El sexo fue creado por Dios como parte importante de los seres vivos orgánicos, a fin de que pudieran reproducirse. Y en el caso del hombre tiene especial importancia debido a sus relaciones con el amor.
Las palabras sexofilia y sexofobia no están en el Diccionario de la Real Academia Española; pero ciertamente aparecen los sufijos filia (afición o amor a algo) y fobia (aversión exagerada a alguien o a algo). Por eso se pueden formar las palabras sexofilia y sexofobia para expresar respectivamente el lícito deseo del sexo y el horror al sexo fuera del matrimonio abierto a la vida.
La sexofilia es algo bueno, muy bueno, como veremos. La razón de ello es que Dios quiso que tuviéramos sexo a fin de reproducirnos: "creced y multiplicaos" (Génesis 1, 28). Y también: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser una sola carne" (Génesis 2, 24).
En cambio, la sexofobia es algo malo, muy malo, ya que es contraria y se opone a la sexofilia. Trataremos de esto más adelante, y con cierto detalle. Por lo pronto al menos dejamos dicho que la sexofilia es algo bueno, muy bueno, y que la sexofobia es algo malo, muy malo.
No me parece adecuado tratar el tema de la sexualidad sin haberla mencionado como un maravilloso obsequio divino. Sobre todo cuando en la historia humana, y hasta la actualidad, el sexo se ha considerado por muchos como algo inmoral, vergonzoso, sucio y vulgar, con excepción de las circunstancias internas al matrimonio y con la debida apertura a la vida.
O sea que el sexo se acepta sólo cuando no queda otro remedio, pues de lo contrario la humanidad se extinguiría, en un siglo o menos. Es decir, el sexo no se acepta, sino que se tolera. La palabra sexo, y las frases de ahí derivadas han llegado a ser consideradas como malas palabras: se ha llegado a decir que no hay que hablar de sexo, por ser materia más pegajosa que la pez.
Hay que afirmar, con fuerza, que lo anterior debe considerarse como un grave insulto a Dios. Es así debido a la exquisita delicadeza y al entrañable amor divinos implicados en el maravilloso don de la sexualidad, sobre todo para los seres humanos.
En efecto, el obsequio de la sexualidad se encuentra también en muchos otros seres vivos orgánicos. En lo que sigue me referiré sólo a los seres humanos debido a la importantísima presencia del amor en la sexualidad humana.
Un ser humano solo, sea hombre o mujer, aunque sea individualmente completo es alguien humanamente incompleto, ya que no puede tener hijos, ni multiplicarse, ni propagar la especie. Para que haya humanidad completa hace falta que haya al menos un hombre y una mujer, de modo que puedan tener hijos y así multiplicarse y propagar la especie. Un hombre sin el complemento de una mujer es un hombre humanamente incompleto, un hombre ¡disminuido!, que sufre la soledad y tiene problemas existenciales. Y lo mismo sucede con la mujer, si no tiene el complemento de un hombre.
Por eso dijo Dios que no era bueno que el hombre estuviera solo, y le creó el complemento de la mujer, para que fuera su esposa y ambos pudieran tener hijos, y que así se propagara la especie (Dios creó el matrimonio). El hombre estaba estrechamente unido a Dios, pero estaba humanamente solo, humanamente ¡disminuido! La unión con Dios no hacía que el hombre dejara de estar humanamente solo y humanamente ¡disminuido! Por eso Dios le creó el complemento de la mujer.
Dios no pensó que al crearle una compañera (Eva) al hombre (Adán), éste pasaría a tener el corazón dividido. El amar a más personas no divide el amor; lo multiplica. El amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo —millones— como a uno mismo, no divide el amor; lo multiplica.
Lo que Dios quería era que Adán y Eva lo adoraran juntos como esposos, como una sola persona mística, por ser una sola carne. Dios es celoso, pero no de que amemos a nuestro prójimo, y mucho menos a nuestro cónyuge, sino de que busquemos a otros dioses, que no son más que ídolos. Dios es celoso en querer que sepamos que Él es el único Dios, y que lo adoremos sólo a Él.
Para dejar el hombre a su padre y a su madre hacía falta que antes viviera con ellos. Y a esa vida conjunta de padre, madre y al menos un hijo —o hija—, es a lo que desde el principio se le llamó familia. Al dejar a su padre y a su madre, el hombre deja a su familia paterna, y al adherirse a su mujer, ambos vienen a ser una sola carne —se hacen una sola persona mística—, y tienen relaciones sexuales, que suelen dar lugar a hijos, y así forman una nueva familia. El hombre deja a su padre y a su madre, su familia paterna, para adherirse a su mujer y formar su familia propia; y así tener hijos y propagar la especie.
Eso es lo que Dios quiso desde el principio, que los seres humanos formaran familias. Y lo quiso como un mandato: "creced y multiplicaos", y "dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser una sola carne”. El hombre debe dejar su familia paterna y formar su familia propia. Como veremos, este mandato divino no ha sido debidamente cumplido debido a la sexofobia.
De no ser así, el hombre no tendría ese motivo para dejar a su padre y a su madre. No se dijo: el hombre dejará a su padre y a su madre para poner su propio negocio, ni para hacerse sacerdote, ni para desarrollarse por su cuenta, sino para adherirse a su mujer y dejar de estar solo, como un hombre ¡disminuido! Y claro, al estar unido a su mujer y formar una familia propia, podrá también tener otras actividades, como la de ser empresario, o sacerdote, o la de desarrollarse por su cuenta de cualquier otra forma; pero lo fundamental, lo mandado por Dios, es que el hombre forme su propia familia. Solamente podrá no hacerlo debido a circunstancias que lo impidan, como el venir mutilado al regreso de una guerra, etcétera.
La sexualidad, el sexo, nos permite amar como Dios ama: de forma que el amor de dos personas sea fecundo, es decir, que engendre, que dé origen a una tercera persona, como el amor del Padre y el Hijo da origen a la persona del Espíritu Santo. Sin sexo no es posible a los humanos amar así. La sexualidad, el sexo, es la escuela del amor humano, en su más alto nivel.
Dios quiso darnos a los humanos un don maravilloso: la posibilidad de amar como Él ama. Y que amando así, pudiéramos amarlo a Él y amarnos entre nosotros. Y esa maravillosa posibilidad la tenemos gracias al sexo. Hay que agradecerle amorosamente a Dios el maravilloso don de la sexualidad.
