DIOS QUIERE INVOLUCRARNOS EN TODO
El plan de Dios (5)



Dios es causa primera de todo lo que existe, excepto de Sí mismo; pero Él quiso que hubiera muchísimas causas segundas. Quizá no exista creatura que no sea causa segunda. Y todo indica que a los humanos Dios quiso involucrarnos casi en todo (un prudente casi).

Es claro que Dios quiso crear, y que Su creación fuera lo máximo (intimidad divina). Para lo cual quiso crear y estar creando muchas personas; y a las personas quiso darles libertad; y también quiso hacerlas plenamente responsables de sus actos libres. Hay diversos grados de libertad, y de hecho las creaturas tenemos diversos grados de lbertad.

Más aun, una misma creatura puede tener diversos grados de libertad en diversos momentos o circunstancias; las circunstancias pueden hacer que la libertad de una persona se altere o incluso se mezcle con la libertad de otra u otras personas. Ya decía el filósofo Ortega y Gasset que yo soy yo y mi circunstancia.

Y como no se puede querer o decidir lo que no se conoce, el conocimiento —todo conocimiento— es de máxima importancia en el uso de la libertad, sobre todo el conocimiento intelectual.

Debido a lo delicado del tema del plan de Dios, quiero aclarar también aquí, como ya dije el la página inicial de este sitio web (Home), que soy yo (Paulino) quien escribe. Y si escribo en singular (yo pienso, etcétera) lo hago así para dejar claro que yo soy el responsable de lo que digo, sin responsabilizar a otros. Si escribo en plural (nosotros pensamos, etcétera) lo hago para involucrar al lector en lo que decimos, para que piense a fondo, pero sin responsabilizarlo.


Plan de Dios y causalidad divina

En el artículo anterior vimos que Dios tiene un decreto, Su Decreto, que abarca toda Su creación, hasta el mínimo detalle. En su Presente Eterno, Dios conoce toda Su creación, todo Su Decreto, sin que Dios avance temporalmente en ese conocimiento, casi como si su creación estuviera estática. Sin embargo su creación no está estática, sino que está cambiando, se está moviendo temporalmente. Y Dios conoce todos esos cambios hasta el mínimo detalle en su Presente Eterno. Dios conoce todos los cambios sin cambiar Él; conoce todos los movimientos sin moverse Él.

El decreto de Dios es lo mismo que su creación, pero a nosostros a veces nos ayuda más pensar en el decreto, como cuando al pensar lo conocido por Dios en su Presente Eterno lo consideramos como si fuera inmóvil; y a veces nos ayuda más pensar en la creación, en pleno movimiento, como en nuestra vida diaria, El decreto es como más intelectual y de estudio, y la creación es como más sensorial y del diario vivir. Lo complicado no es Dios  —Dios es simple—; los complicados somos nosotros, y junto con nosotros toda la creación.

Además, Dios es causa primera de todo su decreto y de todo lo que hay y sucede en él. Dios es causa primera de todo, excepto de Sí mismo. Ninguna creatura es causa primera de nada. Toda creatura que causa algo, lo hace como causa segunda. Ser causa primera es crear: traer a la existencia o conservar en la existencia (creación continua).

Además. Dios es causa primera de las causas segundas de sus creaturas. Si una creatura realiza un acto cualquiera, la creatura es causa segunda de su propio acto, y Dios es causa primera de la realización de ese acto de la creatura. Pero Dios no realiza ese acto de la creatura, ya que se tendría el absurdo de dos actos donde debería haber sólo uno. Lo que Dios hace es traer a la existencia o conservar en la exsitencia (causa primera) la realización del acto de la creatura (causa segunda). Lo que hace Dios lo hace solo Dios; y lo que hace la creatura lo hace sólo la creatura. Lo que hace Dios es hacer posible lo que hace la creatura, trayéndola o conservándola en la existecia, porque si la creatura no existiera no podría realizar nada.

Y esto que se dice de las creaturas vale para toda la realidad de las creaturas, sean actos o no, sean elecciones o no, y sean libres o no. (Dios, nada, y creaturas. Causa primera y causas segundas). Ahí está todo. Hay que leer, releer, pensar, repensar, tratar de investigar, etcétera.

