La vida se nos ha hecho difícil (2)
Compitiendo demasiado.
Domingo 11 de febrero de 2001.
Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.
Hola, amigos:
La vida se nos ha hecho difícil, en gran parte, por la ferocidad del modo actual de competir, sobre todo en el trabajo profesional.
Breve preartículo:
Parientes y amigos, anteriormente prósperos negociantes, de repente pierden sus empresas, sea porque quiebran o porque las malbaratan; y con eso intentan sin éxito iniciar nuevos negocios. Les resulta difícil adaptarse a las formas empresariales de competir surgidas con la apertura comercial y la globalización. La competitividad feroz son esos caballos entre cuyas patas están siendo arrastradas nuestras vidas. Y es importante encontrar soluciones, respuestas, formas de defensa, antes de que sea demasiado tarde...
Compitiendo demasiado.
Sabemos de jóvenes que se suicidan ante el fracaso en los exámenes destinados a elegir a quienes han de ingresar a determinadas carreras universitarias o maestrías, dada la fuerte competencia existente también en esos campos. Y las tremendas competencias deportivas cada año arrojan mayores números de heridos y muertos.
Compitiendo demasiado.
Muchos matrimonios son destruidos por la competencia que surge entre marido y mujer, y sus correspondientes profesiones, con la creciente tendencia a poner el trabajo por encima de la familia.
Compitiendo demasiado.
Poco a poco nos vamos enterando de más y más casos de éstos. Al principio nos sorprendíamos y nos preocupábamos, pero gradualmente nos va pareciendo algo normal... ¡así es el mundo de hoy! Insensiblemente vamos aceptando la idea de que el modo actual de avanzar es mediante la competitividad, sin detenernos a pensar si la competitividad es buena o mala, o si adopta formas buenas y malas, y cuáles son las características y diferencias de unas y otras.
De buena gana ―irreflexiva e ingenuamente― participamos en todo tipo de competencias, con tal de que tengamos posibilidades de ganar o de hacer un buen papel; y lo mismo sucede con nuestros hijos, a quienes alentamos a que compitan, convencidos de que les ayudará en su formación. No nos detenemos a considerar las consecuencias de incurrir en las formas de competir capitalistas, guerra interna, como guerra externa eran las comunistas luchas de clases, ambas carentes de amor: ¡los extremos se tocan!
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:
La vida se nos ha hecho difícil
Cuerpo del artículo:
Hace poco un presidente de Estados Unidos, dirigiéndose a toda la nación, entre broma y veras dijo: "Nos estamos demandando demasiado". Parece que hay formas sanas e insanas de demandar. Sería insano que una mujer demandara de acoso sexual al hombre que normalmente la pretende para casarse con ella.
Compitiendo demasiado.
De manera semejante, podemos decir que estamos compitiendo demasiado, hasta el grado de que el trabajo profesional se nos ha hecho desagradable y la vida se nos ha hecho difícil. Y también aquí, hay formas sanas e insanas de competir. Es insana la competitividad que busca la quiebra de los competidores. Tal forma de competir en realidad es una forma de guerra; así lo han entendido los japoneses, pues han dicho que los negocios son guerra (business is war).
Competente, competidor y competitivo
Hay tres acepciones interesantes de este concepto: competente, competidor y competitivo. Competente es alguien capaz en su actividad, profesión u oficio. Competidor es alguien que trata de ganar a costa de que otro pierda, como en las competencias deportivas. Competitivo es alguien que batalla por permanecer o prevalecer en el mercado. Y el que trata de prevalecer, puede llegar a hacerlo incluso buscando la quiebra de sus competidores, o complaciéndose en ella.
Compitiendo demasiado.
Es notable que quien sólo trata de permanecer en el mercado, para lograrlo tiene también que batallar, como si estuviera defendiéndose sólo pasivamente en medio de una guerra muy activa; lo cual hace de su trabajo algo tenso y desagradable, sin que por sí mismo tuviera que serlo: ¡la vida se le hace difícil! La fuerte competitividad en el trabajo sólo puede ser agradable para quien personalmente es un competidor, del mismo modo que la guerra sólo puede ser agradable para quien personalmente es un guerrero.
