Nuestro mundo.
Domingo 27 de octubre de 2002.
Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.
Ante nuestra dificultad de concebir todo un mundo hasta el último detalle, un decreto, veamos y analicemos, al menos en parte, cómo lo concibió y lo hizo Dios.
Breve preartículo
Nuestro mundo.
Al hablar con mi actual oculista y también con otros oftalmólogos, en un ambiente de amistad y confianza, he tenido curiosidad de conocer sus puntos de vista y he sacado a la conversación el tema de mi interés: ¿serán los ojos, no una obra maestra de diseño, sino sólo el resultado de mutaciones aleatorias y selección natural, tal como indica la teoría de la evolución?
Ante esta pregunta, quizás inesperada, ellos invariablemente hacen una pausa, como si se detuvieran a considerar si responderán lo que “deben” o lo que realmente piensan, o si será mejor evadir el tema. Pero dado el ambiente amistoso y ante mi forma sincera y desenfadada de conversar —no tengo aspecto formal ni inspiro mucho respeto— ellos dicen, de algún modo, que aceptan la teoría de la evolución como la teoría científica vigente, pero que, sinceramente, les parece que los ojos son algo más que un simple fruto de la evolución, pues reconocen en ellos una obra maestra de diseño. Les digo, muy desenfadadamente, que comparto su opinión, y ellos manifiestan cierto alivio.
Nuestro mundo.
Algo semejante sucede si hablamos informalmente y en confianza con otros especialistas, ya sea del oído, de la nariz, del corazón, del sistema nervioso, del reproductivo, etcétera. Cada uno de nosotros es una obra maestra de diseño. Y también cada animal es una obra maestra de diseño, lo mismo que cada vegetal y cada mineral. Esta realidad se ha hecho patente gracias a la maravillosa fotografía de algunos modernos programas de televisión, al margen de sus peculiares explicaciones científicas.
No sólo cada órgano y cada individuo humano, animal o vegetal, sino el conjunto armonioso de todos ellos es una obra maestra de diseño. Más aun, el universo entero, la Creación entera —que es el decreto del mejor de los mundos— es una obra maestra de diseño. En los ejemplos anteriores, referentes a los médicos especialistas, se ha reconocido la obra de diseño al pasar del conocimiento del detalle al de la funcionalidad conjunta de algo más general: el diseño maestro de un verdadero y gran artista.
Nuestro mundo.
En lo que sigue caminaremos al revés, desde lo general hacia el detalle. Veremos que el plan general de Dios —que en los artículos anteriores pudimos concebir por nuestra cuenta—, fue puesto en la existencia por Él hasta el detalle —que nos es del todo imposible concebir por nuestra cuenta—, tal como lo hace todo verdadero artista; primero concibe su obra y luego la plasma hasta el detalle.
Nuestro mundo.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:
No te enojes con Dios
Cuerpo del artículo
Nuestro mundo.
En el artículo anterior de esta serie, concretamente el cuarto, y como consecuencia de los anteriores, logramos llegar a conocer por nuestra cuenta el plan básico y general de Dios, y logramos también sintetizarlo en una sola frase. Obviamente, por haberlo conocido y decidido por nuestra cuenta, hicimos nuestro ese plan; más aun, podemos incluso tener la sensación de que Dios nos lo ha copiado. Reproduzcamos ahora esa frase para tenerla a la vista:
Queremos crear el mejor de los mundos incluyendo toda la gama de perfecciones con criterio magnánimo y por amor, de modo que los males desaparezcan al final y que las personas alcancen la dicha.
Ahora será conveniente que desglosemos las partes de esa frase a fin de poder ir comentando cada uno de sus propósitos. En lo que resta del presente artículo comentaremos el primero, y los otros los iremos comentando en otros artículos. He aquí dicho desglose:
Crear incluyendo toda la gama de perfecciones
Nuestro mundo.
Es muy fácil reconocer la posibilidad y aun la factibilidad y conveniencia de las cosas cuando las vemos ya hechas y funcionando bien. Hoy todos reconocemos la posibilidad, factibilidad y conveniencia de la aviación, pero en sus inicios casi todos pensaban que eso era imposible, una locura. Vemos a los virtuosos actuar y pensamos: ¡qué fácil! Y cuando lo intentamos nosotros, nos damos cuenta de la dificultad, y entonces reconocemos que se trata de la difícil facilidad del maestro. Algo semejante sucede con todo lo que hace Dios.
Nuestro mundo.
Pensemos tan sólo en la materia, esa realidad tan común para nosotros. Dios es espíritu puro; en Él no hay materia. Si nosotros fuéramos otros espíritus puros cercanos a Dios, y Él empezara a hablarnos de la creación de la materia, pensaríamos que aquello era imposible, una locura. Algo así sucedió con los ángeles que cayeron y se convirtieron en demonios. La materia también era algo inaudito antes de ser creada y funcionar bien.
Dios es perfectísimo y contiene todas las perfecciones en grado máximo. Por tanto, las perfecciones existentes en la materia también están en Dios, pero en grado máximo, por lo cual no se encuentran en la forma de materia; Dios sigue siendo espíritu puro. También las perfecciones de un hombre vicioso se encuentran en un hombre virtuoso, como un artista. El artista tiene en su mente las perfecciones disminuidas del hombre vicioso, y puede plasmarlas pintándolas en un lienzo. Habida cuenta de las diferencias, algo semejante sucede con Dios y la materia; Él tiene en su mente sus perfecciones menores y puede crearlas en la realidad.
Nuestro mundo.