Bien, para ir conociendo el plan de Dios necesitamos que Dios nos ayude, y que nos quiera ayudar, para lo cual necesitamos tener amistad con Él, y también tener intimidad en nuestra amistad con Él. Entonces empezamos a tener una buena y mejorable comunicación con Dios, lo cual sólo se logra si Dios se incultura respecto a nosotros, ya que nosotros no podemos inculturarnos respecto a Dios, porque no podemos tener un presente eterno.

Dios se incultura respecto a nosotros hasta el máximo grado. Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre: perfecto Dios y perfecto hombre. Dicho en otras palabras, el Creador, sin dejar de ser el Creador, se hizo creatura: perfecto Creador y perfecta creatura. Ésa ha sido la máxima inculturación de Dios respecto a nosotros —de las que tenemos noticia—, pero se han tenido inculturaciones menores, como todas las que se tuvieron antes de la concepción de Cristo.

Dios se comunica con nosotros inculturándose en mayor o menor grado. Principalmente nos hace sentir que Él cambia junto con nosotros, sobre todo temporalmente, y también espacialmente, y también en muchos otros aspectos. Nos hace sentir que va conociendo nuestro diálogo como si lo fuera conociendo a medida que dialogamos; de no ser así sería imposible que dialogáramos. Pero la realdad es que Él conoce, en su Presente Eterno, todo nuestro diálogo desde toda la eternidad (Cf. Intimidad con Dios).

Nosotros no podemos pensar sin considerar la realidad de las creaturas, ya que nosotros mismos somos creaturas. Tenemos que iniciar por el conocimiento de las creaturas, y por la consideración —aunque sea torpe— del conjunto de la creación, es decir, del decreto divino. ¿Cómo es el decreto divino? ¿Cómo inició? Sabemos que Dios lo creó, ¿cuándo?, ¿cómo? Aquí vemos la dificultad de intentar iniciar la búsqueda o investigación del plan de Dios.

 

Consideremos primero cuándo creó Dios su decreto

La pregunta de cuándo inició el decreto divino, o cuándo lo creó Dios, es difícil de responder porque en Dios no hay tiempo, ya que vive en su Presente Eterno. Sin embargo, las primeras palabras de la Biblia nos dicen que "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" ("In principio creavit Deus caelum et terram").

¿Qué significa tal "principio"? Ciertamente no puede ser un principio anterior al Presente Eterno de Dios. Pero no se habla de un después, ni se da a entender un después, de modo que no se indica que hubiera tiempo, ni que el tiempo fuera una de las primeras creaturas. Por todo eso nosotros, identificando ese "principio" con el Presente Eterno de Dios, preferiríamos que se hubiera dicho:

"En su Presente Eterno creó Dios el cielo y la tierra".

Pero Dios no iba a hablarnos de un Presente Eterno, del que en aquellos tiempos nuestros ni siquiera sabríamos lo que significa. Dios nos habló del modo en que nosotros mejor pudiéramos entender lo que Él nos quería decir. Hubo inculturación en su modo de hablarnos. Había dos posibles modos de hablarnos:

1. En el principio creó Dios el cielo y la tierra.

2. En su Presente Eterno creó Dios el cielo y la tierra.

El modo 1 se acerca más a nuestro punto de vista. El modo 2 se acerca más al punto de vista de Dios. Y Dios eligió el modo 1, por lo que se comprende que tuvo una mayor inculturación respecto a nosotros que si hubiera elegido el modo 2. Es muy notable que en las tres primeras palabras de la Biblia (en latín las dos primeras) Dios se inculturara del mejor modo respecto a nosotros.

Desde nuestro punto de vista el decreto divino avanza en el tiempo, porque nosotros avanzamos en el tiempo y así conocemos y pensamos. Pero desde el punto de vista de Dios, que conoce su decreto completo en su Presente Eterno, es como si su decreto estuviera inmóvil, pero habiendo sido planeado teniendo en cuenta nuestra temporalidad y movilidad.

Si tomamos la palabra "principio" en el sentido de "antes no", tendríamos que pensar en el decreto divino como si en una "primera parte" o (anterior) estuviera "vacío", y sólo en una "segunda parte" o (posterior) "comenzara" a tener realidades o creaturas. Y esa primera parte "vacía" ¿qué tanto se prologaría "hacia atrás"?  ¿Qué tanto habría estado Dios inactivo u ocioso respecto a su decreto? Y peor sería pensar que la parte "vacía" no fuera parte del decreto, sino que Dios estuvo inactivo —¿qué tanto?— desde "antes" de "comenzar" a crear su decreto. 