Y hay más: sin sexo no habría humanidad. No existiría la especie humana. Lo que habría serían dos especies, supuestamente humanas: la especie masculina y la especie femenina. Pero en realidad esas dos especies no serían humanas.
Serían dos especies naturalmente distintas (como perros y gatos, por ejemplificarlo de alguna manera). Ninguna de las dos podría reproducirse. En ninguna de las dos podría haber amor fecundo. Habría masculinidad y habría feminidad, pero no habría humanidad. Así se comprende mejor el maravilloso don divino de la sexualidad. ¿Y decir que se trata de algo inmoral, vergonzoso, sucio y vulgar? ... ¡Basta! ... Los vulgares somos nosotros.
En las relaciones sexuales humanas se favorece mucho la presencia del amor, que es lo preferido por Dios; pero se da también la presencia del placer sexual, que es un placer muy intenso.
Cuando Dios nos da una misión, junto al cumplimiento de esa misión Él nos otorga un placer, tanto para facilitarnos el cumplimiento de la misión como para premiarnos por estar ocupándonos en cumplir lo que nos pide. En las relaciones sexuales humanas Dios nos da el intenso placer sexual; pero claro, favoreciendo principalmente la presencia del amor, que es lo preferido por Dios. Adelante analizaremos la intensidad del placer sexual.
Aunque la sexofilia sea lo verdaderamente importante, será didáctico tratar primero de la sexofobia, a fin de que todo se entienda mejor y con mayor facilidad.
Es como sucede con el bien y el mal. Aunque el bien sea lo verdaderamente importante, es didáctico tratar primero del mal, a fin de que todo se entienda mejor y con mayor facilidad. Lo verdaderamente importante es difícil de conocer conceptualmente, por estar tan acostumbrados a ello.
La sexofobia tuvo su origen al principio de los seres humanos, y concretamente, debido al pecado original. Antes del pecado original el hombre y su mujer estaban desnudos, sin avergonzarse de ello (Cf. Génesis 2, 25). Pero inmediatamente después del pecado original se dieron cuenta de que estaban desnudos, tuvieron miedo y se escondieron de Dios por la vergüenza de estar desnudos. Por primera vez los seres humanos —Adán y Eva— tuvieron vergüenza y miedo.
Dios llamó a Adán diciéndole “¿Dónde estás?”, y Adán respondió: “Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí”. Dios continuó: “¿Y quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol de que te prohibí comer?” (Cf. Génesis 3, 7-11).
Luego vinieron las reprimendas, pero quedó claro que la vergüenza por la desnudez, y el miedo, tuvieron como causa al pecado original, que fue un pecado de desobediencia, no de sexo. El sexo fue querido por Dios, ya que les ordenó que se multiplicaran.
De ahí en adelante los genitales fueron vergonzosos. ¿Por qué? Pues porque los seres humanos se reproducen por generación natural, es decir, por el coito, que se realiza mediante los genitales; y de esa manera se trasmite el pecado original a toda la humanidad. O sea que los genitales son vergonzosos porque por su medio se trasmite el pecado original.
Sin embargo los genitales no son vergonzosos de suyo, sino que lo son sólo por la trasmisión del pecado, que es lo vergonzoso de suyo. Por eso ante la inminencia del coito —querido por Dios— la vergüenza de los genitales desaparece; es más, el coito pide la desnudez.
Por tanto desde el origen, y en adelante, los seres humanos tenemos que vestirnos para evitar la desnudez, excepto en la soledad y en el juego sexual que lleva al coito.
Además, el pecado original deterioró la naturaleza humana, lastimando su natural unidad, es decir, la unidad de alma y cuerpo que hay en la persona humana. Después del pecado original el cuerpo comenzó a querer contra las leyes del alma; y el alma comenzó a despreciar a su cuerpo.
Que el cuerpo comenzara a querer contra las leyes del alma fue la parte negativa del cuerpo en la ruptura de la naturaleza humana, y fue algo considerado como camino del mal o camino de perdición de parte del cuerpo.
Que el alma comenzara a despreciar a su cuerpo no tuvo lugar sólo por la división causada por el pecado, sino también por la previa vergüenza de los genitales. Y ese doble desprecio del alma por su cuerpo es lo que constituyó el origen de lo que llamo sexofobia.
Ese desprecio del alma por su cuerpo fue la parte negativa del alma en la ruptura de la naturaleza humana, que también debió ser considerado como camino del mal o camino de perdición, pero de parte del alma. Sin embargo, debido a la sexofobia, fue considerado como camino del bien o camino de santidad. Lo que con el tiempo dio lugar al celibato.
La sexofobia tiende a trasmitirse a todos los seres humanos, a menos que haya algo que lo impida; que puede ser, de parte de cada ser humano, la toma de conciencia de que la sexofobia debe evitarse; o puede ser algo venido de Dios, como en los casos de José y María.
Asi se logran comprender las causas del celibato, tanto en lo sacerdotal como en lo religioso, y también en lo laical. Esas causas son el pecado original y la sexofobia.
Finalmente, cuando la sexofobia es erróneamente concebida como un camino de santidad —sin decirlo explícitamente así—, en el clero errónea e instintivamente se inicia el celibato como algo muy conveniente para el sacerdocio.
Esto no sólo sucede en el catolicismo, sino también en otras religiones o espiritualidades, e incluso en otras actividades a fin de dejar libre el tiempo de un posible matrimonio para un mejor desarrollo de algunas vocaciones civiles, como las artes, las ciencias, las guerras, etcétera.
De tal forma, el celibato queda desvelado como un medio supuestamente bueno —supuestamente ¡excelente!—, pero que conduce al ser humano, hombre o mujer, a convertirse en un ser humano ¡incompleto y disminuido!, incapaz de reproducirse. Y así, debido al intento de suprimir la sexofilia con el celibato, es como se explica el escándalo de la oculta pederastia de parte de muchos sacerdotes. En su tremenda sexofobia, muchos clérigos alegan que la pederastia nada tiene qué ver con el celibato. ¿Nada tiene qué ver? … ¡No lo quieren ver!
Debe notarse, además, que ni la sexofobia ni el celibato son exclusivos del catolicismo, ni de otras religiones o espiritualidades. Se trata de algo que explica, también, diversos problemas psicológicos y existenciales de muchas personas. Se trata de algo mundialmente extendido, por tener origen en una humanidad dañada por el pecado original.
