Es un hecho que Dios no nos gobierna en directo. La realidad es que en directo, en la Iglesia católica nos gobiernan Papas y obispos. Y todos esos gobernantes tienen fallas en su función de gobierno.
También es un hecho que Dios tampoco nos gobierna en directo civilmente. La realidad es que en directo, civilmente, nos gobiernan reyes, emperadores, presidentes, etcétera. Y todos esos gobernantes también tienen fallas en su función de gobierno. En el presente artículo se explica por qué todo esto es así.
Dios creó a los seres humanos, Adán y Eva, y les pidió que crecieran y se multiplicaran; este crecer también se ha expresdo (traducido) como procrear, ser fecundos, etcétera. Adán y Eva pecaron, y como consecuencia murieron, dejando hijos e hijas, quienes heredaron el pecado original y sus consecuencias, una de las cuales es la muerte. Esto cerraba la puerta a la salvación eterna.
Para aliviar tales circunstancias Dios elaboró un plan de salvación para los seres humanos. Pero ese plan no se destinaba a todos los seres humanos de manera simultánea, sino que Dios destinó su plan de salvación comenzando por un pueblo elegido por Él, llamado su pueblo (Israel); para luego extender su plan de salvación a todo el resto de los seres humanos a través de su pueblo.
Dicho plan de salvación comenzó eligiendo a Abrahán como primer patriarca (unos 2 milenios A.C.), con la promesa de un Salvador (Mesías o Ungido), quien, después de llevar a cabo el proceso de salvación reinaría sobre su pueblo y a través de éste llevaría la salvación a toda la humanidad. Ese Mesías fue Jesucristo.
Antes de la llegada de Jesucristo se tenía la Antigua Alianza, descrita en el Antiguo Testamento de la Biblia. En la Antigua Alianza Dios (Yavé) gobernaba a su pueblo de manera directa, sirviéndose de algunos ayudantes, como Moisés, los jueces y otros. Después de la llegada del Mesías (Jesucristo) se tuvo la Nueva Alianza, descrita en el Nuevo Testamento de la Biblia. En la Nueva Alianza el Mesías habría de gobernar a su pueblo también de manera directa, y así llevar la salvación a todos los otros pueblos. Pero no sucedió así, como enseguida veremos.
Sucedió algo terrible: todavía en la Antigua Alianza, ese pueblo elegido por Dios no quiso que Dios continuara gobernándolo; y a través de Samuel (último de los jueces, siglo 11 a.C.) pidió que lo gobernara un rey humano, como sucedía con los demás pueblos. A continuación voy a hacer el relato de esta historia, citando explícitamente los pasajes bíblicos principales, ya que se trata de todo el capítuo 8 del primer libro de Samuel.
Dios gobernaba directamente a Israel sirviéndose de patriarcas, jueces, etcétera. Samuel fue presentado con frecuencia como el último de los jueces. Ya viejo, Samuel puso para juzgar a Israel a sus dos hijos, quienes lo hacían muy mal.
"Reuniéronse todos los ancianos de Israel, y vinieron a Samuel, en Rama, y le dijeron: «Tú eres ya viejo y tus hijos no siguen tus caminos; danos un rey para que nos juzgue, como todos los pueblos». Desagradó a Samuel que le dijeran: «Danos un rey para que nos juzgue», y oró ante Yavé; pero Yavé dijo a Samuel: «Oye la voz del pueblo en cuanto te pide, pues no es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que no reine sobre ellos»" (1 Samuel 8, 4-7).
Yavé le pidió a Samuel que escuchara a los del pueblo, pero que diera testimonio contra ellos y que les diera a conocer cómo los trataría el rey que pedían, que reinaría sobre ellos. Entonces Samuel le dijo al pueblo:
"Ved cómo os tratará el rey que reinará sobre vosotros: Cogerá a vuestros hijos y los pondrá sobre sus carros y entre sus aurigas y los hará correr delante de su carro. De ellos hará jefes de mil, de ciento y de cincuenta; les hará labrar sus campos, recolectar sus mieses, fabricar sus armas de guerra y el atalaje de sus carros. Tomará a vuestras hijas para perfumeras, cocineras y panaderas. Tomará vuestros mejores campos, viñas y olivares, y se los dará a sus servidores. Diezmará vuestras cosechas y vuestros vinos para sus eunucos y servidores. Cogerá vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores bueyes y asnos para emplearlos en sus obras. Diezmará vuestros rebaños y vosotros mismos seréis esclavos suyos. Entonces clamaréis a Yavé, pero Yavé no responderá, puesto que habéis pedido un rey" (11-18).