No tiene sentido tratar de pensar así; nos volveríamos locos. Debemos pensar que, aunque se tratara de una decisión libre de Dios, Él siempre estuvo actuando en su decreto, y por lo mismo creando y conservando algo en el ser. Lo cual casi equivale a pensar que no hubo "un principio". Pero Dios no quiso decir eso, sino hablarnos de "el principio", o mejor, "en el principio", en su Presente Eterno, con una inculturada forma de hablar en la que nosotros pudiéramos entender —al menos algo— en aquellos tiempos nuestros.

Lo que nos podemos preguntar es cuándo comenzó la humanidad, y qué habría sucedido antes. Pero todo indica que Dios sólo ha querido hablarnos de ello en los siete "días" mencionados en el Génesis. Y tal vez eso sea uno de los límites que Dios nos impone en nuestra investigación de su plan, debido a nuestras limitaciones, de las que hablamos al inicio de "El plan de Dios" (ni ojo vio, ni oído oyó, etcétera).

Debemos aceptar la forma en que Dios nos habla, pues de otra forma no podría haber comunicación entre nosotros y Él. Esto es lo que podemos decir respecto a cuándo creó Dios su decreto.


Consideremos ahora cómo creó Dios su decreto

Algo de lo que sabemos —que para nosotros ya es mucho— es que, siendo libre, Dios quiso que su creación (su decreto) fuera lo máximo (intimidad divina), y que Dios proyectó que todos se salvaran en el mejor de los mundos (sensibilidad divina).

Esto implica que Dios quiso su decreto de modo que en él hubiera muchas personas, además de todo lo demás. Y las personas, por ser libres, pueden elegir el bien o el mal, amar u odiar, pecar. Esas personas, por ser creaturas, pueden tener dos inclinacines:

  1. La inclinación a ser humildes y buscar el bien, debido al hecho de existir.
  2. La inclinación a ser soberbias y buscar su propio beneficio, debido al hecho de ser limitadas.

Respecto a lo primero no tenemos problema; casi todos estamos de acuerdo en que Dios creara a las personas con la inclinación de buscar el bien.

Respecto a los segundo casi todos tenemos problema, porque no nos gusta pensar que Dios creara a sus creaturas también con la inclinación a la soberbia y a buscar su propio beneficio; lo cual implica la posibilidad de elegir el mal, y aun de pecar. Dios, por ser omnipotente, podía haberlas privado de esas malas inclinaciones.

Y surgen las preguntas: ¿por qué Dios no privó de las malas inclinaciones a todas las personas que creó?  ¿Por qué permitió que tuvieran esas malas inclinaciones y que pudieran elegir el mal, e incluso pecar? ¿Por qué los humanos pecamos y somos pecadores? ¿Por qué pecó Eva? ¿Por qué pecó Adán? ¿Por qué pecó Luzbel?

Los humanos pecamos y somos pecadores porque tenemos las consecuencias del pecado original, cometido por Adán.

Adán pecó porque fue invitado por Eva a comer del árbol prohibido, pues prefirió tener que morir, con ella, que poder seguir viviendo, pero sin ella. Amó a Eva más que a Dios. Amó a la creatura más que al Creador.

Eva pecó porque fue engañada y tentada por Satanás.

¿Por qué peco Luzbel y se convirtió en Satanás, sin haber sido tentado por nadie? Cuestión terrible, expresada en la Sagrada Escritura:

  • "¿Cómo caiste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora?
    ¿Echado por tierra el dominador de las naciones?
    Tú, que decías en tu corazón:
    Subiré a los cielos;
    en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono;
    me instalaré en el monte santo,
    en las profundiddes del aquilón;
    subiré sobre la cumbre de las nubes
    y seré igual al Altísimo.
    ¡Vaya!, al sepulcro has bajado,
    a las pofundidades del abismo" (Isaías 14, 12-15). 

San Miguel dijo: Nadie como Dios.

Satanás habrá de pensar: ¿Quién como Yo?

Jesús dijo: Soy manso y humilde de corazón.