Además de todo lo anterior, la sexofobia también altera la debida interpretación de los conceptos de pureza y de impureza. La pureza es la no alteración de la naturaleza de algo, y por lo mismo se aplica prácticamente a todo. Así hablamos de agua pura, de oro puro, de plantas puras, de arroz puro, de alma pura, de cuerpo puro, de conciencia pura, de inteligencia pura, de voluntad pura, de actos puros, de virtudes puras, de intenciones puras, de relaciones puras, etcétera.
La impureza es simplemente lo contrario, lo opuesto a la pureza. Y por lo mismo también se puede aplicar prácticamente a todo.
Al hablar de pureza, a secas. se sobrentiende su concepto general, que acabamos de describir. Para referirnos a una pureza específica la mencionamos con claridad —como al decir la pureza de su actuación—, pero también podemos referirnos a ella gracias al contexto. Así, al hablar o escribir de la actividad escolar, la mención de la pureza se refiere a la pureza educativa, debido al contexto. Y es claro que lo mismo puede decirse de la impureza.
Analicemos ahora las siguientes expresiones:
(1) Dios ama la pureza.
(2) Dios aborrece la impureza.
Ambas expresiones pueden referirse a intenciones, a conclusiones, a decisiones, a las almas, a las mentes, etcétera. Sin embargo, en nuestra realidad, en ambas expresiones la pureza se sobrentiende referida al cuerpo, de la siguiente manera:
(1a) Dios ama la pureza (castidad, virginidad, pudor, etcétera).
(2a) Dios aborrece la impureza (sexo inmoral, prostitución, etcétera).
¿Por qué en las expresiones (1) y (2) la pureza usualmente se sobrentiende referida al cuerpo humano, al modo de (1a) y (2a)? La razón de ello es la sexofobia. En el contexto moral, que puede referirse a mil cosas, la pureza de hecho se sobrentiende referida al cuerpo humano debido a la sexofobia, debido al horror al sexo.
Debido a lo anterior, en muchos escritos y discursos sobre temas morales la pureza es mal entendida, sobrentendiéndola referida al cuerpo humano, haciendo que dichos escritos y discursos sean mal entendidos, de manera fanáticamente sexófoba, rigorista, escrupulosa y moralmente exagerada.
Es necesario desterrar esta nefasta función de la sexofobia en lo referente a la pureza. Sobre todo para que los católicos no parezcamos sexófobamente fanáticos.
Corporalmente los seres humanos estamos hechos, de manera importante, para alimentarnos, para tener sexo y para descansar. Tenemos todo un sistema digestivo, todo un sistema reproductivo y todo un sistema nervioso. Y tenemos un placer en cada uno de sus correspondientes actos; un placer al alimentarnos, un placer al tener sexo y un placer al descansar. Estas semejanzas nos ayudarán a comprender mejor el placer sexual.
Tenemos un fuerte anhelo de lograr dichos placeres, que nos ayudan a sobrevivir y mejorar. El placer del alimento nos ayuda a seguir viviendo. El placer del sexo nos ayuda a reproducirnos y perpetuar la especie humana. El placer del descanso nos ayuda a renovar nuestras energías. El placer del sexo —calentura o sexofilia— es algo del todo natural en los seres humanos, tan natural como el hambre y el sueño.
El placer del sexo es el más intenso. La palabra calentura es muy apta para expresar en un momento determinado la intensidad de la sexofilia de un modo coloquial popular. Es interesante comparar esos placeres y tratar de comprender la intensidad del placer sexual.
La demanda natural de sexo es impresionante, como se comprueba incluso en muchos de sus defectos: libertinaje, prostitución, violaciones, pornografía, etcétera. Tenemos gran vergüenza de aquello mismo que anhelamos. Todo esto requiere alguna explicación.
De hecho, en nuestros actos buscamos en primer lugar el placer, y en segundo lugar la finalidad del mismo. Es Dios quien busca en primer lugar la finalidad del placer. Y permite que nosotros busquemos en primer lugar el placer para asegurarse de que logremos la finalidad del placer, aunque sea en segundo lugar, es decir, para que no dejemos de lograrla por pereza.
Veamos algunos ejemplos. Comemos buscando en primer lugar el placer del alimento, porque tenemos hambre, y sólo en segundo lugar notamos que el alimento nos ayuda a sobrevivir. Descansamos buscando en primer lugar el placer del descanso, porque tenemos sueño, y sólo en segundo lugar notamos que el descanso nos ayuda a renovar nuestras energías. Buscamos en primer lugar el placer del sexo, porque tenemos calentura, y sólo en segundo lugar notamos que el sexo nos ayuda a reproducirnos y amarnos.
Conviene aclarar que la finalidad del sexo es amarnos y reproducirnos, pero no debemos reproducirnos de cualquier manera, sino sólo dentro del matrimonio. No es finalidad del sexo reproducirnos fuera del matrimonio, es decir, no es su finalidad traer hijos al mundo fuera del matrimonio, de modo que carezcan de una familia. También conviene aclarar que amarnos es siempre una finalidad del sexo, aunque no hubiera placer corporal ni reproducción. Pero no es finalidad del sexo tener placer corporal únicamente, sin amor alguno, sino que siempre debe haber algo de amor. El amor siempre vale más que el placer.
Es importante notar que es lícito buscar el placer en sí mismo, siempre que no se altere negativa y voluntariamente la finalidad de dicho placer, sea el placer que sea, incluso el placer sexual. Los cónyuges no dicen: vayamos a tener un hijo, sino vayamos a tener placer sexual y amarnos de esa maravillosa manera. Y claro, ni siquiera hace falta decirlo, sino que basta insinuarse y dejarse llevar por el deseo.
Como ejemplo, es lícito comer por el sólo placer de comer, aun fuera de las horas de las comidas, y aunque no nos alimentemos, como cuando mascamos chicles o tamamos un aperitivo no alimenticio. Es lícito descansar por el sólo placer de descansar, como cuando dormimos una siesta en pleno día. Y también es lícito tener sexo por el sólo placer de tenerlo —sin excluir del todo el amor—, como cuando lo tenemos en la mencionada siesta.
Surge la pregunta de qué sea el placer sexual. Es un gozo espiritual y un placer corporal. Y lo principal es el gozo espiritual. Así debe ser. Pero el gozo espiritual puede evitarse voluntariamente, debido a nuestra lbertad. El placer corporal no puede evitarse o es muy difícil evitarlo, porque no tenemos un total control sobre nuestro cuerpo.
Hay un disfrute en los dos casos, tanto en lo espiritual —al que solemos llamar gozo—, como en lo corporal —al que solemos llamar placer—; y en general, al hablar del sexo solemos hablar preferentemente de placer, quizá debido a lo escurridizo de lo espiritual. Pero en ambos casos en ese disfrute hay siempre calor. El sexo es algo caliente, tanto en lo corporal como en lo espiritual.
