No te enojes con la Iglesia (3)
Males eclesiales.
Domingo 29 de agosto de 2004.
Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.
Hola, amigos:
Para poder hablar con madurez y sin escándalos de los males que se dan en la Iglesia, es conveniente procurar enumerarlos y conocerlos bien.
Breve preartículo
Males eclesiales.
Hay etapas de la vida, más o menos largas o breves, en que puede resultar difícil aceptar a la Iglesia tal como es. Cuando la hemos tenido en un pedestal —como debe ser— y luego descubrimos sus fallas, nos pueden venir grandes desilusiones; lo cual redunda en una mala relación con Dios. Nos han enseñado que la Iglesia es santa, "sin mancha o arruga" (Efesios 5, 27); y es verdad, porque efectivamente lo es, en su aspecto divino; pero esto no puede decirse del mismo modo en lo referente a su aspecto humano, aunque también en lo humano tenga muchos elementos de santidad. Como Cristo, también la Iglesia es divina y humana, ya que tiene a Cristo como cabeza, y a los hombres pecadores como cuerpo.
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Desafortunadamente, con mayor o menor advertencia, en la historia surgió la tendencia de extender la santidad de la parte divina de la Iglesia también a su parte humana, sobre todo a los Pastores, a los religiosos y religiosas, y al clero en general. Prácticamente todo lo que el clero dijera o hiciera... estaba bien. Ha sido un error, una falsa apreciación, porque ellos son tan humanos como el resto de los fieles. Antes de que se desarrollara la doctrina de la infalibilidad pontificia, definida dogmáticamente en tiempos del Concilio Vaticano I, se pensaba que el Papa y los concilios eran infalibles prácticamente en todo lo que dijeran, o casi en todo lo que dijeran, cuando en realidad las definiciones infalibles han sido poquísimas a lo largo de la historia. Y por eso, fuera de lo dicho explícitamente en la Sagrada Escritura, del Credo y de las pocas definiciones infalibles, todo lo que se ha enseñado cae dentro del campo de lo falible, y así debe ser considerado.
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En el camino ascendente de nuestra formación religiosa —familia, mundo, Iglesia, Dios— es muy difícil comprender y aceptar las fallas humanas que hay en la Iglesia, sobre todo las de los Pastores. Y lo malo es que casi todos se quedan en esa etapa. Por eso es tan importante emprender también el camino descendente de nuestra formación religiosa, que debe ser el de un conocimiento también teológico, al menos en sus fundamentos. Lo más importante es llegar a conocer el plan de Dios, y a la luz de ese conocimiento poder conocer mejor a la Iglesia, al mundo y a la familia. Y el plan de Dios consiste en la realización de su Obra Magna, a lo que dediqué los dos primeros artículos de esta serie. Ahora podremos ya continuar.
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Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:
No te enojes con la Iglesia
Cuerpo del artículo
Males eclesiales.
Es muy duro aceptar todos los males que hay en el mundo sin conocer el plan de Dios; y más duro aun es aceptar los males que hay en la Iglesia, aunque se trate de males humanos. Es entonces, al darnos cabal cuenta de todos esos males, que surge en nosotros la tentación de pensar que nuestro criterio es menos malo, y que nuestros planes son mejores que lo que está sucediendo en la realidad. Y en consecuencia, ya con esa confianza en nuestros puntos de vista, se nos empiezan a ocurrir incluso locuras —sí... ¡locuras!—, con las cuales quisiéramos mejorar a la Iglesia al margen de la autoridad general de su auténtico Magisterio, dejado por Cristo mismo. Mala es nuestra falta de la debida adhesión al Magisterio, como malo es el abuso de autoridad de los Pastores.
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A pesar de mi humana condición de pecador, yo puedo decir que acá, tejas abajo, en este mundo, mi primer amor es la Iglesia, la fundada por Cristo, la que es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana; la destinada a salvar y santificar a todos los hombres, a quienes ya de alguna forma abarca, aunque sea una forma que nos resulta oscura. Uno de los principales males que hay en la Iglesia es que los hombres la hemos descuartizado: la cabeza aquí... un brazo por acá... una pierna por allá... ¡Pobre Iglesia! Y a pesar de estar tan destrozada... ¡sigue siendo Una!, al menos en algún aspecto, que es su aspecto ontológico.