Dificultades de cómo creó Dios su decreto


Para lograr su objetivo de que su creación fuera lo máximo, Dios no decidió dar la mejor y máxima libertad posible a todas las creaturas personales, sino dar la máxima gama posible de libertades repartidas entre todas las personas que son creaturas. La libertad de las personas divinas es infinita, eso es otro asunto; las creaturas no pueden tenerla. 

Dios quiere que cada persona se desarrolle al máximo usando del mejor modo la libertad que Él le ha dado. Esto es algo muy complejo. Lo podemos comparar con el deseo humano de que cada hijo se desarrolle del mejor modo posible con la educación que ha recibido. Los padres humanos no pueden controlar la información que cada hijo recibe; y aunque lo lograran, no pueden controlar la libertad con que cada hijo reacciona a toda la información e influencia que recibe.

Dios puede controlar toda la información e influencia que cada creatura recibe del resto de la creación; puede controlar todas las relaciones que se dan entre todas las creaturas de la creación entera, y eso en cada momento de una creación que se mueve o cambia continuamente.

Pero está el problema de la libertad de todas esas creaturas. Porque Dios quiere que todas esas creaturas sean del todo libres dentro del grado de libertad que tienen, incluso en sus personales circunstancias.

Recordemos el ejemplo dado arriba del niño que elige el helado de fresa. Dios no se le acerca a la oreja para soplarle que elija la fresa; Dios lo deja que elija él solo, hasta el grado de que el niño pueda pensar con verdad: la fresa la elegí yo, no Dios.

El niño está eligiendo la fresa él solo —absolutamente solo— en el decreto que Dios elige para traerlo a la existencia.

Ahora llevemos el tema del niño ¡a toda la creación!, con la libertad real que Dios quiere que todas sus creaturas libres tengan (para que elijan solas y puedan pensar con verdad que eligen solas —como elniño—), y para poder hacerlas plenamente responsables de sus elecciones libres; y finalmente para que estén plenamente satisfechas —por haber colaborado libremente en su salvación— y sean plenamente felices.

Ahora pues, al llevar esta temática a toda la creación, surge el problema del decreto divino y de cómo Dios haya de elegirlo. Claro que lo elige libremente, pero el problema surge al considerar que Dios tiene que elegir traer a la existencia todo lo que esté o suceda dentro de su decreto; se trata de millones de millones de elecciones. Para poder manejar este tema, debemos manejarlo primero en una sola de dichas elecciones; y nos será más claro y conveniente hacerlo volviendo al ejemplo del niño que elige la fresa.

Dios tiene que elegir que el niño que elige la fresa esté en el decreto. Y que al elegirlo, como niño que elige la fresa, Dios elige también la fresa, ya que si no elige también la fresa, la fresa no estaría en el decreto y el niño no podría elegirla. Pero habíamos dicho que Dios no elige la fresa, sino que la fresa es elegida sólo por el niño. Parece, pues, que caemos en contradicción. Pero no es así. Analicémoslo.

No es lo mismo elegir la fresa para comerla, que elegir la fresa para ponerla en el decreto, es decir, para ponerla o conservarla en la existencia. Son dos elecciones distintas, no una misma y única elección. Si fuera una misma y única elección caeríamos en contradicción, pero no si son dos elecciones distintas.

Anteriormente no considerábamos la elección libre de la fresa hecha sólo por Dios para ponerla en el decreto, sino sólo la elección libre de la fresa hecha sólo por el niño para comerla. Por eso anteriormente hablábamos de una sola elección libre, y ahora hablamos de dos elecciones libres distintas, sin caer en contradicción. El supuesto problema queda resuelto.

Más como este supuesto problema es tan discutido y confundido, será conveniente que analicemos la posibilidad de que la elección libre de Dios se identifique con la del niño; y también la posibilidad de que la elección libre del niño se dentifique con la de Dios.

Si la elección libre de Dios se identificara con la elección libre del niño, Dios elegiría libremente la fresa para comerla. Y faltaría la elección libre de Dios para poner la fresa en el decreto; y claro, la fresa no existiría, y Dios no podría comer una fresa inexistente.

Si la elección libre del niño se identificara con la elección libre de Dios, el niño elegiría libremente la fresa para ponerla en el decreto, es decir, para ponerla o conservarla en la existencia. Lo cual es imposible porque las creaturas no pueden poner ni conservar en la existencia absolutamente nada.

