No te enojes con la Iglesia (9)
Moral rigorista.
Domingo 10 de octubre de 2004.
Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.
Hola, amigos:
Una de las cosas más notables de la Iglesia es que Cristo la dirige certeramente a la meta querida por Él, independientemente del rumbo por donde la lleven sus Pastores.
Breve preartículo
Moral rigorista.
Los Pastores de la Iglesia podrán llevarla por mejores o peores rumbos, pero, aunque parezca increíble, al margen de eso Cristo la lleva certeramente a la meta querida por Él. Así es como Él logra la mejor Iglesia posible, sin privarla de ningunos bienes, aunque para ello haya que arrastrar muchos males. Por eso ascendió al Cielo y desde allá gobierna a la Iglesia de una manera callada y escondida, dejándola mientras tanto en nuestras visibles manos en este mundo, donde, entre Pastores y fieles, la llevamos por mejores o peores rumbos. Cristo lo ha hecho así, junto con el Padre y el Espíritu Santo, porque poderoso es Dios para realizar su Obra Magna. Nosotros tan sólo podemos ir descubriendo, poco a poco, sus insospechados y maravillosos modos de hacer las cosas.
Moral rigorista.
Entre los principales males que Dios permite a fin de lograr la mejor Iglesia posible están todos nuestros pecados, y también, de un modo peculiar, las faltas o fallas de los Pastores, que son quienes principalmente la llevan por un rumbo o por otro en las históricas circunstancias que se van dando en este mundo. A veces es más visible que el mundo es informado por la Iglesia, y a veces parece que la Iglesia se conforma al mundo. A veces el martirio lleva a la eficaz evangelización del Imperio Romano; a veces las cruz y la espada llevan a la evangelización de América, un poco menos eficaz; y a veces el poder lleva a lanzar la Inquisición. El poder puede ser bueno o malo en manos de los Pastores de la Iglesia. El afán de poder siempre es malo.
Moral rigorista.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:
No te enojes con la Iglesia
Moral rigorista.
Cuerpo del artículo
Moral rigorista.
Moral rigorista.
Aquí, en el inicio del cuerpo del artículo, lo mismo en éste que en los siguientes artículos de esta serie, reproduciré, para tenerla a la vista, la lista de 20 males que representativamente se han dado en la Iglesia a lo largo de su historia; lista que fue elaborada en el artículo Algunos males que se han dado en la Iglesia. De esta forma será más fácil referirse a cualquiera de ellos, por el número que ocupa en la lista, siempre que sea conveniente. He aquí la reproducción de la lista:
Moral rigorista.
, porque ahí se trata este tema de manera clara y esquemática. Después haré unos breves comentarios más. Moral rigorista.
A. Es muy útil la analogía con la Pedagogía, que nos enseña lo siguiente:
La educación es paidocéntrica o centrada en el educando, a quien se quiere mejorar; no está centrada en los sistemas educativos escolares, inventados por los maestros.
Análogamente, Cristo nos enseña que la Redención es antropocéntrica o centrada en el hombre pecador, a quien se quiere salvar; y que no está centrada en los sistemas eclesiásticos, inventados por los Pastores.
El fariseísmo fue una exageración de este mismo tipo de falla.
B. La finalidad de Dios fue salvar al hombre, por amor, y no la de exaltarse a Sí mismo.
Para lo cual el Verbo se encarnó, se anonadó, tomando la forma de siervo: "No hagáis nada por espíritu de competencia, nada por vanagloria; antes, llevados de la humildad, teneos unos a otros por superiores, no atendiendo cada uno a su propio interés, sino al de los otros. Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2, 3-11).
Por amor a nosotros se entregó a la muerte de cruz, y también se quedó entre nosotros en el pan y el vino consagrados.
Cristo no miró por Sí mismo ni por los sistemas legales, sino por nosotros, los hombres pecadores. Dijo que "el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado" (Marcos 2, 27).
C. Y lo mismo hizo con los sacramentos.
Los instituyó para beneficio nuestro, no para que nosotros nos privemos de ellos a fin de reverenciarlos.
Si Dios Padre quiso entregarnos a su Hijo, y Cristo mismo quiso entregársenos en este mundo aunque lo crucificáramos, con mayor razón quiere entregársenos en los sacramentos, aunque nosotros no los recibamos con toda la debida reverencia.
El Verbo se encarnó "por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo" (Credo de Nicea-Constantinopla).
Cristo hizo los sacramentos para los hombres pecadores: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Marcos 2, 17).
D. Paradójicamente, por ejemplo, sucede que el niño no puede recibir el bautismo porque sus padres no han escuchado ciertas pláticas.
Y en general, el joven no puede recibir la confirmación, los novios no pueden casarse, los fieles no pueden confesarse o comulgar, el enfermo no puede recibir los santos óleos, quien piensa tener vocación no puede ordenarse... porque... no han cumplimentado normas y leyes que son inventos de hombres.