Cabe notar que del competidor y del competitivo decimos que compiten; en cambio, no solemos decir que compita alguien que es simple y personalmente competente, como puede serlo un oculista. La confianza y el trato personal que hay con el oculista de alguna forma hacen que su trabajo quede fuera de la guerra del mercado, y que su personal competencia no tenga que ser competidora ni competitiva. Por tanto, el trabajo de ese oculista puede seguir siendo agradable... ¡un estilo a imitar!
Compitiendo demasiado.
Indudablemente hay personas competidoras y guerreras, pero no todos somos así; la gran mayoría de los seres humanos no somos así, sino que preferiríamos tener un trabajo agradable, sin guerras ni tensiones. Hoy muchos empresarios padecen, muy a su pesar, la feroz competitividad reinante en el mercado. Muchos de ellos querrían que tal competitividad desapareciera, o que al menos disminuyera. Pero eso no es factible hoy; todo sugiere que la competitividad llegó para quedarse, y que irá en incremento cada vez más. ¿Hasta dónde llegará? Y, sobre todo, ¿por qué las cosas tienen que ser así?
Causas de la competitividad malsana
En estricto rigor, las cosas no tienen por qué ser así; pero de hecho así son, y hay motivos para ello. Un motivo a favor de la competitividad insana es el afán de riquezas: ¿qué prefieres, tener un trabajo agradable o ser rico? Si prefieres ser rico, ahí tendrás un motivo para competir, porque compitiendo puedes hacerte rico. Entonces, tenderás a pensar que competir es bueno, como se piensa en Estados Unidos, que es el país con mayor afán de riquezas.
Compitiendo demasiado.
Sin embargo, no es elegante decir que la competitividad es buena sólo porque le proporciona riquezas al competidor. Entonces se buscan otros motivos, y se dice que la competitividad promueve el desarrollo; y es verdad, pero las guerras, sin ser buenas, también promueven algún desarrollo. No todo lo que promueve algún desarrollo es bueno. ¿Y a cuál desarrollo nos referimos?, ¿de qué tipo? Además, hay otras formas de promover el desarrollo, como lo han hecho todos los grandes humanistas, artistas y científicos, que no competían con nadie.
Compitiendo demasiado.
Otro motivo a favor de la competitividad insana es el afán de fama, el deseo de ser el número uno. Se trata del afán de destacar, de ser reconocido como el máximo en algún aspecto; motivo que se opone al deseo de ejercer la profesión. En un médico, por ejemplo, el deseo de ejercer lo lleva a curar a sus pacientes; en cambio, el afán de destacar lo lleva a ser reconocido como el médico número uno en su ciudad, en su país o en el mundo entero, dependiendo del tamaño de su ego. ¡Es un problema de ego!
Compitiendo demasiado.
El deseo de ejercer permite que todos los médicos sean felices, ya que cualquier médico puede ser feliz curando a sus pacientes. El afán de destacar sólo permite que un médico sea feliz, el número uno; quien, para lograrlo, tendrá que buscar la manera de competir y triunfar sobre todos los otros médicos; y si lo logra estará contento... ¡aunque no cure a sus pacientes! El afán de fama desvirtúa el ejercicio de cualquier profesión; en el fondo es la sed del incienso de ser considerado como el mejor, aun sin serlo.
Compitiendo demasiado.
Estos dos promotores de la competitividad insana ―el afán de riquezas y el de fama― tienen ambos sus raíces en el egoísmo. El que compite insanamente no quiere el bien de ese otro que es su competidor: no lo ama. Porque amar es querer el bien del otro. Por eso sólo bajo la condición del egoísmo, que es lo más opuesto al amor, puede decirse que la competitividad insana promueva el desarrollo; y por eso ésta es uno de los mayores frenos en la consecución de la felicidad: ¡nos hace la vida difícil!
Compitiendo demasiado.
