ESTAMOS PERDIENDO AMOR

La vida se nos ha hecho difícil (1)


Perdiendo amor.
Domingo 4 de febrero de 2001.

Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.


Hola, amigos:

La sensación de insatisfacción es global, con algunas excepciones, y nos preguntamos, casi nunca a fondo, qué es lo que anda mal en nuestras vidas.


Breve preartículo:

Quizá la gran mayoría ni siquiera logra una respuesta aceptable al planteamiento anterior, sin tener la disposición de "perder el tiempo" en tan poco lucrativa inquietud. Y así, seguimos batallando y corriendo... ¡entre las patas de los caballos!
Perdiendo amor.
Me ha resultado difícil la redacción de este artículo, porque son muchos los temas involucrados: desde el gradual deterioro conyugal y familiar, pasando por las exigencias de la sociedad de consumo, hasta las prisas y tensiones en que habitualmente vivimos. No logro abarcar tantos temas en un solo artículo. Hay que llegar a la raíz del problema, para desde ahí ir precisando y entendiendo los subproblemas que se van derivando. Quizás entonces podamos encontrar al menos algunas soluciones parciales.

Parece increíble, pero no queremos pensar en ello. Se trata de un tema que rehuimos casi defensivamente, cuando, en realidad, al rehuirlo bajamos la guardia y nos quedamos indefensos. ¿A qué se debe esta paradójica actitud? Parece que instintivamente temiéramos que el remedio pueda ser más doloroso que la enfermedad, o que el logro de la satisfacción y la paz personales pueda ser menos gozoso que el ahorro del esfuerzo requerido para poner los medios pertinentes.
Perdiendo amor.
La evasión de esta temática se presenta de manera aguda en el hombre de hoy, cuando su tratamiento se hace más imperativo que nunca. La ayuda de la Filosofía se hace imprescindible a fin de abordar los problemas con franqueza y objetividad, sin componendas ni autojustificaciones o autocomplacencias. En lo que sigue trataré de abordar esta problemática; y mi diagnóstico básico será que estamos perdiendo amor. Espero no ser evadido yo también, sino que se me lea y se me otorgue al menos el beneficio de la duda.

Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:

La vida se nos ha hecho difícil


Cuerpo del artículo:

Ya quedaron atrás la Navidad, el año nuevo y ¡el milenio nuevo! Y por eso conviene entrar, ya sin más dilaciones, en alguno de los temas que han motivado el inicio de esta serie de artículos. Quizá en éstos se pretende, más que en otros, el ya conocido objetivo general de todos mis artículos: ayudar a vivir más humanamente en un mundo que nos empuja a vivir con un aceleramiento cada vez mayor, casi sin pensar, corriendo hacia una meta incierta y sin un sentido que satisfaga nuestros anhelos profundos.
Perdiendo amor.
La crisis de amor se ha hecho aguda y patente sobre todo en la sociedad conyugal. Hace apenas unas décadas se daba la siguiente reacción en una pareja de novios cuando él era llamado al frente de batalla: ella le pedía que se casaran de inmediato, para amarse al menos unas pocas noches; y para que, si él moría en la guerra, le dejara al menos un hijo, como fruto de su amor.

¿Cómo reaccionaría hoy una pareja de novios en semejantes circunstancias? Quizás ella reaccionaría pensando de esta otra manera: Primero que se vaya a la guerra, y a ver si vuelve, y cómo vuelve; ya luego veré si todavía me conviene casarme con él.


Se nos está olvidando cómo amar

Sí, es verdad, ¡se nos está olvidando cómo amar! Estamos perdiendo esa destreza, esa habilidad, esa virtud. En los grupos de Neuróticos Anónimos ―que manejan el mismo programa de 12 pasos que Alcohólicos Anónimos― se afirma que la neurosis consiste, precisamente, en carecer de la habilidad de amar. Y hoy nuestro mundo está neurótico.
Perdiendo amor.
Ante las dificultades, nuestros abuelos encontraban una maravillosa solución diciéndose uno al otro lo siguiente: "Nada importan los problemas, aunque se hunda el mundo, mientras nos sigamos teniendo tú y yo".

Hoy, en cambio, cualquiera de los cónyuges puede y suele decirle al otro algo como esto: "No hace falta que se hunda el mundo para que tengas problemas; yo seré tu principal problema ―hasta el extremo de abandonarte y quitarte los niños― si no me otorgas esto o aquello". Y esto o aquello bien puede ser una simple conveniencia, un gusto o incluso un capricho.
Perdiendo amor.
Nuestros abuelos, como todos los cónyuges, tenían pleitos algunas veces; pero luego... ¡venían las contentadas! Hoy, en cambio, el motivo del pleito es querer estar contentos. Ninguno de los cónyuges quiere ser un "objeto de placer", por lo que fácilmente rechaza al otro. Cuando uno invita al otro a alguna actividad que a éste le guste, suele recibir esta respuesta: "¿Pretendes que acepte, después de lo que me hiciste?".

De tal forma es imposible llevar una vida agradable. También hemos perdido la habilidad de perdonar, e incluso de hacer en común aquello que nos gusta. Cobra carta de supremacía el reproche que se le pueda hacer al otro. Y si esto sucede en el amor conyugal, que es el amor por excelencia, ¿qué no sucederá en los otros amores?