El hecho de que las perfecciones de la materia existan en Dios, aunque sea en grado máximo, no desmerece el punto que tratamos de señalar; todo lo contrario, justamente lo destaca. Es lo que sucede con todos los artistas; tienen en su mente realidades que todavía no existen fuera de su mente, en la realidad extramental; de hecho muchos de los artistas humanos nunca lograron plasmar sus concepciones fuera de su mente. A nosotros nos maravilla, después de verlas realizadas, que hayan podido concebirlas previamente. Pues bien, esto mismo sucede en Dios de manera eminente.
La creación de creaturas
Nuestro mundo.
Lo dicho en este subtítulo, que bien puede parecer una vulgar redundancia, es tal vez lo más notable de la Creación. Dios ha creado entes espirituales y materiales en gamas verdaderamente sorprendentes; mas lo verdaderamente asombroso, casi increíble, es que haya creado creaturas, es decir, que haya creado, sin más. Lo más notable de todo no es que exista Dios, sino que existan las creaturas, porque Dios es autosuficiente para existir; no así las creaturas. Habla muy mal de nuestra civilización actual que acepte llanamente las creaturas, y que, en cambio, se cuestione y ponga en duda la existencia de Dios.
Dijimos que otros espíritus puros, como los ángeles, fueron testigos que pudieron asombrarse ante el anuncio de la creación de entes materiales. Nótese que esos testigos eran creaturas. Para asombrarse ante el anuncio de la creación de creaturas, del tipo que fueran, no pudo haber testigos, pues ellos mismos serían ya creaturas. En esto puede notarse lo máximamente asombroso y maravilloso, increíble y casi imposible, de la creación de creaturas, es decir, del hecho mismo de crear.
Nuestro mundo.
Y luego, una vez creadas las creaturas y funcionando bien, nos resulta muy fácil reconocer su posibilidad y aun su factibilidad y conveniencia. Más aun, nos parece lo más natural y común, rayando en la vulgaridad; y en tales circunstancias nos cuestionamos la existencia de su Creador, y tendemos a pensar que más bien somos nosotros quienes lo hemos creado a Él, a fin de no sentirnos solos y desamparados. ¡Oh, profundidades de la ignorancia y de la estupidez humana! No necesitamos crearlo para no sentirnos solos; necesitamos reconocer su existencia como exigencia absoluta de no ser nosotros inexistentes.
La gama misma de las perfecciones creadas
Nuestro mundo.
Al hablar de la gama de perfecciones de la Creación solemos hablar de los tres grandes reinos conocidos: el mineral, el vegetal y el animal. Luego los hombres nos situamos, como racionales, dentro del reino animal. En seguida nos referimos a la enorme diversidad de minerales, vegetales y animales. Y finalmente, con gran inseguridad —casi temiendo la negativa del último crédito bancario solicitado—, nos aventuramos a mencionar la existencia de los ángeles. Y bueno, para hablar de los diversos grados angélicos —querubines, serafines, etcétera— se requiere un heroísmo como el del legendario Ulises.
Con todo y todo, la principal gran división de las creaturas es la de lo espiritual y lo material. Mas no se trata de una división lograda por el principio de tercero excluido: es o no es, es así o no es así, sin que haya un tercer término o término medio. En tal caso la materia sería y se definiría como lo que no es espíritu; y el espíritu sería y se definiría como lo que no es materia. De poco nos serviría esa definición de espíritu, y de poco les serviría a los ángeles esa definición de materia.
Nuestro mundo.
La materia nos es muy conocida; es aquello de lo que están hechos nuestros cuerpos. El espíritu es aquello que es libre, que decide y ama, que tiene culpas y méritos, como nuestro yo, nuestra alma, nuestra persona. Pero no todo es material o espiritual; existen realidades intermedias, inmateriales, que ni son materiales ni llegan a ser espirituales, como el alma de los animales, como el Tiempo y como el Espacio.
¿Qué hay entre la Tierra y la Luna? Ciertamente no hay materia; mas tampoco puede decirse que no haya nada, pues entonces habría que sostener que entre la Tierra y la Luna hay un promedio —entre apogeo y perigeo— de unos 384,000 kilómetros de... ¡nada! Y así, tendríamos una nada que mide y que, además, es conductora de la luz, mas no del sonido. Curiosa nada, ¿no es verdad? Entre la Tierra y la Luna está una porción del Espacio, que no es material ni espiritual, pero que mide y conduce la luz.
Nuestro mundo.
Hay que estar abiertos a todo tipo de realidades; eso es ser realistas. ¿Existen los extraterrestres? No lo sabemos con certeza. No podemos afirmar que existen, sin las debidas pruebas; ni podemos afirmar que no existen, sin las debidas pruebas. Mientras no tengamos las debidas pruebas debemos estar abiertos tanto a su existencia como a su no existencia, al sí y al no. Más allá de eso está el prejuicio, la cerrazón, el fanatismo.
En caso de duda la posibilidad goza del favor de la presunción, porque, a fin de cuentas, la omnipotencia divina goza del favor de la presunción. Dios todo lo puede, excepto lo estrictamente imposible, por contradictorio, como un círculo cuadrado, cuyos puntos equidistan y no equidistan de otro punto, llamado centro. Dios no puede hacer un círculo cuadrado; mas no porque a Dios le falte poder, sino porque al círculo cuadrado le falta posibilidad; es algo imposible, por contradictorio.
Nuestro mundo.
Para sostener que algo no puede existir hay que probar rigurosamente su carácter contradictorio. Fuera de eso, todo es posible, porque “para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1, 37). No hay que disminuir la omnipotencia de Dios, ni hay que negar las posibles maravillas de sus manos. Lo mejor es estar atento a todo lo que hace y a todo lo que dice, gozándonos en lo inesperado y asombroso de sus obras. Y nuevamente volvemos a lo mismo: no hay que enojarnos con Dios.
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