El pueblo desoyó a Samuel, y dijeron:
"No, no, que haya sobre nosotros un rey, y así seremos como todos los pueblos; nos juzgará nuestro rey, y saldrá al frente de nosotros, para combatir nuestros combates" (19-20).
Samuel, después de oír las palabras del pueblo, se las repitió a Yavé; y Yavé le dijo:
"Escúchalos y pon sobre ellos un rey" (22).
Días después Samuel, siguiendo las órdenes de Yavé y bajo sus orientaciones, ungió como rey a Saúl.
Éstos fueron los hechos. Yavé aceptó la libertad y los deseos del pueblo, pero estaba molesto con ellos y decidió ya no gobernar directamente sobre el pueblo hasta la segunda venida del Mesías, Jesucristo (sensibilidad divina); lo cual tendrá lugar al final de los tiempos. Antes de eso tendrían reyes a partir de Saúl.
Esta decisión divina de ya no gobernar directamente sobre el pueblo debe entenderse sólo en el estricto sentido de no gobernar o reinar civilmente sobre el pueblo en este mundo, es decir, de no gobernar como gobernarían Saúl, David, etcétera. Claro que Dios seguirá comunicándose con su pueblo en todo lo demás: lo referente al culto que se le dé, a la oración, la simple comunicación amorosa, amistosa, etcétera.
Como Jesucristo es el Verbo Encarnado —Dios hecho hombre, verdadero Dios y verdadero hombre— en la Nueva Alianza Él habría de ser quien reinara directamente sobre su pueblo. Pero como desde la Antigua Alianza Dios (Yavé) había decidido ya no reinar directamente sobre su pueblo hasta la segunda venida de Jesucristo, resultó que Jesucristo no reinaría directamente sobre su pueblo hasta su segunda venida.
Hablaré de Jesucrito también como Cristo o simplemente como Jesús. Hay una misma línea de proceder de Dios, ya sea en la Antigua Alianza como Yavé o en la Nueva Alianza como Jesús, en el sentido de no gobernar de manera directa sobre su pueblo hasta la segunda venida de Jesús, aunque Jesús no lo diga explicitamente. Sin embargo lo deja entender al menos implícitamente.
Jesús hace referencia a esto en una de sus parablolas, donde se dice "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lucas 10, 14). Sería bueno leer o releer toda la parábola (10, 12-27).
Al vivir entre nosotros, Jesús nunca quiso que lo hicieran rey. Y de manera muy clara le dijo a Pilato: "Mi reino no es de este mundo " (Juan 18, 36).
También es notable que en el juicio que Pilato hace de Jesús, Pilato les pregunta a los pontifices "¿A vuestro rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey, sino al César" (Juan 19, 15).
Además, Jesús dijo: "En verdad os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios" (Marcos 14, 25).
Jesús no se queda en el mundo a gobernar a su pueblo de manera directa, sino que sube al Cielo y deja a Pedro y sus sucesores a gobernar de manera directa la Iglesia peregrina en este mundo. Tampoco se queda a evangelizar al resto del mundo, sino que pide que lo hagan sus discípulos (Cf. Mateo 28, 19-20).
Es importante notar que antes de retirarse del gobierno directo de los israelitas Yavé imponía sobre su pueblo el jubileo, el año jubilar, cada 50 años. El jubileo obligaba a que todos recuperaran sus patrimonios oiginales, tierras, propiedades, muchos bienes, deudas canceladas, etcétera, y ese año el campo se debía dejar en barbecho.
Como puede verse, el jubileo fue una consecuencia directa de que Dios gobernara a los israelitas. Dios imponía el jubileo para dejar patente que los bienes son de Dios, y que las creaturas no debemos tenerlos como propios. Por eso, cuando Dios se retira de gobernarnos el jubileo va desapareciendo, hasta desaparecer del todo, porque ya no está el gobierno de Dios que lo imponga.
"El año cincuenta será para vosotros jubileo; no sembraréis, ni recogeréis lo que de sí diere la tierra, ni vendimiaréis la viña no podada; porque es el jubileo, que será sagrado para vosotros" (Levítico 25, 11-12).
"Las tierras no se venderán a perpetuidad, porque la tierra es mía y vosotros sois en lo mío peregrinos y extranjeros" (Levítico 25, 23).