No hace falta explicar la calentura corporal del sexo; es algo bien conocido. El calor espiritual del sexo es algo menos conocido. Se trata al menos de una correspondencia, de un aceptar juntos algo que nos gusta a ambos. No podemos tener ¡realmente! ese gozo espiritual en soledad. Podríamos tenerlo imaginativamente, como en la masturbación; o incluso visualmente, como en la pornografía. Pero en soledad se trata ¡siempre! de algo notablemente empobrecido. El sexo es un "juego" en el que se necesitan dos: un hombre y una mujer.
La homosexualidad es antinatrual, tanto la masculina como la femenina; es estéril, y además suele ser causa de enfermedades sexuales, algunas mortales.
Los que defienden y promueven el celibato dicen que sin alimento te mueres, pero que sin sexo no te mueres. Esto es falso, y lo dicen debido a su tremenda sexofobia. Veamos. Sin alimento ciertamente te mueres a corto plazo. Sin sueño también te mueres, pero a largo plazo. Sin sexo no te mueres con certeza, pero puedes morirte inmediatamente, como sucede con los asesinatos por motivos sexuales, odios sexuales, rechazos sexuales, amores no correspondidos, celos, etcétera. El sexo es tan intenso que da lugar a asesinatos, cosa que no sucede con el alimento ni con el sueño.
La intensidad de la sexofilia —calentura o deseo del sexo— es tanta que los humanos han buscado y/o logrado el placer sexual a lo largo de toda la historia de la humanidad, aun sabiendo que casi siempre se exponían a la muerte. Se teme menos a la muerte que a la ausencia de sexo. El sexo puede causar enfermedades mortales y contagiosas, como la sífilis, que fue difícilmente curable hasta principios del siglo XX. Luego apareció el SIDA, etcétera. Y además, siempre se ha tenido el peligro de muerte debido a asesinatos relacionados con el sexo, como los recién mencionados y más.
Los que no conocen el gozo espiritual del sexo no conocen ni siquiera se imaginan la felicidad, el gozo-placer del sexo completo, es decir, del sexo como debe ser, espiritual y corporal de un hombre y una mujer. Es como un sordo que baila, que percibe algún ritmo, y que se deja llevar sin oír nada. Es alguien que no sabe bien lo que es bailar, que ni siquiera se imagina lo que es el baile completo, como debe ser. Su sordera es una pobreza involuntaria. En cambio, la pobreza del que no busca el gozo espiritual del sexo es una pobreza voluntaria. Es como si el que baila quisiera voluntariamente que la música la escuchara sólo su pareja. Sería de locos. ¡Es de locos no buscar el gozo espiritual del sexo!
La gran inmoralidad de la pornografía consiste en difundir esta locura de no buscar el gozo espiritual en la práctica sexual, sino en reducirla sólo al placer corporal, y de esa manera convertir la pornografía en un gran negocio.
En el sexo hay un disfrute conjunto de gozo-placer que se hace unitario en la unidad alma-cuerpo de la persona humana. Y eso sucede en cada uno de la pareja que tiene sexo. Y ese disfrute mutuo también se hace unitario por el amor que se dan ambas personas. Ésa es la felicidad conyugal. Y su calentura en lo corporal es la participación en la carne humana del Fuego de Amor que es el Epíritu Santo.
En Pentecostés ese Fuego se hizo presente, aunque no de manera sexual: "Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2, 3-4).
"Fuego vine a traer a la tierra, ¿y qué quiero?, ¡que ya arda!" (Lucas 12, 49).
Dios quiere que el fuego sexual se dé en los cónyuges antes de dormir, ya que en la Escritura al placer sexual se le llama "placer que acompaña al sueño" (Sabiduría 7, 2).
Es natural que se ame lo que uno practica o lo que se relaciona con lo que uno practica. Aman la música los que cantan, y aman el ballet los que bailan; y como en el sexo hay calor, quienes aprecian y valoran la calentura —intensidad de la sexofilia— son las pesonas sexualmente calientes. Pues en efecto, hay personas sexualmente calientes, normales y frías. Estas últimas son las que viven con una sexofilia inferior al promedio. Las personas calientes son las que viven con una sexofilia superior al promedio. Y claro, la mayoría son personas normales, ni muy calientes, ni muy frías.
Como es natural, la calentura sexual es bien considerada por las personas calientes; es mal considerada por las personas frías, que padecen sexofobia; y por las pesonas normales, pues lo normal, ni tan tan ni muy muy.
Suele haber problema al decir que alguien es una persona caliente, y más, que en este momento está caliente o anda caliente. ¿Por qué? Pues, porque hay sexofobia —horror al sexo— en el ambiente. En cambio, no hay problema al decir que alguien es una persona hambrienta o somnolienta, o que en este momento tiene hambre o sueño. ¿Por qué? Pues porque en el ambiente no hay horror al hambre ni al sueño.
Las personas calientes deben ser consideradas mejores, y las personas frías deben ser considerdas peores. Pero en nuestra realidad social las personas calientes son consideradas peores, y las personas frías son consideradas mejores, debido a la sexofobia. La sexofobia voltea las cosas al revés, las pone patas arriba. En esto se nota claramente la negatividad de la sexofobia. Y se puede notar también la positividad de la sexofilia. ¡El calor es vida; la frialdad es muerte!
Satán no logró directamente la sexofobia; lo que logró fue el pecado original, que fue un pecado de desobediencia, no de sexo. Pero como vimos, el pecado original dio lugar a la sexofobia. Entonces Satán procuró que la sexofobia se fuera difundiendo a toda la humanidad, aunque fuera poco a poco. Y así logró que la sexofobia llegara al cristianismo, e incluso que diera inicio al celibato, como iremos viendo.
Con todo lo cual Satán se ha venido aprovechando de la sexofobia para lograr que los humanos crean que pecan mucho sexualmente, porque la sexofobia hace creer que es pecado todo ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio abierto a la vida; y además, que en los pecados de sexo no hay parvedad de materia, es decir, que todos son graves, mortales. Y Satán ha logrado que la jerarquía de la Iglesia enseñe todo esto.