Y bien, esto que sucede con el niño y la fresa, sucede con todas las otras creaturas. O sea que las elecciones libres de las creaturas son plenamente reales y libres, no medianamente libres por estar —supuestamente— realizadas junto con Dios. Problema superaclarado. Sigamos adelante.

Queda pendiente el que Dios elija libremente todo lo que ha de haber en el decreto —millones de millones de cosas— y que el decreto sea lo máximo, es decir, que todos se salven y la creación sea lo máximo o —como suele decirse— que Dios haya creado el mejor de los mundos posibles.

Que Dios elija millones de millones de cosas para ponerlas en su decreto no tiene problema, es el tema de crear o traer cosas a la existencia multiplicado enormemente, lo cual es realizado por Dios con su omnipotencia. El problema —para nosotros— está en que la creación de Dios sea lo máximo.

Dijimos que para lograr su objetivo de que su creación fuera lo máximo, Dios no decidió dar la mejor y máxima libertad posible a todas las creaturas personales, sino dar la máxima gama posible de libertades repartidas entre todas las personas que son creaturas.

Si Dios diera la mejor y máxima libertad posible a todas las creaturas personales, esas creaturas en realidad serían Dioses, lo cual es imposible por contradictorio: que las creaturas sean Dioses, es decir, que las creaturas no sean creaturas. Lo que en realidad tendríamos sería sólo creaturas perfectísimas, personales o no.

Supongamos que al menos hubiera una creatura personal perfectisima, y que fuera Luzbel. Entonces todas las creaturas personales querrían ser Luzbeles, o creaturas tan perfectas como Luzbel. Y claro, los hombres no existiríamos. Pero como los hombres existimos, y Dios creó el mejor de los mundos, lo máximo no consiste en que Dios diera a todas sus creaturas personles la mejor y máxima libertad posible, sino que lo máximo consiste en que Dios dé la máxima gama posible de libertades repartidas entre todas las personas que son creaturas.

Y además, aquí también tendremos la máxima gama de inclinaciones al bien y al mal de todas las creaturas. Pues vimos que las personas, por ser creaturas, pueden tener dos inclinacines:

  1. La inclinación a ser humildes y buscar el bien, debido al hecho de existir.
  2. La inclinación a ser soberbias y buscar su propio beneficio, debido al hecho de ser limitadas.

Cabe pues —en el mejor de los mundos— la posibilidad de personas que tengan la inclinación al mal, además de personas que tengan la inclinación al bien. Pero es más que eso, ya que una misma persona puede tener ambas inclinaciones, al bien y al mal, en distintas circunstancias; de hecho nosotros las tenemos. Pero no hay personas que tengan únicamente inclinaciones al mal, lo cual sería una forma de mal aboluto.

Por tanto es más sencillo y conveniente hablar de inclinaciones —sobrentendiendo que son tenidas por personas— que hablar de personas que tienen tales o cuales inclinaciones. O sea que en el mejor de los mundos hay inclinaciones al bien e inclinaciones al mal. Y el mejor de los mundos será en el que haya más inclinaciones al bien.

Ahora abramos dos cajones. En uno pongamos todas las personas que tengan inclinaciones únicamente al bien, y llamémoslo cajón puro. En el otro cajón pongamos todas las personas que tengan iclinaciones al bien y al mal, y llamémoslo cajón mixto. ¿En dónde habrá más inclinaciones al bien, en el cajón puro o en lo dos cajones juntos? Obviamente, en los dos cajones juntos.

La conclusión es que el mejor de los mundos pide tener inclinaciones al mal, o personas que tengan inclinaciones al mal. Pero como el bien debe triunfar al final, será necesario que todas las personas que tengan inclinaciones al mal terminen por reconsiderarlas y convertirlas en inclinaciones al bien. Y no será necesario que esto se realice simultáneamente en todas las personas, como no sucede en nosotros.

Lo cual pide que la creación esté abierta al futuro, ¿hasta cuándo? Y aquí surge nuevamente la cuestión de la temporalidad de la creación, ya sea respecto al futuro como respecto al pasado: ¿desde cuándo?, ¿hasta cuándo? 