Y Cristo... se queda con los brazos abiertos, esperando y diciendo: "Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mateo 11, 28).
E. Cuando los Pastores niegan o dificultan a los fieles la recepción de los sacramentos por temor de que no los reciban con la debida reverencia:
Centran la obra redentora de Cristo en los sacramentos, y no en el hombre.
Por cuidar la debida reverencia a los sacramentos, los hacen infructuosos, pues impiden la finalidad para la que fueron diseñados por Cristo.
Se distancian de la finalidad redentora de Cristo, que no fue tanto que los pecadores reverenciáramos los sacramentos, sino que recibiéramos su beneficio. "Esto es lo que hay que hacer, sin omitir aquello" (Lucas 11, 42).
, n. 34.
A. Cristo instituyó la Eucaristía en la última cena con sus Apóstoles, y ahí mismo, "mientras cenaban" (Mateo 26, 26-27), les dio a comer y beber el pan y el vino consagrados.
B. Pasado el tiempo, a los Pastores se les ocurrió y les pareció bien —sin duda con la mejor intención, y sin ironía— que sería conveniente establecer la ley del ayuno eucarístico, para que la comunión no se mezclara con otros alimentos y así el sacramento se recibiera con mayor reverencia.
El ayuno eucarístico consistía en no poder comer ni beber antes de comulgar, con todo rigor, desde las doce de la noche anterior.
La consecuencia fue dificultarlo todo: comulgar menos, tener que salir a Misa antes de desayunar, dejar de comulgar por cualquier olvido o descuido, no tener Misas vespertinas y muchas inconveniencias más.
Al fin se vio la conveniencia de reducir el ayuno eucarístico a tres horas, y después a una hora, y podemos prever que acabará por suprimirse. ¿Para qué haberlo iniciado?
C. En otro tiempo a los Pastores les pareció —sin duda con la mejor intención— que sería mejor que los fieles se prepararan muy bien, rigurosamente, para poder comulgar.
Esa preparación llegó hasta el extremo de durar semanas, y aun meses, a juicio de los confesores de los fieles.
Después del Concilio de Trento se pidió a los cónyuges que se abstuvieran de tener relaciones sexuales al menos tres días antes de comulgar (cfr. Catecismo Romano, 2, 8, 34, del sacramento del matrimonio). ¿Por qué? En esto se advierte un cierto horror al sexo.
Finalmente, San Pío X volvió a la costumbre de la comunión frecuente, incluso diaria; seguramente es santo también por eso.
Con los criterios de Trento, los cónyuges que hoy comulgan a diario no podrían tener relaciones nunca.
D. Hace unos siglos los laicos, cuando no podían comulgar con frecuencia, tenían el riguroso problema de adorar al Santísimo sin poder recibirlo en comunión.
En el pasado sucedía como si Cristo hubiera dicho lo siguiente: Esto es mi Cuerpo, adoradlo expuesto en una custodia.
Pero lo que Cristo dijo fue esto otro: "Tomad y comed; esto es mi Cuerpo" (Mateo 26, 26-27); "El que come mi carne y bebe y mi sangre permanece en mí y yo en él" (Juan 6, 56).
Mientras que Cristo siempre ha querido que el hombre lo coma en la Eucaristía, los Pastores preferían que ésta fuera adorada en la custodia, con doble genuflexión e inclinación de cabeza, etc., etc.
Aquí se aprecia con máxima claridad el mencionado distanciamiento de la finalidad querida por Cristo, que Él concretó en centrar la obra redentora en el hombre, y no en las normas eclesiásticas, por muy buenas y santas que éstas puedan ser.
E. En el Concilio de Trento a los Pastores también les pareció conveniente —sin duda con la mejor intención— dejar de darnos a comulgar el vino consagrado a los que no somos sacerdotes, para que no fuera a gotear, etc.
Parece que no se dan cuenta de que, por prestarle a Cristo su boca y su lengua a la hora de consagrar, al decir "bebed todos de él" (Mateo 26, 26-27) Cristo invita a beber el vino consagrado a todos lo que están en Misa; y tampoco se dan cuenta de que dejan en mal a Cristo al negarnos aquello mismo a lo que Él acaba de invitarnos, ya que el vino consagrado se lo beben sólo los sacerdotes.
Al fin el Papa Juan Pablo II ha permitido que se dé habitualmente la comunión también con el vino consagrado (Edición típica III del Misal Romano. Presentación hecha el 18 de marzo de 2002).
F. Se inventan normas y más normas, para luego retirarlas al convencerse de que las cosas quedan mejor como Cristo las dijo y las hizo. Y mientras tanto, muchos fieles ya fueron lastimados de una u otra forma.
, n. 35.
Ni los Pastores ni los fieles estamos a la altura de la obra redentora
Moral rigorista.
Moral rigorista.
