido de que nadie puede salir de ahí por sus propias fuerzas, sino sólo con la ayuda de Dios. Y así reafirmarnos en que Dios no es cruel, sino bondadoso y amoroso.
En nuestra investigación del plan de Dios —por tratrse de Dios— valen proposiciones y argumentos provenientes de lo divino, como de la teología, la intimidad con Dios, la inculturación divina, la sensibilidad divina, etcétera; y también —como en toda investigación seria— valen proposiciones verdaderas y argumentos correctos provenientes de las ciencias humanas; y también valen proposiciones verdaderas y argumentos correctos provenientes del natural sentido común, como las dos afirmaciones sigueintes, que ya hemos usado en este mismo artículo:
Estas dos afirmaciones han sido de gran importancia en nuestra investigación. Es increíble que ni se consideren ni se usen habitualmente, ya que con ellas se puede mostrar que toda la creación tiene buen fin, y que Dios nunca es cruel, sino siempre bondadoso y amoroso.
Y de igual manera podemos usar otros aspectos de sentido común, como la siguiente afirmación:
En diversas ocasiones hemos observado que algunas acciones de Dios se parecen a acciones nuestras, y que nuestras acciones se parecen a las acciones de Dios. Por ejemplo, respecto a la educación, aquí arriba dijimos: "De manera semejante Dios goza al educarnos, y ese proceso nunca es aburrido para Él. Y no es que Dios se parezca a nosotros, sino que nosotros nos parecemos a Dios".
Y hemos mencionado tales semejanas no sólo respecto a la educación, sino también respecto a otras cosas. Y luego hemos aclarado que no es que Dios se parezca a nosotros, sino que nosotros nos parecemos a Dios. Lo cual es verdad porque nosotros, los humanos, fuimos y somos hechos a imagen y semejanza de Dios:
Y como si dos cosas se parecen, la primera se parece a la segunda y la segunda se parece a la primera, a veces nos interesa mostrar el parecido de la primera a la segunda, y a veces nos interesa mostrar el parecido de la segunda a la primera.
Es claro que nuestras acciones se parecen a las de Dios, si les quitamos nuestros defectos. Pero también es verdad que muchas acciones de Dios se parecen a las nuestras, si les asignamos gran perfección, además de retirarles nuestros defectos.
Por eso es muy claro que nuestras acciones se parecen a las de Dios, y menos claro que las acciones de Dios se parezcan a las nuestras, debido a nuestros defectos. Nosotros debemos imitar a Dios, y no Dios a nosotros. Pero a veces —aclarando lo de nuestros defectos— nos interesa mostrar la verdad de que también algunas acciones de Dios se parecen a las nuestras, para así llegar a conocer mejor los motivos de Dios, gracias al parecido que tienen con nuestros motivos.
Esta inversión del los parecidos y las imitaciones, nos fue propuesta por Jesucristo al enseñarnos a orar con el Padrenuestro:
Pedimos que el Padre nos perdone, así como nosotros perdonamos; que su acción de perdonar se parezca a nuestra acción de perdonar; pero claro, sin nuestros defectos. Jesús nos enseña a conocer mejor los motivos divinos gracias a la semejanza que tienen con los motivos humanos, aclarando lo de nuestros defectos. Para nosotros es más fácil conocer nuestros motivos que conocer los motivos de Dios.
Si seguimos teniendo miedo de pensar a fondo, y seguimos sin usar toda nuestra legítima capacidad para investigar en lo divino, seguiremos teniendo un pobre conocimiento de Dios:
Por ejemplo, respecto a las personas que murieron en el diluvio, sabemos el inicio —que Dios las mató—, y sabemos el final —que Dios las salvará (Cf. El gran proyecto)—; pero no sabemos qué hará con ellas después de muertas para educarlas de modo que mejoren todo lo necesario para llegar a la salvación. Pero eso Dios ciertamente lo sabe, porque todo lo sabe; y lo logra porque es omnipotente, y bondadoso, y amoroso, y misericordioso.
Y lo mismo hacen los buenos padres humanos con sus hijos, cuando los castigan fuertemente, aunque los hijos no sepan cómo los educará y perdonará. Pero esos hijos, aun sin saberlo, confían en sus padres. Así los humanos debemos confiar en Dios. De modo que no hay problema.
Por eso es bueno ayudarnos de nuestras semejanzas con Dios para avanzar en nuestro conocimiento de su plan. En adelante usaremos mucho de tales semejanzas; pero claro, haciéndolo de manera inteligente, aclarando lo que haya que aclarar.
¿Y qué dice Jesús ante todo esto? Pues... dice lo siguiente:
Jul 20, 23 10:59 AM
Jul 01, 23 10:29 PM
Dec 25, 21 12:30 PM
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