La vida se nos ha hecho difícil (8)
Perdiendo esperanza.
Domingo 25 de marzo de 2001.
Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.
Hola, amigos:
¿Tenemos o no tenemos esperanza? ¿Está aumentando o disminuyendo? Tal vez ni siquiera sean claras estas preguntas.
Breve preartículo:
Perdiendo esperanza.
Carecer de esperanza puede ser algo obscuro, poco consciente, pero que de todas formas nos afecta. Es algo distinto de otras carencias más notorias, como no tener fuerzas o no tener ganas. Si tenemos pobreza de esperanza, el tomar conciencia de ello puede ser más doloroso, pero suele ser menos peligroso, porque nos pone en alerta: ¡algo anda mal, muy mal, en nuestras vidas!
Perdiendo esperanza.
Cuando en la vida práctica vamos aceptando que nuestro trabajo está por encima de la familia y del amor, y que además ese trabajo tiene la finalidad de ganar dinero, nuestras esperanzas comienzan a desdibujarse. Nos empieza a suceder lo que decía el viejo tango: “Verás que todo es mentira; verás que nada es amor; gira, gira...”. Nuestra vida se nos va convirtiendo en un girar y girar sin sentido.
Perdiendo esperanza.
Podremos ganar más dinero, pero, como el dinero es un comodín, podemos caer en la tentación de pretender comprarlo todo. Y nos sucede como al joven que no se casa para no amarrarse con ninguna, y así tener la libertad de conquistarlas a todas. Al menos eso piensa, pero la realidad es que por querer tener una mujer comodín, en realidad no tiene ninguna; y ya de solterón empedernido, también a él se le van desdibujando sus esperanzas.
Perdiendo esperanza.
Tener esperanza es esperar algo, tener una ilusión, un proyecto de vida cuya realización se espera; es esperar que llegue una nueva etapa de la vida, como quien espera que llegue el día de su boda. ¿Cuál es la siguiente etapa que yo espero en mi vida? ¿Tengo un proyecto de vida interesante, apasionante, y la ilusión de realizarlo? El objeto de mi esperanza debe ser algo que me satisfaga, que me realice, que aumente mi nivel de dicha; y que, si no me da la dicha completa, al menos me abra horizontes y posibilidades de otros proyectos más dichosos, y así sucesivamente.
El solo dinero no puede ser el objeto de nuestra esperanza, y de hecho los que buscan el dinero no piensan así; sólo el avaro piensa así, y quedó bien ridiculizado en Rico McPato, que tenía una alberca llena de dinero y nadaba en él. Quien busca el dinero no pone su esperanza en el dinero mismo, sino en todo lo que con el dinero puede comprar; pero se trata de una falsa esperanza, porque con el dinero no se puede comprar lo que da la dicha, como el amor, el saber, una vida que perdure, etcétera.
Perdiendo esperanza.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:
La vida se nos ha hecho difícil
Cuerpo del artículo:
Perdiendo esperanza.
La esperanza está estrechamente ligada a la vida. Así se dice en todas partes: Mientras hay vida hay esperanza. No puede haber esperanza si la vida se va a acabar, a menos que la persona cultive una falsa esperanza por querer ver sólo a corto y mediano plazo, al plazo de lo que su juventud y madurez pueden durar, negándose a mirar a un plazo mayor. Mas el tiempo es implacable, y siempre llegarán las enfermedades, una muerte prematura o la vejez; y entonces no será posible seguir evadiendo el fin de la vida presente.
Perdiendo esperanza.
Si con la muerte toda vida termina, entonces no hay lugar para la esperanza. Por la naturaleza misma de la esperanza, ésta no puede darse si no hay otra vida ―que sea perdurable― después de la muerte, independientemente de que esa otra vida tenga o no su fundamento en Dios. Ciertamente la vida futura tiene su fundamento en Dios, al igual que la presente, aunque el ateo no lo sepa; sin embargo, aun para el ateo la esperanza es amenazada por una muerte con la que toda vida termina. Se trata de la noción misma de esperanza, que pide vivir perpetuamente, aun al margen de cuál sea su fundamento.
Perdiendo esperanza.
Conocemos pocos detalles de la vida futura; sin embargo, sabemos que la puerta que nos conduce a ella es la muerte. También sabemos que la muerte es como una aduana en la que sólo pasa lo que se es, y no lo que se tiene. Uno pasa por esa puerta, mas no pasa ninguna de la propias pertenencias, ni siquiera la ropa puesta. Esta sola realidad habla bien de la cultura del ser, contra la cultura del tener. Nada de lo que tengas pasará por esa aduana que es la muerte; todas tus pertenencias, sin excepción, se quedarán acá; esto es absolutamente seguro.
Importancia del amor y cultivo de los valores y las virtudes
Si lo que hemos amado en esta vida han sido nuestras pertenencias, al pasar a la otra vida sufriremos la sorpresa de perderlas; y no sabemos cómo se resolverá allá ese sorpresivo sufrimiento. Lo notable del asunto es que las realidades que pueden pasar a la otra vida son realidades que también podemos valorar, amar y cultivar en la vida presente; y si lo hacemos pasaremos a la otra vida junto con las realidades que amamos, de modo que no habrá el mencionado sufrimiento sorpresivo.
Perdiendo esperanza.