Satán ha logrado que muchos católicos crean que están en pecado mortal casi continuamente —por no lograr evitar los supuestos pecados sexuales—, y que tengan que confesarse repetidamente de los mismos supuestos pecados sexuales. Lo cual ha llevado a muchos católicos al extremo de desconfiar de sus propósitos de enmienda —gran erosión de la moralidad personal—, y así a pensar que —honestamente— no deben confesarse más; a pensar que son pecadores imperdonables, terminando por alejarse de la Iglesia: Muchos se están alejando.
¿Por qué se afirma que no hay parvedad de materia en los pecados o supuestos pecados sexuales? Pues, porque hay sexofobia. ¿Por qué en muchos otros pecados hay parvedad de materia? Pues, porque no hay horror —fobia— respecto a esos pecados. Va quedando claro que el problema está en la sexofobia; y que Satán se ha venido aprovechando de ella muy exitosamente.
Satán logró que en el cristianismo se pensara que la calentura —sexofilia intensa— es un vicio que lleva a cometer pecados sexuales; cuando la realidad es que la calentura no es un vicio, sino algo del todo natural, como el hambre y el sueño. Y así como el que tiene hambre busca el alimento, el que tiene calentura busca ejercer su sexualidad.
Satán ha logrado que los que están calientes piensen que pueden evitar todo ejercicio de su sexualidad fuera del matrimonio abierto a la vida, y que si no lo evitan siempre —lo normal es que no siempre pueden evitarlo— es por falta de generosidad, y que por lo mismo pecan mortalmente, dado que no hay parvedad de materia. ¿Se podría decir lo mismo del hambriento que busca alimento? ¡Claro que no! ¿Por qué respecto al sexo sí? ¡Porque hay sexofobia!
La realidad es que hay formas de ejercer la sexualidad fuera del matrimonio abierto a la vida, que no son inmorales, que no son pecado. Y que por tanto todos pueden satisfacer moralmente la natural y continua tendencia al sexo —sexofilia— durante toda la vida. Así lo iremos viendo en adelante; por lo pronto lo veremos al hablar del sexo amistoso.
Esto es un tema que pide revisar a fondo la moral sexual cristiana, para que no la determine Satán con su aprovechamiento de la sexofobia; y para que en el cristianismo la sexofobia se vaya eliminando del todo, aunque sea poco a poco.
No corresponde revisar aquí la moral sexual cristiana, ya que es un tema muy extenso y muy complicado. Aquí sólo se pretende mencionar la problemática y los criterios generales.
Pretender que en nuestro tiempo el pueblo fiel pueda por sí mismo defenderse de todos estos peligros manejados por Satán, y continuar tranquila y honestamente en la Iglesia, es hoy considerado como una utopía.
Para lograr que todos puedan satisfacer moralmente la natural y continua tendencia al sexo —sexofilia— durante toda la vida, es necesario, entre otras cosas, aceptar la licitud moral del sexo amistoso, que es el sexo entre amigos —un hombre y una mujer que se gustan y se tienen cariño— sin estar casados entre sí. Si al menos uno de ambos estuviera casado con otra persona, aquello no sería sexo amistoso, sino aduterio. Decir que el sexo amistoso es moralmente lícito implica decir que no es adulterio.
Es claro que también en el sexo amistoso es posible pecar, como en toda actividad humana; por ejemplo, si se desea realizar voluntariamente dicha actividad con odio o por odio a Dios.
El sexo amistoso ayuda a disminuir muchas inmoralidades sexuales, como el libertinaje, la prostitución, las violaciones, los matrimonios inválidos, etcétera.
El sexo amistoso puede ser una importante ayuda para quien no puede casarse, o no logra casarse, o no quiere casarse todavía. Hay casos conflictivos que no vamos a tratar aquí. Lo que aquí nos interesa tratar son los casos normales de quienes desean ejercer su sexsualidad sin estar casados. Estos casos son muchísimos y se presentan continuamente.
Es importante entender que todos los seres humanos tenemos derecho al sexo, que es un derecho humano básico. Para entenderlo mejor es conveniente preguntarnos cuáles son los derechos humanos básicos. Fácilmente comprenderemos que son derechos humanos básicos al menos los referentes al ejercicio de las facultades que Dios nos ha dado. Revisemos algunas de esas facultades, aunque la lista no sea exhaustiva.
Pero la moral sexual enseñada por la jerarquía católica, nos dice que no podemos ejercerla ¡nunca!, si no estamos casados debidamente. Lo cual es algo atípico, enfermizo, malsano, autoritario, rigorista, impositivo, y más.
Para la jerarquía católica los que no pueden casarse debidamente deben vivir como si —para ellos— el coito humano no existiera.
Bueno, nos dicen que podemos ejercer la sexualidad únicamente en los casos de matrimonio abierto a la vida. ¿Por qué únicamente? Porque aceptan el ejercicio de la sexualidad únicamente cuando no les queda otro remedio, pues de lo contrario la humanidad se extinguiría en un siglo o en menos. No aceptan el ejercicio de la sexualidad, sino que ¡lo toleran!, únicamente cuando no les queda otro remedio.
Con lo cual implícitamente nos dicen que el ejercicio de la sexualidad no es un derecho humano básico, aunque se trate de una facultad que Dios nos dio. ¿Por qué? Porque tienen sexofobia.
La realidad es que tenemos dercho a ejercer la sexualidad, y que podemos ejercerla incluso a diario: ¡Tenemos derecho al sexo!
Tenemos derecho al sexo Igual que tenemos derecho a ver, a oír, etcétera. Lo que hay que hacer es revisar la moral sexual enseñada por la jerarquía católica al menos en este aspecto: el del derecho a ejercer la sexualidad por ser una facultad que Dios nos dio.
La restricción a este derecho está claramente expresada en la Sagrada Escritura: "No cometerás adulterio" (Éxodo 20, 14; Deuteronomio 5, 18; Mateo 5, 27).
Es claro que no es correcto traer al mundo hijos fuera del matrimonio, ya que carecerían de una familia. Pero bien sabemos que tales embarazos pueden evitarse.
La realidad es que la mayoría de las personas del mundo no están debidamente casadas, y menos con un matrimonio abierto a la vida. ¿Y entonces qué? Esas personas ¿no podrán ejercer su sexualidad? Esas personas ¿aceptarán nuestra evangelización? Y si la aceptan ¿la conservarán cuando se enteren de estos "pequeños detalles"? Probablemente no, sino que la conservarán mientras ignoren estos "pequeños detalles".