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Por eso hoy el movimiento ecuménico —junto con el de los diálogos judeocristiano e interreligioso— cobra tanta fuerza, porque la unidad ontológica de la Iglesia tiende, como si de gigantescos magnetos se tratara, a retraer a la unidad todos sus otros aspectos. Pero además de estar de algún modo destrozada, en la Iglesia hay muchos otros males, y es muy doloroso reconocerlo y aceptarlo.
Dios quiere permitir los males
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Quizá lo que más trabajo nos cuesta es aceptar que Dios permite los males porque quiere permitirlos. Muchos piensan que los permite porque no le queda otro remedio, dado que nos ha hecho libres. En tal caso Dios no sería omnipotente, ya que nuestra libertad se le escaparía de las manos; y más aun, nuestra libertad sería más poderosa que la omnipotencia divina. Todas esas "piadosas" explicaciones de que Dios que no quisiera permitir el mal, pero que no le queda otro remedio, son simples y llanas tonterías, derivadas de la ignorancia.
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La realidad es que Dios es omnipotente, y que puede hacer que obremos siempre el bien, indefectiblemente, sin coartar nuestra libertad. ¡Basta que se nos muestre lo suficiente! Así es como logra que los santos del Cielo obren siempre bien, indefectiblemente, sin coartar su libertad. El hecho es que, aunque Dios no quiera el mal, ciertamente quiere permitirlo; y más aun, ha planeado permitirlo. No voy a repetir aquí lo dicho en artículos anteriores, sobre todo en la serie No te enojes con Dios.
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Si Dios permite el mal es porque de ese modo logrará un bien mayor: el mejor de todos los mundos posibles, su Obra Magna. Nos han enseñado a pedir, y quizá nosotros mismos hemos llegado a pedirle a Dios las cosas casi como recordándoselas, para que no se le olviden, o como para convencerlo de la conveniencia de lo que le pedimos, a fin de que pueda caer en la cuenta de ello. ¿No es verdad que muchas veces le hemos pedido a Dios las cosas como tratando de convencerlo, como si fuera olvidadizo y tonto? También le pedimos por el bien de los que amamos, como si nosotros los amáramos más que Él, o como si para Él fueran unos extraños; y la realidad es que Dios los ama infinitamente más que nosotros.
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Si Dios nos ha enseñado que le pidamos es para que nos involucremos en la solicitud por el bien de los demás, a fin de que aprendamos a amar. Y si nos ha enseñado que le pidamos insistente y perseverantemente, es para que sepamos que los bienes pedidos no siempre se realizarán al instante, sino casi siempre en un tiempo futuro. ¿Cuándo? Cuando Dios lo juzgue conveniente. Por eso lo mejor es pedir que se haga la voluntad de Dios —como se dice en el Padrenuestro—, y que se haga cuando Dios quiera, donde Dios quiera y como Dios quiera.
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Los mayores bienes se realizarán en el futuro, tanto en el futuro global como en el futuro de cada quien. Si la Obra Magna de Dios incluye todos los males posibles que sean compatibles con todos los bienes posibles —para que no se pierda ningún bien—, y si los bienes prevalecerán al final, es claro que los males habrán de estar temporalmente ubicados al principio y en los períodos intermedios. Y por eso muchas de nuestras peticiones serán cumplidas en un futuro más o menos lejano, y algunas sólo hasta el final. ¡Está bien!
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De otra parte, el mayor de los males es el pecado. Y para redimirnos del pecado el Verbo se hizo carne en Cristo, se hizo hombre en el vientre de María; después predicó y fundó su Iglesia, padeció y murió, resucitó y ascendió al Cielo, y finalmente volverá con gloria, poder y majestad. Y mientras tanto nos dejó a su espera en este mundo y en la Iglesia que fundó, donde debemos santificarnos con todos los medios de santificación que ahí dejó, como los sacramentos y tantos más. Pero resulta que en la Iglesia también hay muchos males, y eso no nos gusta, además de que nos desconcierta. No obstante, si Dios permite que haya males en su Iglesia —todos los males que sean compatibles con todos los bienes— es porque también quiere que su Iglesia sea la mejor posible. Nada de extraño hay, entonces, de que en la Iglesia haya males, muchos males, aunque sean cruces que nos duelan y nos hagan sufrir.
