La vida se nos ha hecho difícil (6)
Perdiendo moral.
Domingo 11 de marzo de 2001.
Autor: Paulino Quevedo.
Dr. católico, filósofo, laico y casado.
Hola, amigos:
La moral es un tema muy controvertido, más que la política y el deporte, y aun más que la religión.
Breve preartículo:
Perdiendo moral.
Podemos decir que las controversias referentes a la religión se derivan de la moralidad implicada en ella. El punto de controversia está en que algo o alguien pueda normar nuestra conducta, decirnos lo que podemos y no podemos, lo que debemos y no debemos hacer. ¿Qué nos hará la vida más difícil, tener ese tipo de norma, o no tenerla?
Perdiendo moral.
Tuve algo de dificultad en decidir si incluir, o no, el tema de la moral en esta serie de artículos, subtitulada La vida se nos ha hecho difícil. El tema de la moral podría parecer estar fuera del género literario propio de unos artículos de tipo periodístico; el presente artículo podría correr el peligro de parecerles una especie de carta moralizante a algunas personas. Pese a lo anterior, la moral es uno de los aspectos básicos y determinantes de las características de la vida y el mundo de hoy; por lo cual resulta obligado abordar el tema en esta serie de artículos, que, si no me equivoco, serán once en total.
Perdiendo moral.
Tuve aun mayor dificultad en decidir el modo de abordar el tema. El problema radica justamente en que hoy, debido a las características de nuestro mundo, toda mención de cuestiones morales tiende a interpretarse como sermonear, sobre todo si se habla de moral, y no tanto de ética. Por ética hoy suele entenderse un determinado conjunto de códigos de comportamiento ―códigos de honor― que están bien vistos en ciertos grupos o asociaciones de personas, como banqueros, empresarios, militares, etcétera. Por moral, en cambio, hoy se sigue entendiendo lo mismo que siempre se entendió, es decir, la valoración de la bondad o maldad de los actos humanos libres; disciplina llamada preferentemente moral, en Teología, y preferentemente ética, en Filosofía.
Perdiendo moral.
Hay dos notables códigos de honor que pretenden suplir a la moral: 1) el derecho civil, sobre todo en países sajones; y 2) la decencia, en todas partes. Si la ley civil lo permite, entonces está bien, es lícito, aunque se trate del aborto. Si se hace con decencia ―con toda limpieza, buenos modales, manteles largos y en buena casa―, entonces está bien, es lícito, aunque se trate de un adulterio.
El hecho es que hoy importa menos obrar bien que obrar conforme a nuestros códigos: ¡nos hemos colocado por encima del bien y del mal! El bien ha dejado de ser un valor, en nuestra consideración, y pretendemos substituirlo por códigos decididos por nosotros. En tales circunstancias, la moral ha empezado a verse como cosa de niños y de viejitas que van a la iglesia al Rosario de la tarde. Por eso, para evitar malos entendidos y poder abordar la cuestión de fondo, la que verdaderamente importa, es conveniente que aquí hablemos de moral, más que de ética, y que así definamos y zanjemos bien la cuestión.
Perdiendo moral.
Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si se relaciona con la de los otros, que pueden encontrarse activando el vínculo que se ofrece en seguida:
La vida se nos ha hecho difícil
Cuerpo del artículo:
Perdiendo moral.
Que la moral se considere hoy como cosa de niños y de viejitas de iglesia, es quizá el hecho que más mal habla del hombre actual. Por supuesto que nadie lo dice así, con esta claridad; pero, calladita la boca, se deja de lado la moral cuando se trata de negocios: “business is business” (los negocios son los negocios). En coherencia, habría que decir que Sócrates, Cristo, Gandhi, Luther King, y tantos otros, fueron como niños o viejitas. Y quiero dejar en claro que si he usado estos ejemplos no es porque yo tenga en poco a los niños o a las viejitas, sino porque los tienen en poco quienes hoy carecen de moral, como lo prueban el aborto y la eutanasia.
Perdiendo moral.
Tal vez la mejor forma de enfocar el tema ―sin que pueda parecer un enfoque moralizante― sea la consideración de que toda reducción moral es una reducción de hombría, no en el sentido de machismo, sino de carácter humano, de condición humana, de dignidad humana. Dicho de otra forma, así como el hombre es un animal racional y un animal social, es también un animal moral, ético; ya lo habían notado los griegos desde antes de Cristo.
Perdiendo moral.
Y esto es así porque el hombre es también un animal de valores, y porque el bien es un valor, y porque la moral estudia la bondad de los actos humanos libres; y, finalmente, porque el bien, como todos los auténticos valores ―ser, verdad, belleza, unidad, etcétera―, vale por sí mismo, se justifica por sí mismo, sin depender de nada exterior a sí mismo. Por eso minusvalorar la moral es animalizarse, embrutecerse, perder hombría, condición humana, como ya se dijo.
Dos órdenes fundamentales
Otra forma de enfocar el tema es considerar que hay dos órdenes fundamentales, el teórico y el práctico; y que el orden teórico está por encima del práctico, como que 2+2=4 está por encima de todo lo que se haga en la práctica, porque no puede ser de otra manera; y que, dentro del orden práctico, el orden moral está por encima de todos los otros. Las leyes morales son imperativos categóricos, no hipotéticos o condicionales. Un ejemplo de imperativo hipotético, o condicional, puede ser este: trabaja mucho, si quieres ganar mucho. La condición es clara: si quieres. De lo contrario, puedes no trabajar tanto.