La gente no se va de la Iglesia principalmente por ignorancia religiosa, como a la jerarquía le gusta decir. Se va también, y principalmente, por tantos "pequeños detalles" impuestos por la jerarquía. Lo que Cristo enseñó de manera sencilla, la jerarquía católica lo enseña de manera complicadísima, sobre todo poniendo el énfasis en hacer respetar su propia autoridad, y haciendo valer su propio afán de poder. Y también haciendo valer su afán de fama —ser casi infalibles—, y su afán de riquezas, no viviendo en casitas cualesquiera, sino en palacios episcopales.
¿Tendremos que aceptar todo lo que la jerarquía enseñe, aunque sea claramente falso? Si enseñara, con autoridad jerárquica, que "la Luna es de queso" ¿tendríamos que aceptarlo? Claro que no. Podemos vivir con la libertad que Cristo nos ganó: "... conoceréis la verdad, y la verdad os hará lbres" (Juan 8, 32).
Parece que sólo así la jerarquía tendrá que entender que debe revisar su autoritaria actividad, para no ir quedándose solos, como está sucediendo en la actualidad.
Entonces, ¿cómo lograr que todas esas personas no casadas debidamente, que son la mayoría, ejerzan moralmente su derecho al sexo? Principalmente se lograría con el sexo amistoso. Ésta es la gran importancia del sexo amistoso.
Analicémoslo.
Lo primero es considerar que el sexo amistoso podría no ser necesario ni conveniente en nuestro tiempo si sólo tuviéramos familias modelo ―hoy utopías (Cf. Familia torpe vs modelo)―, y con todos los posibles novios muy positivos, castos y valientes, sin excepción. De tal forma todos se casarían muy cerca del fin de la pubertad y confiarían en que ya casados tendrían afinidad sexual por formarse juntos en el ejercicio de la sexualidad. Y así todos tendrían una formación sexual maravillosa, no habría sexofobia, etcétera. Pero esa no es nuesra realidad, como tampoco lo es que no hubiera pecado original ni otras fantasías. Por tanto el sexo amistoso es necesario y debemos analizarlo.
Ante la imposición de la jerarquía católica en lo referente al sexo de un todo o nada —en el matrimonio abierto a la vida (todo) o nunca (nada)—, de un blanco o negro, la realidad es que hay tonos grises; es decir, que hay diversas formas morales de ejercer la sexualidad fuera del amtrimonio. Una de esas formas morales es la del sexo amistoso.
¿Por qué algo tan valioso como la sexualidad humana —según hemos visto arriba— ha de ser algo tan restringido como lo impone la jerarquía? ¿Por qué Dios ha de darnos algo tan valioso y tan deseable como el sexo de modo que a la mayoría de los seres humanos nos sea prácticamente imposible lograrlo, dejándonos en la consecuente desdicha?
Es como si Dios pensara: Cuanto más deseable sea el sexo, más difiícil haré que lo logren.
¿Por qué Dios querría hacernos desdichados? No. No es así. Dios quiere hacernos felíces. Cristo truena contra los hipócritas, pero respecto a los pecados sexuales es muy indulgente.
Veámoslo ante la mujer adúltera: "Yo tampoco te condeno, vete y no peques más" (Juan 8, 11).
Veámoslo ante el sexto mandamiento: "No cometerás adulterio" (Éxodo 20, 14 y Deuteronomio 5, 18). Pero con frecuencia nos han enseñado el sexto mandamiento como "No fornicarás" en diversos catecismos aprobados por la jerarquía —Ripalda y más—, alterando su verdadero significado a fin de prohibir el sexo con mucho mayor rigor. Han cargado las tintas contra el sexo. ¿Por qué? Pues, debido a la sexofobia.
Se trata de algunas de esas personas que leen la Biblia con lápiz y borrador; de modo que borran lo que no les gusta, y sobre lo borrado escriben lo que les gusta. Y luego levantan los brazos al cielo diciendo: Esto es palabra de Dios. Así, borran no adulterarás y escriben no fornicarás.
"No cometerás adulterio" no prohibe el sexo fuera del matrimonio. Sólo lo prohibe si al menos una de las dos personas está casada. Pero si las dos personas son solteras no hay prohibición de que tengan sexo. En cambio, "no fornicarás" ciertamente prohibe el sexo fuera del matrimonio. Se altera el texto de la Sagrada Escritura con el fin de prohibir el sexo fuera del matrimonio; algo que no estaba prohibido. Si lo estuviera no sería necesario prohibirlo haciendo algo tan grave como alterar el texto de la Escritura.
Por tanto, el sexo fuera del matrimonio no está prohibido de suyo. Podrá estar prohibido por otros motivos, como que al menos una de las dos personas esté casada (adulterio), que las dos personas sean del mismo sexo (homosexualidad), etcétera.
También se nos ha enseñado que el sexto mandamiento es "No cometerás actos impuros" (Catecismo Mayor de San Pío X). Pero no se explica con claridad qué son los actos impuros —ni por qué son impuros—, ni la castidad, ni la impureza, ni qué relación tienen con el sexo, ni qué sea el sexo.
Veamos ahora lo que Jesús dice de las meretrices o prostitutas: "En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el Reino de Dios" (Mateo 21, 31). Aquí no hay nada de sexofobia.
En el matrimonio abierto a la vida el bien del sexo se usa en plenitud, moralmente, a fin de amar al cónyuge dejando el amor sexual abierto a la vida. En general los bienes pueden otorgarse y usarse moralmente en plenitud, pero también en menor medida, para que no se desperdicien, sino que se aprovechen. Así, por ejemplo, el bien de la inteligencia se nos da para que podamos usarlo moralmente en mayor o menor medida. Y nada impide que el bien del sexo también se nos dé para que podamos usarlo moralmente en mayor o menor medida, puesto que se nos da a todos durante la mayor parte de nuestras vidas.
Nada impide, por tanto, que el bien del sexo se nos dé para que podamos usarlo moralmente también sin la plenitud propia del matrimonio, es decir, fuera del matrimonio. No es correcto que el maravilloso obsequio divino del sexo se desperdicie toda la vida en quienes no logran casarse; además de que tales personas tengan que padecer la desdicha de la total ausencia de sexo. Y lo mismo puede decirse de quienes no están casados durante algunas temporadas de sus vidas.
La rígida prohibición del sexo fuera del matrimonio de parte de la jerarquía católica proviene de una sexofobia que ni han podido ni han querido resolver. De hecho les encanta la sexofobia —fuente del celibato—, como lo prueba la imposición del celibato sacerdotal en el rito latino, además de la declaración de que el celibato (invento nuestro) es superior al matrimonio (invento de Dios).