Lista de algunos males que se han dado en la Iglesia
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Dejemos de hablar genéricamente de los males que hay o ha habido en la Iglesia, y veamos una lista de los mismos. No se trata de una lista exhaustiva, sino sólo de algunos males significativos y representativos que logré identificar al repasar mentalmente diversas épocas de la historia de la Iglesia. He aquí la lista:
La mayor parte de los incisos de la lista son claros, excepto quizá los siguientes: 6, 7, 12 y 13. Los veremos con mayor amplitud en los artículos que sigan. En general, aquí no se pretende tratar en detalle los males listados, sino sólo tomar conciencia de que han tenido lugar. Será en otra serie de artículos, tal vez subtitulada Para una nueva y más fiel evangelización, y destinada a convertirse en un libro, donde trataré a fondo muchos de esos males, con el fin de ayudar a corregirlos en vistas a una mejor evangelización.
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Sin duda podrían añadirse más males a esta lista, pero pienso que los mencionados son suficientemente representativos para lo que se pretende en estos artículos, que es mostrar que en la Iglesia hay muchos males, como también los hay en el mundo; para luego considerar que si Dios permite los males en el mundo a fin de lograr el mejor mundo posible, también permite los males en la Iglesia para lograr la mejor Iglesia posible. Esta consideración nos llevará a no escandalizarnos de las fallas y los males que encontramos en la Iglesia; misma que, pese a todos ellos, sigue realizando su misión redentora y santificadora.
Dios ha hecho creaturas defectibles
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Si miramos con atención la lista anterior, podremos comprobar que casi todos los males ahí mencionados han sido provocados por los Pastores, o por el clero en general, debido a lo cual su repercusión ha sido muy grande. Los laicos también hemos provocado muchos males, pero su repercusión ha sido menor. Lo importante es tomar clara conciencia del hecho de que en la Iglesia también hay males, para así poder llegar a comprenderlo, en vez de tratar de ocultarlo o de justificarlo a ultranza.
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Dios pudo haber hecho indefectibles a sus creaturas, en cuyo caso no habría males, pero entonces se perderían bienes muy importantes, como el dolor y el perdón. Y sin la experiencia del perdón, con toda probabilidad las creaturas no lograríamos amar a toda nuestra capacidad. Dios prefirió que no se perdieran bienes, aunque se arrastraran males, y en consecuencia hizo defectibles a sus creaturas. Los seres materiales son defectibles, como también lo son los vegetales y los animales; y también los hombres somos defectibles, y también lo son los ángeles. Por eso Luzbel pudo pecar, como lo hicieron muchos otros ángeles que hoy conocemos como demonios. Y también por eso pudieron pecar nuestros primeros padres, Adán y Eva, y el pecado original pudo trasmitirse a todo el género humano.
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En la Iglesia sucede lo mismo, Cristo la fundó en hombres defectibles. Cristo eligió como Apóstoles a unos pescadores ignorantes, y entre ellos eligió a Judas, a sabiendas de que lo había de entregar. También eligió a Pablo, que fue un perseguidor de los cristianos. Después de fundar su Iglesia, Cristo ascendió al Cielo y nos dejó en menos de todos ellos, y luego de sus sucesores. Cristo sabía que desde su ascensión hasta su segunda venida se darían muchos males en la Iglesia, como todos los que hemos mencionado en nuestra lista. Es muy claro que Cristo quiso permitirlo así.
Males eclesiales.
Hoy podemos preguntarnos qué habría sido de Pedro si no hubiera negado al Señor; qué habría sido de Pablo si no hubiera perseguido a los cristianos, en fin, cómo sería la humildad del aspecto humano de la Iglesia si no hubiera tenido las faltas que ha tenido. No lo sabemos, ni podemos saberlo. Y al no saberlo, ni poder saberlo, debemos confiar en Dios, y en su decisión de hacer creaturas defectibles. Y también debemos apoyar a su Iglesia, aunque tenga elementos defectibles. Tampoco sabemos lo que sería de nosotros si no fuéramos defectibles. Y no sólo somos defectibles, sino que parece que nos gusta estar en esa situación, como permanecer en la ignorancia, e incluso en diversos tipos humanos de ceguera, que analizaremos en el siguiente artículo de esta serie.
Jul 20, 23 10:59 AM
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