Y tal vez el ¿hasta cuándo?, si es un "hasta cuándo final", sea otro de los límites que Dios nos impone en nuestra investigación de su plan, debido a nuestras limitaciones, de las que hablamos al inicio de "El plan de Dios" (ni ojo vio, ni oído oyó, etcétera). Y esto es también lo que podemos decir respecto al "hasta cuándo final" del decreto divino, o sea, de su creación.

Pero si no se trata de un "hasta cuándo final", es mucho lo que podemos decir del futuro del decreto divino —de la creación—, a diferencia de lo poco o nada que podemos decir del "desde cuándo", o sea, de su pasado.


¿Quiere Dios realmente involucrarnos en todo?

Respecto a cómo creó Dios su decreto, podemos decir que lo creó de modo que fuera lo máximo, y que eligió todo lo que habría de poner en él —hasta el mínimo detalle— de modo que el decreto fuera lo máximo. Se trata de millones de millones de elecciones, lo cual no tiene problema porque Dios puede realizarlas con su omnipotencia.

El problema está en que la creación de Dios sea lo máximo, es decir, que ese máximo incluya todas las elecciones libres de todas sus creaturas pesonales. Y así resulta que el tema del mejor de los mundos —creación máxima— es un tema muy complejo, para nosotros por supuesto.

Dios quiere que su decreto sea lo máximo, pero no dependiendo sólo de Él, sino también de todas sus creaturas personales y de todas sus decisiones libres, incluidas las derivdas de sus personales inclinaciones, sean éstas al bien y al mal. Dios quiso que no se tratara sólo de Su decreto, sino también de nuestro decreto; que no se tratara sólo de Su creación, sino también de nuestra creación.

¿En qué sentido debemos considerar esto? Pues Dios quiso que cada creatura personal —parte de la creación— interviniera en toda la creación.

Dios tuvo que elegir a todas esas creaturas personales a sabiendas de lo que libremente decidirían en todos los tiempos, a fin de que —en el conjunto de todo— el decreto fuera lo máximo. He ahí el gran problema —para nosotros por supuesto—, para nuestra investigación del plan de Dios.

Dios quiso involucrarnos casi en todo (un pudente casi). Dios quiso involucrar el mal, incluidos nuestros males, en la creación de su decreto máximo. Las creaturas no somos co-creadoras, sino sólo pro-creadoras. No somos co-creadoras, porque es algo imposible, ya que crear o co-crear es algo imposible para las creaturas. Somos pro-creadoras porque hacemos algo a favor de —pro— la realización del decreto máximo de parte de Dios.

Eso que hacemos es tomar decisiones, libremente, que Dios toma en cuenta para la realización de su decreto máximo. Dios sabe qué creaturas ha de crear y cómo van de comportarse —libremente— para ponerlas en su decreto e involucrarlas de modo que el decreto resulte ser lo máximo.

Las creaturas se comportan libremente ellas solas —como el niño del ejemplo de la fresa—, y desde la eternidad Dios conoce su libre comportamiento en el tiempo. Desde la eternidad Dios crea esas creaturas, pero para que su puesta en la existencia se realice en el tiempo, y en el tiempo tomen sus libres decisiones, que Dios conoce desde la eternidad.

Es un hecho que Dios lo controla todo, pero sin tomar Él las libres decisiones de las creaturas, sino sólo trayendolas a la existencia para que puedan tomar sus libres decisiones ellas solas. Por eso también es un hecho que las creaturas son real y totalmente libres, no medianamente libres por tomar sus decisiones —supuestamente— junto con Dios. Por eso las creaturas son sólo pro-creadoras, y nunca co-cradoras. 

Cómo Dios logre todo eso, qué creaturas crear y qué decisiones libres van a tomar, y en qué tiempos y demás circunstancias, es algo que nosotros no sabemos, porque no tenemos el talento requerido ni conocemos todo el decreto divino, con toda su temporalidad de pasado, presente y futuro.

Y por ser su decreto lo máximo todos se salvarán —no sabemos cuándo ni cómo— aunque en el proceso pueda haber justos castigos. 

Podemos saber algo o mucho de lo que Dios ha permitido y permite, e incluso de lo que promete o promete permitir; del sentido de su relación con nosotros y de su plan de salvación. Y también de que Él quiera, en la medida de lo posble, involucrarnos casi en todo (un prudente casi). De esto trataremos en el siguiente artículo.


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