Además, el celibato es la principal causa de la pederastia de parte de muchos sacerdotes. Hay obispos que sostienen que el celibato nada tiene qué ver con la pederastia de los sacerdotes. ¿Nada tiene qué ver? ... ¡No lo quieren ver!
Casi todas las personas canonizadas han sido célibes. Así, pues, debido a la sexofobia puede parecer que la misión de la Iglesia no es acercar las almas a Dios, sino alejarlas del sexo. Algo contrario a lo que Dios pidió desde el principio.
Para lograr mayor claridad, analicemos algunos casos de sexo amistoso.
Consideremos el caso de dos viudos católicos —un hombre y una mujer—, ambos con hijos mayores de edad, y sin poder tener nuevos hijos por tener ambos más de cincuenta años. Y además estos viudos se conocen de tiempo atrás, se gustan, se quieren y desean tener sexo. ¿Por qué no tenerlo? Claro que podrían casarse, debido a su libertad; pero ¿por qué tendrían que casarse si no van a formar una nueva familia? No tendrían necesidad de casarse si no hubiera sexofobia y sus consecuencias.
Si se casaran, además de tener que añadir la mutua fidelidad y la perpetuidad del matrimonio, tendrían que añadir los problemas que suele tener todo matrimonio. Como cada uno tendría su vida ya hecha —y su casa con todos los elementos para ejercer su profesión y/o sus demás actividades para el resto de su vida—, el vivir juntos en la misma casa acarrearía mudanzas y muchas otras dificultades, como las relaciones de las familias y los amigos de ambos, y la penosa complementación de sus posibles profesiones y otras actividades.
Además surgirían problemas con los hijos, que quizá no querrían ese nuevo matrimonio de sus padres. Si los visitaran los hijos de él, se encontrarían con una posible molesta madrastra. Si los visitaran los hijos de ella, se encontrarían con un posible molesto padrastro. Y también surgirían los problemas del patrimonio y de las posibles herencias. ¿Que necesidad habría de todo eso, si pudieran tener un sexo amistoso?
Podrían reunirse para tener sólo los momentos agradables, como pasar juntos una noche en cualquiera de sus dos casas, o todo un fin de semana, etcétera; o salir de vacaciones juntos por algunos días. Y como sin matrimonio no hay mutua fidelidad, él podría tener sexo amistoso con varias amigas, y ella podría tenerlo con varios amigos; como se tienen para salir a comer, o al cine, o al teatro, o a bailar, etcétera. Y sería bueno que esas amistades fueran pocas, para no dar lugar al libertinaje.
Lo importante es comprender que el sexo amistoso es muy conveniente, además de ser moralmente lícito. Lo que impide comprenderlo es la sexofobia y sus consecuencias. Sin sexo amistoso sólo queda casarse o vivir sin sexo con parejas reales para el resto de la vida (claro que queda la posibilidad de la masturbación).
Es muy interesante considerar los casos de sexo amistoso anteriores a la viudez.
Hay que dejar ya en claro que el supuesto sexo amistoso en personas fecundas que no buscan noviazgo —preparación para el matrimonio— es un sexo inmoral, debido a violar el mandato divino de procrear y multiplicarnos dado desde al pincipio (Cf. Génesis 1, 27-28). Es falsa la llamada vocación a la soltería.
Es muy importante el sexo amistoso en las relaciones prematrimoniales, a fin de averiguar si los novios tienen afinidad sexual o no. Si no la tuvieran ese matrimonio iría muy probablemente al fracaso.
Como hemos visto, hay personas normales, personas calientes y personas frías. Las personas frías requieren de alguna explicación. Tal vez son frías de nacimiento, como parte de su temperamento, y lo normal sea que deban luchar con su frialdad; o quizá sean frías por haber tenido una educación sexófoba. Son personas que probablemente tendrán problemas en su matrimonio.
El matrimonio de una persona fría con una persona caliente suele ir al fracaso, a menos que consideren su matrimonio como una dura cruz. También puede ir al fracaso el matrimonio de una persona fría con una persona normal. Son cuestiones que los novios y los cónyuges deben tratar con máximo cuidado. Para lo cual son muy útiles las relaciones prematrimoniales. El problema suele estar en las personas frías, casi siempre debido a la sexofobia.
Lo usual es que las personas calientes tengan buenos matrimonios, y con el gusto o al menos la aceptación de tener muchos hijos. Y claro, lo usual es que las parejas de personas normales tengan matrimonios normales. Y vale lo de siempre: ¡el calor es vida; la frialdad es muerte!
Cualquier relación prematrimnial es un sexo amistoso muy conveniente en el que los novios, evitando el embarazo, averiguan si tienen afinidad sexual, o no. Si no la tuvieran lo mejor sería no proceder al matrimonio (pero podría suceder que, sin desearlo, se tuviera un embarazo, y hubiera que hacer algo, que no analizaremos a fondo aquí y ahora). Si tuvieran afinidad sexual lo normal sería proceder al matrimonio.
En todos los casos de sexo amistoso fecundo es prácticamente imposibe asegurarse (al 100 %) de que no habrá un embarazo. Si se diera un embarazo la pareja debería considerar la conveniencia de casarse a fin de darle familia al hijo por venir. Por este motivo en el sexo amistoso fecundo deben elegirse parejas con las que un posible matrimonio pueda ser aceptable.
En el sexo amistoso de viudez todavía fecunda, los viudos podrían querer casarse o no casarse. Si quisieran casarse estaríamos en el caso de unas relaciones prematrimoniales. Si no quisieran casarse estaríamos en el caso de viudez infecunda, ya que debido a su libertad la pareja no se casaría de hecho.
Consideremos a todas las personas del mundo que puedan tener sexo amistoso, y todo el bien y todo el amor que eso generaría. ¿Por qué todo ese bien y ese amor que Dios nos facilita, aunque no sea del todo pleno, ha de desecharse tan sólo por una prohibición proveniente finalmente de la sexofobia?
El sexo amistoso es muy importante porque, una vez justificado, fácilmente permite que se justifique la masturbación.
La masturbación es quizá la práctica sexual más extendida en el mundo; existe desde el principio de la humanidad y llegó para quedarse. La masturbación es lícita porque es un sexo amistoso en el que la persona amiga es imaginaria, exista en la realidad o no, sea visible o no.
La pornografía existe desde el principio del dibujo, y desde entonces se ha relacionado con la masturbación. Sin tener en consideración a Dios, también se podría decir que la pornografía llegó para quedarse, y que es prácticamente imposible separarla de la masturbación. Lo cual es así al margen de que la masturbación y la pornografía sean morales o inmorales. Lo cierto es la gran conveniencia de que ambas se traten conjuntamente.