La felicidad y el amor

Lo que llevo dicho está tomado de la experiencia y avalado por la destrucción de innumerables matrimonios; no se trata de elucubraciones mentales. De otra parte, hablando del amor en general, la Filosofía nos enseña que amar es querer el bien del otro. Y es verdad, amar es salir de uno mismo y mirar por el otro, por su bien, por darle gusto, por hacerlo realmente feliz. La felicidad se encuentra, paradójicamente, en el desinterés del verdadero amor, al mirar por el otro, y no por uno mismo. La felicidad no se encuentra buscándola de manera directa, sino sólo de rebote, al buscar de manera directa la felicidad del otro.
Perdiendo amor.
Pero hemos ido perdiendo esa convicción; ya no solemos pensar así. Hoy preferimos pensar que debemos mirar primero por nosotros mismos, y sólo después por los demás: ¡primero yo!, y luego los demás, incluso contra las más elementales normas de urbanidad. Así lo han puesto de moda algunas corrientes modernas de psicología barata; y sus ingenuos seguidores terminan por pagar el precio de la desdicha. Se trata de una actitud básicamente egoísta, porque gira alrededor de uno mismo, del yo, del ego.

La convivencia con una persona así, tarde o temprano se hace pesada, o muy pesada, y no queda más remedio que retirarse, aunque se mantengan con ella algunos contactos superficiales; lo cual provoca que la persona egoísta, poco a poco, se vaya quedando sola, o que tenga sólo relaciones superficiales; situación que indudablemente la frustra y la lleva a la desdicha.
Perdiendo amor.
El resultado de lo anterior es que la persona egoísta, al ir privándose de relaciones personales profundas, va substituyéndolas con cosas materiales, que proporcionan placer a corto plazo. La persona egoísta va cambiando lo que interiormente podría ser ―una persona que verdaderamente ama― por lo que exteriormente puede tener, y va así optando por la cultura del tener con preferencia a la cultura del ser.
Perdiendo amor.
Bien sabemos que las cosas que tenemos no nos proporcionan la felicidad, como no nos la proporcionaron aquellos patines, ni aquellas muñecas, ni aquella moto, ni aquel auto... ni estos terrenos, casas, avionetas, veleros o vicios; y aun así preferimos seguir cayendo en el engaño, con tal de seguir evadiendo el tema de fondo. En el fondo... bien sabemos que sólo hemos probado la dicha cuando hemos amado verdaderamente, aunque se tratara de una dicha acompañada del dolor de no ser correspondidos como queríamos, quizá por no tener la debida consideración hacia el punto de vista del otro respecto a su personal correspondencia.
Perdiendo amor.
Y cuando nos hemos encontrado con alguna de esas raras personas que son auténticamente felices, hemos descubierto que invariablemente son personas que aman de verdad, y que son muy comprensivas con la correspondencia que reciben de los otros, cuyos puntos de vista respetan cabalmente; dicho en breve, son personas que no aman posesivamente, sino que se dan a sí mismas al amar; personas que miran primero por la persona amada, y después por sí mismas.


La dicha y el dolor

Cabe, pues, que la dicha auténtica, aunque no sea plena, en esta vida vaya acompañada de dolor. Esto no sólo es posible, sino que así es: ¡en esta vida la dicha, por muy auténtica que sea, va siempre acompañada de dolor! La cuestión se resume, por tanto, en lo siguiente: ¿por qué habremos de optar, por buscar la dicha o por evadir el dolor?, ¿qué preferimos ser, buscadores de la dicha o evasores del dolor? Porque no hay salida: dado que en esta vida la dicha va siempre acompaña de dolor, si optamos por evadir el dolor, en esta vida la dicha siempre se nos escapará.
Perdiendo amor.
El planteamiento anterior nos permite ponderar las diferencias existentes entre diversos tipos de moralidad, y aun entre diferentes religiones. Hay formas morales y también moralistas que son más odiadores del mal que amadores del bien, más odiadores del error que amadores de la verdad. Hay religiosidades que son más odiadoras del Diablo que amadoras de Dios. Por ejemplo, y sin faltar al respeto a los budistas, es verdad que el budismo es más evasor del dolor que buscador de la dicha. También es verdad que el cristianismo es más buscador de la dicha que evasor del dolor, más amador de la verdad que odiador del error, más amador del bien que odiador del mal, más amador de Dios que odiador del Diablo.

La reconocida psicóloga Karen Horney, en su libro La Personalidad Neurótica de Nuestro Tiempo, ya mencionaba una primera contradicción como causa de la neurosis difundida: "Por una parte se hace todo lo posible a fin de impulsarnos hacia el éxito, lo cual significa que no sólo debemos tratar de imponernos, sino también de ser agresivos y capaces de apartar a los demás de nuestro camino. Por la otra, estamos profundamente imbuidos de los ideales cristianos".
Perdiendo amor.
Todo indica, por tanto, que los problemas que traemos entre manos tienen su raíz en el viejo tema del amor, y en nuestro modo de enfocarlo; porque, querámoslo o no, fuimos hechos para amar, y para conocer, y para trabajar. Si nos rebelamos ante esta realidad, o si la ignoramos, seremos desdichados ―dado que no podemos cambiar nuestra naturaleza o rediseñarnos―; en cambio, si la aceptamos, gradualmente iremos encontrando la felicidad.
Perdiendo amor.
Será interesante, en futuros artículos, ir analizando las causas que nos inducen a dicha rebeldía en la actualidad, o que de una u otra forma nos distraen y alejan de las consideraciones profundas que pueden ayudarnos a evitar el hastío y darle sentido a nuestras vidas.


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