No queremos escuchar ni hacer caso a lo que Dios nos dice por boca de San Pablo en la Sagrada Escritura: "No hagáis nada por espíritu de competencia, nada por vanagloria; antes, llevados de la humildad, teneos unos a otros por superiores, no atendiendo cada uno a su propio interés, sino al de los otros" (Filipenses 2, 3-4). Tampoco queremos escuchar los llamados de Jesucristo mismo a no buscar los primeros lugares, sino hacernos como niños y los servidores de todos.
Lo tremendo es que vivimos en una sociedad egoísta, que tiende a ser competitiva, y que por lo mismo se hace más egoísta en un degradante círculo vicioso; y para romperlo es necesario atacar la raíz del egoísmo, sobre todo en sus manifestaciones laborales, que conllevan el manejo del trueque y del dinero en ese gran medio de intercambio que es el mercado.
Hay una competitividad sana
¿Cuál es, entonces, la competitividad sana? Es aquella que, en el fondo, no tiene por qué llamarse competitividad. Negativamente, es la que no está fincada en el egoísmo; y por tanto tampoco en los afanes de fama y riquezas, ni en otros afanes igualmente egoístas, como los de placer y de poder. En efecto, ya los griegos habían señalado las riquezas, el poder, el placer y la fama como falsas fuentes de felicidad.
Compitiendo demasiado.
Positivamente, la competitividad sana es la que busca el auténtico bien común, que hace coincidir el bien individual con el bien social. También es sano competir con uno mismo. Si lográramos una sociedad altruista, la competitividad insana desaparecería, y a la competitividad sana dejaríamos de llamarla competitividad.
Mientras vivamos en una sociedad egoísta, donde impera la competitividad insana, sólo nos queda buscar el modo de defendernos, de permanecer, de sobrevivir, que puede ser compitiendo sanamente; lo cual tiene tres variantes básicas y complementarias: la austeridad de vida, la subordinación y el liderazgo.
Compitiendo demasiado.
La austeridad de vida es valiosa en sí misma; es lo que se ha llamado justo medio y que incluso emperadores romanos llamaron aurea mediocritas o áureo término medio. Se trata de tener una mayor libertad, individuos y organizaciones, sin crearse dependencias ni necesidades superfluas: ¡tanto tienes, cuanto menos necesitas! Sin embargo, para algunos será sólo el precio que hay que pagar para sobrevivir substrayéndose de la competitividad y dedicándose a lo que les gusta. Incluso pequeños negociantes pueden sobrevivir así, desde los changarros hasta algunas empresas pequeñas.
Compitiendo demasiado.
El liderazgo es un camino que no debe ser confundido con la sed de fama, ni de riquezas, ni de poder. El líder compite sanamente porque su meta no es el fracaso de aquellos a quienes conduce ―que pueden ser todos―, sino su óptimo desarrollo. El líder busca lo que es mejor para todos, el ganar-ganar, no la seducción de los falsos afanes; no necesita de ellos, justamente por lo que ya es. El liderazgo puede ser ejercido desde el nivel de los grandes gobernantes y empresarios hasta el de los operarios que ayudan a sus compañeros a trabajar mejor.
La subordinación consiste en renunciar a las profesiones u oficios libres, y también a ser empresario de primer nivel; consiste en trabajar subordinándose a otros. La subordinación puede darse desde el nivel de los altos ejecutivos hasta el de los ayudantes en algunas profesiones u oficios. El que se subordina puede elegir el trabajo de su preferencia dentro de una enorme gama de posibilidades y a la distancia que más le acomode respecto a las asperezas de la competitividad.
El líder puede ser austero y/o subordinado; el subordinado puede ser austero y/o líder; y el austero puede ser subordinado y/o líder; y todo sin tener que competir insanamente. La subordinación suele ser un camino de juventud, el liderazgo suele serlo de madurez, y la austeridad puede vivirse siempre.
Para todos hay un gran abanico de alternativas y posibilidades fuera de la competitividad insana. Cada quien puede optar por la combinación que le venga mejor en cada etapa de su vida. Lo que no puede faltar, lo verdaderamente importante, es que nuestras vidas tengan sentido ―conocimiento y amor― y que nos den satisfacciones auténticas, perdurables, que nos vayan conduciendo a la felicidad, aunque sea gradualmente y poco a poco. ¡La elección es nuestra!
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