De hecho la pornografía es muy inmoral. Su inmoralidad consiste en difundir la locura de no buscar el gozo espiritual en la práctica sexual, sino en reducirla sólo al placer corporal, y de esa manera convertir la pornografía en un gran negocio.
La masturbación es importante porque es la forma más sencilla de satisfacer el placer sexual, y además sin involucrar realmente a nadie, ni a la persona amiga, que es imaginaria (pero sin que pueda ser casada, para evitar adulterio de pensamiento). Sin embargo, en la masturbación el placer sexual es real, aunque claramente empobrecido. La masturbación sólo requiere la decisión de quien se masturba, y tiene la peculiaridad de evitar los embarazos y las enfermedades sexuales. Es una prácitca muy usada por los jóvenes, ellos y ellas.
Esa persona imaginaria puede ser visible en la pornografía, que promueve mucho la masturbación, y que se ha difundido enormemente a través de internet debido a la tremenda demanda de sexo y a la gran difusión de la sexofobia. La pornografía se ha convertido en un enorme negocio. Si se permitiera el sexo amistoso la pornografía y la masturbación disminuirian significativamente.
Se ha dicho que la masturbación es un vicio solitario. Y así como los poetas han dicho que este hermoso cielo azul "ni es cielo ni es azul", conviene también decir que la masturbación "ni es un vicio ni es solitario". No es vicio porque busca el placer corporal sexual, que en el ser humano es tan natural como el placer del alimento y el del sueño; y no podemos decir que el alimento sea un vicio, ni que lo sea el sueño. No es solitario porque requiere a la persona amiga, aunque en este caso sea imaginaria.
Además de no ser un vicio, ni solitario, la masturbación tampoco es un pecado, sino un úlimo recurso para satisfacer el placer sexual, que es tan natural en el ser humano como el placer del alimeno y el del sueño. La masturbación es un último recurso, un sustituto, un "peor es nada", un premio de consolación.
Pero con la masturbación también se puede pecar, en determinadas circunstancias, como sucede con cualquier otra actividad, por ejemplo, si se realiza con odio a Dios.
Ante el fuerte impulso de lograr al menos el placer sexual los jovencitos —y las jovencitas— se masturban en buena parte debido a las dificultades que tienen para lograr actos sexuales con parejas humanas reales, como en el sexo amistoso y en la prostitución. Dificultades que pueden ser muy diversas: timidez temperamental, vergüenza, falta de dinero, temor a embarazos y a enfermedades sexuales, temor a regaños y castigos, y también temor a ser juzgados como pecadores. Y en efecto, la masturbación es un último recurso para evitar tales dificultades.
De hecho también los niños se masturban —horrible palabra en lo infantil— desde antes de tener conocimientos sexuales, ni de oír que se trate de algo malo, ni de que sus padres se lo hayan prohibido; y también —oh sorpresa— desde antes de que sus padres se enteren de ello.
Los niñitos juegan con su cuerpo en general y notan que en sus genitales se da un placer mejor que comer un dulce o chuparse el dedo. Y cuando sus padres se enteran de ello, les dicen que es algo malo —no lo es—, se lo prohiben y en adelante los regañan y castigan. Todo lo cual a los niños les resulta incomprensible, pero lo aceptan e incorporan a su infantil conciencia: principio familiar de la sexofobia.
Y ya grandecitos, en la adolescencia, en la pubertad y quizá desde antes, empiezan a masturbarse a escondidas recurriendo a lo que consideran un último recurso, el más sencillo, sobre todo al enterarse de la pornografía y de internet. Y entonces, ¿qué poder hacer? ¡No hay nada qué hacer! A menos de que se les convenza de la tremenda —y supuesta— maldad del sexo fuera del matrimonio: culminación familiar de la sexofobia.
Y ellos podrán pensar que por qué Dios desde niños les habrá dado algo tan malo, tan vergonzoso, tan sucio y tan vulgar. Pero con el tiempo empezarán a rebasar los sencillos límites de la masturbación y a tener sexo con mujerzuelas y prostitutas, al no saber que existe algo tan natural, tan dichoso y tan lícito como el sexo amistoso.
Son personas que suelen terminar alejándose de la Iglesia y tomando el matrimonio como un compromiso social, sin mayores remordimientos ante las infidelidades y los adulterios ocultos.
Pero hay algo más en la masturbación, algo muy positivo, incluso moralmente, en algunas circunstancias. Consideremos el caso de un matrimonio católico válido, con el tiempo ya con hijos, pero que uno de los cónyuges se cansa del matrimonio y decide abandonar a su cónyuge, y de hecho lo abandona con el propósito de nunca regresar. De modo que tenemos dos cónyuges: el que abandona y el abandonado. Pero el abandonado quiere continuar con el matrimonio, que considera indisoluble.
Pasa el tiempo —mucho o poco— y el cónyuge abandonado, aun amando a su cónyuge ausente, nota que su amor va disminuyendo. Y para que ese amor continúe —y pueda recibir cariñosamente a su cónyuge en caso de que decida regresar— decide masturbarse imaginando que tiene coito con su cónyuge. Y en ese coito imaginario procura poner también el amor espiritual de ambos, de modo que además del placer sexual —que es real— el gozo espiritual también sea real. Así, gracias a la masturbación, el amor conyugal continúa de parte del abandonado, y quedan las puertas abiertas para recibir a quien abandonó y reiniciar el matrimonio.
Aun hay más. Si el cónyuge abandonado es un hombre con intensa sexofilia —que tiene mucho apetito del placer sexual— y que normalmente lo satisface con su cónyuge, al ser abandonado tenderá a satisfacerlo mediante la prostitución. Por tanto, la masturbación descrita en los párrafos anteriores puede llegar a ser una obligación moral, ya que no practicarla deberá considerarse como una tentación.
Aquí, en estas circunstancias —que en la realidad son muchas— se comprueban las posibiidades positivas de la masturbación, incluso moralmente, gracias al maravilloso don divino de la sexualidad. Nada de esto es considerado seriamente por la jerarquía de la Iglesia, porque —siendo célibes— ni siquiera se lo imaginan, y porque tienen una gran sexofobia.
Ante todo esto lo que resulta son tres cosas:
Jul 20, 23 10:59 AM
Jul 01, 23 10:29 PM
Dec 25, 21 12:30 PM
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