Perdiendo moral.
Bochenski, filósofo del siglo XX, usa el siguiente ejemplo de imperativo categórico: No cortarás el cuello de tu madre. Y luego considera muchas excusas para justificar que se pueda cortar el cuello de la propia madre: si no lo cortas va a haber un conflicto social... una guerra nacional... una guerra mundial... ¡va a explotar el universo! Si explota el universo, de todas formas morirá tu madre; corta, pues, el cuello de tu madre y salva al menos el universo. Y finalmente responde: No cortaré el cuello de mi madre, aunque explote el universo y mi madre muera en la explosión; es muy distinto que mi madre muera porque explote el universo, de que muera porque yo le corte el cuello.
Bochenski tiene razón, indudablemente; su ejemplo es clarísimo y nos permite apreciar el carácter categórico de los imperativos morales, de las leyes morales: No cortarás el cuello de tu madre, ¡y punto!, ¡y basta!, ¡sin condicionamientos! Así es la moral, y si no la sigues te animalizas, te embruteces, como si fueras un conejo, una vaca, un rinoceronte...
El impactante criterio moral de un pagano
Sócrates, un griego pagano anterior a Cristo, sin tener aún el concepto de persona y como intuyéndolo, dio el siguiente criterio moral: Es preferible padecer la injusticia antes que cometerla. Es preferible que me mientan, a que el mentiroso sea yo; es preferible que me roben, a que el ladrón sea yo; es preferible que me maten, a que el asesino sea yo, etcétera. Y Sócrates permitió que lo mataran, lo mismo que Cristo, y Gandhi, y Luther King, y tantos otros.
Perdiendo moral.
Hoy podríamos traducir el pensamiento de Sócrates diciendo que todo es preferible antes de que sea yo quien lastime a una persona, dada su dignidad y sus derechos. Padecemos ceguera hipostática, pues no somos capaces de ver a la persona que hay en todo ser humano. Muchos moralistas actuales no acaban de entender la finura de las auténticas exigencias morales planteadas por Sócrates.
Perdiendo moral.
El hombre sin moral sonríe y piensa: Pobres imbéciles, así nunca van a ganar dinero. No lo estoy inventando; me lo han dicho, y me parece muy bien... ¡pero muy bien!... que el hombre sin moral se defina: el dinero es su valor, el dinero es su dios, o el poder, o la fama, o el placer.
Pero que entonces no se queje cuando ―con todo su dinero y poder― la enfermedad le impida comer, ni cuando la impotencia le dificulte el sexo, ni cuando la vejez le impida viajar, ni cuando se quede solo y dependa de un sirviente para moverse y asearse, ni cuando la decrepitud le impida mandar, ni cuando el temor a la muerte lo paralice, ni cuando se peleen su herencia en su funeral, ni cuando disfrute su dinero el nuevo marido de su viuda. ¡Vaya grandeza, la del hombre sin moral!
La moral como la guía hacia la dicha
La moral es también como el conjunto de los letreros que indican el camino a la dicha, a la realización humana digna y completa. Por eso, ¡contra moral no hay dicha! Y por eso día a día, paso a paso, decisión tras decisión, al hombre sin moral la vida se le va haciendo difícil; y no sólo eso, sino que también él les va haciendo la vida difícil a los demás. Él cree que las dificultades de la vida moderna le impiden pensar en la moral, y valorarla, cuando en realidad es la falta de moral lo que le dificulta la vida.
Perdiendo moral.
Sin duda tenemos libertad física de tomar un rifle y matar a algunas personas desde la azotea de nuestra casa, pero no tenemos libertad moral de hacerlo, aunque nadie nos descubra. ¿Qué significa este no tener libertad moral de hacerlo? ¿Qué tipo de impedimento es éste? ¿Por qué la moral ha de poder limitarnos? Si no pudiera limitarnos, deberíamos sostener que cualquiera tiene libertad de matarnos con un rifle desde la azotea de su casa. ¿Por qué no? ¿Por qué la moral ha de poder limitarlo? Aun antes de encontrar una respuesta, podemos considerar que si no existieran los límites morales cualquier persona podría matar a otras, nada más por gusto. Por tanto, debe existir este tipo de límites, y los hemos llamado límites morales.
Perdiendo moral.
Una primera respuesta a las preguntas anteriores es que las personas son tan valiosas que tienen dignidad y derechos, que deben ser respetados, que no deben ser violados, o que hay obligación moral de respetarlos y que no hay libertad moral de violarlos. He ahí el origen de la moral: la dignidad y los derechos de las personas. A eso se debe que las personas seamos sujetos de moralidad.
Entonces efectivamente hay algo, o alguien, que puede normar nuestra conducta, y que de hecho la norma. Tal realidad no debería molestarnos, como no nos molesta que nuestra conducta sea determinada por la fuerza de gravedad. Y así como podemos considerar las negativas consecuencias de que no hubiera gravedad, también podemos considerar las negativas consecuencias de que no hubiera moralidad. De hecho las estamos padeciendo en la actualidad. Dejémoslo así, pues, al menos por ahora.
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