Tales realidades son las que enriquecen nuestro ser, esto es, los valores y las virtudes o actitudes que conducen a ellos: la verdad es alcanzada por el conocimiento; el bien, por el amor; la belleza, por la apreciación; la unidad, por la concordia, etcétera. Son los valores los que dan la dicha en todas partes, incluso en este mundo, aunque sea de manera incompleta; esto se debe a que aquí los valores no son poseídos de manera completa, lo cual sólo se logra en la unión con Dios, por ser la Fuente de los valores.
Hechas las aclaraciones anteriores ―indispensables para entender la noción misma de esperanza― y si la esperanza no es destruida por el temor a una muerte con la que toda vida termina, entonces podemos hablar de auténtica esperanza en las diversas actividades y etapas de nuestra vida presente, incluso sin tener que estar pensando explícitamente en la muerte y en Dios. Digo esto porque hay personas a las que les molesta tener que pensar explícitamente en la muerte y en Dios. No hay problema; incluso ellas pueden tener auténtica esperanza, aquí y ahora, de manera tangible; basta que se apoyen en los valores.
También aquí, en este mundo, tejas abajo, la esperanza es alimentada por los valores y por las virtudes o actitudes que conducen a ellos, como la verdad y el conocimiento, el bien y el amor, etcétera. La esperanza trae consigo paz, serenidad, ilusión, planeación, paciencia, perseverancia, trabajo, creatividad, productividad, seguridad, preocupación por los demás, conciencia social, atención por el mediano y largo plazo, alegría, ¡dicha!, en una palabra.
Se trata de algo completamente distinto de la falsa dicha provocada por la excitación de proyectos riesgosos de gran utilidad y deslumbramiento a corto plazo. En estos proyectos suele intervenir en gran medida el deseo de probar la propia habilidad y autosuficiencia, es decir, el amor propio. La esperanza, en cambio, favorece proyectos en los que se aprecia mucho el propio aprendizaje gracias a la intervención y ayuda de los demás, y en los que se busca ―sabiendo esperar― el correcto desarrollo de los acontecimientos con un gran respeto por sus naturales etapas y tiempos. La esperanza camina de la mano con la humildad.
Proyectos alimentados por la esperanza
Los proyectos alimentados por la esperanza suelen estar relacionados con etapas valiosas de la vida. Por ejemplo, el niño espera llegar a adulto, el adolescente espera llegar a sostenerse por sí mismo, el estudiante espera terminar su carrera; todos esperan el día de su boda, formar una familia, que sus hijos se desarrollen y hagan sus propias vidas. En el ejercicio de la profesión la esperanza alimenta el proyecto de ejercerla en servicio y beneficio de los demás. Mientras más se realiza el proyecto, en mayor medida se ayuda a los otros, como el médico que quiere ejercer su profesión, para así curar más y más enfermos. Todo esto, poco a poco, va construyendo la dicha.
Perdiendo esperanza.
En cambio, los proyectos que no están alimentados por la esperanza suelen estarlo por el amor propio, por el deseo de probar la propia superioridad, por el afán de lucimiento, de fama, de placer, de riquezas, de poder. Así sucede con el que quiere destacar en la profesión, más que ejercerla; por ejemplo, con el médico que quiere destacar y ser el número uno en su ciudad, en su país o en el mundo entero, dependiendo del tamaño de su ego.
Perdiendo esperanza.
Con el afán de destacar en su profesión, sólo puede haber un médico feliz en la ciudad, en el país o en el mundo entero; mientras que con el deseo de ejercer su profesión, todos los médicos pueden ser felices curando a sus pacientes. El afán de destacar en la profesión, compitiendo con los demás, es algo angustioso, que provoca inseguridad, miedo, infelicidad; en cambio, el deseo de ejercer la profesión, en colaboración con los demás, es algo esperanzador, que produce serenidad, seguridad, tranquilidad, felicidad.
La esperanza nos muestra un mundo acogedor y bello
La esperanza lleva a ver este mundo como un regalo y a gozar viviendo en él, cuidándolo, cultivándolo, sirviéndolo, haciéndolo más acogedor y procurando dejarlo ―para los que vengan después― un poco mejor que como lo encontramos. El que no tiene esperanza ―¡comamos y bebamos, que mañana moriremos!― quiere comerse el mundo cuanto antes, enriquecerse, dominar, hacerse servir, admirar y temer.
Perdiendo esperanza.
El anciano padre de uno de mis amigos me hacía observar, diciéndome: Mira a todos estos muchachitos que salen de las universidades queriendo comerse el mundo; lo que no saben es que el mundo se los va a comer a ellos. Y es verdad; he podido observar con qué facilidad son devorados por el mundo, y cómo viven sin esperanza. Siempre hay alguien más poderoso que uno, más rico, más famoso, más guapo, más listo. El anhelo de ser el número uno es algo inútil; y a quien lo logra, el gusto le dura un día; es algo desesperanzador.
Perdiendo esperanza.
La esperanza no nos impulsa a comernos el mundo egoístamente, sino a alimentarlo altruistamente, cuidándolo y cultivándolo con la ayuda de los demás, y sobre todo con la de Dios. Entonces el mundo es visto como un hogar acogedor, donde nosotros y nuestros hijos podemos vivir y crecer a gusto. Y de todo esto queda en claro que hoy, al querer comernos el mundo competitivamente, estamos perdiendo esperanza.
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