"Si tu hermano empobreciere y se apoya sobre ti, lo sostendrás, sea extranjero o advenedizo, para que pueda vivir junto a ti. No tomarás de él interés ni usura, antes bien teme a tu Dios y deja vivir a tu hermano junto a ti. No le cobrarás interés por tu dinero ni le darás tus víveres a usura. Yo soy Yavé, vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto para daros la tierra de Canán, a fin de ser vuestro Dios" (Levítico 25, 35-38).
Quizá la ley jubilar resultara difícil de guardar, y por eso se la viera como un tiempo que sólo Dios podía introducir.
La decisión divina de no gobernar de manera directa sobre su pueblo hasta la segunda venida de Jesús —ya que en la Antigua Alianza el pueblo pidió que no lo gobernara Yavé sino un rey humano— fue algo fuerte, que tuvo consecuencias tanto en la Iglesia peregrina como en los otros pueblos.
En la Iglesia peregrina Jesús instituyó como autoridad a San Pedro, y obviamente también a sus sucesores, los Papas. En los otros pueblos sus gobiernos continuron siendo como siempre lo habían sido, en vez de comenzar a ser gobernados directamente por Dios. Jesús dijo a sus discípulos:
"Vosotros sabéis que los príncipes de las naciones las subyugan y que los grandes imperan sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos" (Mateo 20, 25-28).
Jesús pidió que hubiera una peculiar división en el gobierno de los pueblos consistente en dar a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César (Cf. Mateo 22, 1-22). Esto se concreta en que cuando la Iglesia se establece en alguna nación, los gobernantes de la Iglesia gobiernen sobre lo referente a la Iglesia, y los gobernantes civiles gobiernen en lo referente a las cuestiones civiles; y en que fuera de eso haya la mejor unidad posible entre lo religioso y lo civil.
En efecto, las personas de tal nación son a la vez miembros de dos sociedades; son a la vez ciudadanos civiles de dicha nacion y fieles cristianos. Por tanto, para esas personas es muy conveniente que haya la mejor unidad posible entre la Iglesia y el Estado, fuera de la peculiar división ya mencionada.
Sin embargo, con todo y las anteriores aclaraciones, el hecho es que los seres humanos somos pecadores, tanto como ciudadanos de las naciones que como fieles cristianos. Lo cual da lugar a muchos tipos de conflictos, sobre todo cuando los gobernantes gobiernan mal. Y de hecho los gobernantes civiles han gobernado mal y siguen gobernando mal en muchos aspectos; y los Papas también han gobernado mal y siguen gobernando mal en muchos aspectos ("no ha de ser así entre vosotros"). Pero la realidad es que sigue siendo así entre nosotros.
Podríamos decir que en lo civil la historia de la humanidad ha sido la historia de las guerras. Durante toda la historia de la humanidad las naciones han tenido guerras y guerritas entre sí. El siglo pasado tuvimos dos tremendas guerras mundiales. Y en el presente siglo XXI seguimos teniendo guerras, que apuntan a una tercera guerra mundial. Además, la moral social va desapareciendo, con la difusión de inmoralidades como el adulterio, el divorcio, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, la corrupcion, los desfalcos financieros, etcétera.
En lo religioso podríamos decir que la historia de la Iglesia ha sido la historia de las herejías. Hemos padecido lo conocido como Siglo de Hierro, las Cruzadas y la Inquisición. Ha sido notable la división entre los cristianos: estamos divididos de los ortodoxos desde hace un milenio, y de los protestantes desde hace medio milenio. Además, en la población mundial estamos hoy aproximadamente en el 0.4 % de la práctica personal de un cristianismo responsable. Lo cual indica que tanto los pastores como las ovejas nos hemos portado muy mal en estos últimos dos milenios.
El ateísmo está en incremento y el cristianismo está en decremento; muchas iglesias permanecen vacías e incluso se rentan para eventos paganos. Además de los escándalos mayores —no vivir cristianamente bien y estar divididos— en la actualidad nos encontramos con varios escándalos menores, como los escándalos financieros y el escándalo de la pederastia de parte de sacerdotes; o sea que la Iglesia peregrina está hoy muy desprestigiada.
Ésas son las crudas consecuencias de no querer que Dios reine sobre nosotros.
Y pretender que a nivel mundial se viva hoy lo que es modelo, incluso en lo religioso, es algo considerado como una utopía.
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