Como puede verse, los Pastores tienen buena intención —al menos eso es lo normal—, pero al gobernar se les pueden escapar —y de hecho se les escapan— detalles y aspectos o enfoques que son de gran importancia, como el enfoque antropocéntrico que Cristo quiere en su obra redentora. Los Pastores parecen querer proteger a Cristo de las irreverencias de los hombres, pero Cristo no sólo ha querido sufrir las irreverencias de los hombres, sino que ha querido morir en la Cruz a fin de salvar a los hombres irreverentes. Ésa es la gran diferencia entre los pensamientos de Dios y los de los hombres:
Moral rigorista.
Ni Dios Padre, ni el Espíritu Santo, ni María quisieron proteger a Cristo de los hombres pecadores; lo que querían era la salvación de esos hombres. Un nivel del amor llega hasta querer a Cristo, otro nivel llega hasta padecer por Cristo, otro llega hasta querer lo que Cristo quiere. Y lo que Cristo quiere, lo que el Verbo Encarnado quiere, es salvar al hombre, salvar a la humanidad amada y desposarse con ella en la Iglesia. Y si Cristo quiere padecer por los hombres, y entregárseles sin reservas, nosotros no debemos tratar de impedirlo. Esto no es amar al prójimo primero que a Dios, sino amar a Dios hasta unirnos con Él en el amor al hombre. El amor a Cristo debe llevarnos a amar al hombre hasta el grado de aceptar que Cristo padezca por él, y de querer acompañarlo en esos padecimientos.
Moral rigorista.
Dificultar que los hombres se acerquen a los sacramentos, a fin de que éstos tengan el debido decoro y reverencia, es algo contrario al querer de Cristo. Cristo instituyó los sacramentos por amor a los hombres, y ama a los hombres más que a los sacramentos. Es muy claro que no estamos a la altura de la obra redentora, ni los fieles ni los Pastores; siempre dejaremos mucho qué desear. Más aun, tampoco estamos a la altura de nuestra condición de bautizados. Y aun más, ni siquiera estamos a la altura de nuestra dignidad de personas. Dios nos creó muy por encima de nuestra capacidad de respuesta. ¿Y por qué? Porque nos ama, nada más por eso. Porque nos diseñó y nos amó desde antes de la creación del mundo. Y por eso no dudó en dejar la Iglesia en nuestras manos.
¿Cuál ha de ser nuestra actitud?
Moral rigorista.
Moral rigorista.
De una parte, el Magisterio tiene la última palabra en cuestiones doctrinales, si es que quiere decirla, y con la fuerza que quiera decirla, ni más ni menos: no hay que tomar una definición dogmática como si fuera una opinión pía, ni una opinión pía como si fuera una definición dogmática, por poner un ejemplo. De otra parte, la propia conciencia es la norma próxima de moralidad. Y tenemos otras dos partes. De una parte, "Quien a vosotros oye, a mí me oye" (Lucas 10, 16). De otra parte, "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos 5, 29).
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Y tenemos otras dos partes más. De una parte, es muy frecuente, casi lo habitual, que se le dé el favor de la presunción al pecado, y no a la gracia. Frases como la de San Pablo, "el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación" (1 Corintios 11, 29), suelen ser consideradas de manera muy rigorista —sobre todo respecto a lo sexual, y no tanto respecto a la posesión y al uso de las riquezas—: En estas circunstancias en que estás, es mejor que todavía no te acerques al sacramento. ¿Qué tan rigoristamente debe interpretarse ese "sin discernir" —non diiudicans— del que habla San Pablo? De otra parte, escuchamos a Cristo, quien nos dice: "Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mateo 11, 28).
Moral rigorista.
Los confesores y directores espirituales no suelen tratar de asegurarse —preferentemente— de que el hombre pecador se encuentre sacramentalmente con Jesús, sino que tratan de asegurarse —preferentemente— de que los sacramentos sean debidamente venerados. Esto no es lo que Jesús quiere; si así fuera no se habría entregado a la muerte de cruz; y más claro aun, el Verbo no se habría encarnado.
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En tales circunstancias, y ante tantos pares de partes a considerar, ¿cuál ha de ser nuestra actitud? Ciertamente se dan ocasiones en que no debamos acercarnos a algún sacramento; pero en muchos casos se trata de rigorismos de confesores o directores espirituales escrupulosos en mayor o menor medida. ¿Qué hacer? La respuesta suele encontrarse en la virtud cardinal de la prudencia y en el don de sabiduría del Espíritu Santo; es decir, en el íntimo y respetuoso amor a Dios. Y para eso lo mejor es dejar —o ir dejando— que nuestro Director Espiritual sea el Espíritu Santo, al menos preferentemente. El Espíritu Santo no es un mal director espiritual, pues tiene mucha experiencia y dispone de muchos recursos; últimamente está ganando adeptos.
Moral rigorista.
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